/ domingo 27 de diciembre de 2020

Adiós 2020, Annus Horribilis

“Una muerte es una tragedia, un millón es una estadística”. Iósif Stalin

Un año más, un año menos. Un año que se suma a la vida del universo, un año menos para los vegetales, animales o humanos. Lo que tiene vida, por necesidad ha de morir. Este año la pandemia de la Covid-19 centró la atención y actividad mundial. Doblegó a poderosos y pávidos; a ricos y pobres; a vanidosos y humildes. La excepción de la regla son los soberbios a quienes les cayó como anillo al dedo para favorecer insanas ambiciones.

2020 deja dolor, tristeza, pérdidas y sinnúmero de infortunios que reproducen las redes sociales. Facebook de Mark Zuckerberg et co; Twitter de jóvenes emprendedores, la aplicación estadounidense WhatsApp del ucraniano Jan Koum y otras menos notorias. Herramientas de comunicación que se dispararon en el uso por el confinamiento obligado por el SARS-CoV-2.

Instrumentos que en la crisis pandémica han sido muchas las utilidades. Han hecho más llevadero el encierro, facilitado el trabajo remoto o lo necesario para la vida sin salir de casa, contrapesos a la soledad del aislamiento. Sin embargo, los que no las han usado con sensatez, están en la cuerda floja de los problemas personales, familiares o sociales; de la adición psicopatológica, pérdida de la intimidad, engaños. Asimismo, las victimas de información falsa y/o sensacionalista por panaceas que previenen o curan la enfermedad viral. Ilusos dejados llevar por promesas de un paraíso sin enfermedad.

2020 dejará un legado del que debemos aprender. Es indudable que hemos redescubierto valores ocultos, el de la salud, el de nuestras vidas. Atrapados en el tiempo hemos revalorado el precio de la libertad hoy restringida, de la convivencia familiar, de los negocios y de los amigos. Añoramos vacaciones y sanas diversiones.

Circunstancias que invitan a la reflexión. Entre los médicos, valorar la importancia de la prevención primaria, la de bajo costo, la que salva más vidas que los que se sujetan a hospitalizaciones costosas. Medidas que si se hubieran (que fea forma de verbo haber) aplicado con estricto apego a los dictados de la OMS, de los CDC, de la U. Johns Hopkins, contabilizaríamos menos muertes y menos secuelas incapacitantes, temporales o permanentes de los que lograron superar la virosis en forma severa y, por supuesto, evitado la muerte de muchos que no debieron fallecer.

Termina un año con ganas de patearlo, de no recordar. La pandemia ha sacudido nuestra existencia, empero, las enseñanzas dejadas son incentivos para encarar el futuro desde otra perspectiva. Sin duda seremos otros al recobrar algunos valores humanos abandonados en el closet del olvido.

“Una muerte es una tragedia, un millón es una estadística”. Iósif Stalin

Un año más, un año menos. Un año que se suma a la vida del universo, un año menos para los vegetales, animales o humanos. Lo que tiene vida, por necesidad ha de morir. Este año la pandemia de la Covid-19 centró la atención y actividad mundial. Doblegó a poderosos y pávidos; a ricos y pobres; a vanidosos y humildes. La excepción de la regla son los soberbios a quienes les cayó como anillo al dedo para favorecer insanas ambiciones.

2020 deja dolor, tristeza, pérdidas y sinnúmero de infortunios que reproducen las redes sociales. Facebook de Mark Zuckerberg et co; Twitter de jóvenes emprendedores, la aplicación estadounidense WhatsApp del ucraniano Jan Koum y otras menos notorias. Herramientas de comunicación que se dispararon en el uso por el confinamiento obligado por el SARS-CoV-2.

Instrumentos que en la crisis pandémica han sido muchas las utilidades. Han hecho más llevadero el encierro, facilitado el trabajo remoto o lo necesario para la vida sin salir de casa, contrapesos a la soledad del aislamiento. Sin embargo, los que no las han usado con sensatez, están en la cuerda floja de los problemas personales, familiares o sociales; de la adición psicopatológica, pérdida de la intimidad, engaños. Asimismo, las victimas de información falsa y/o sensacionalista por panaceas que previenen o curan la enfermedad viral. Ilusos dejados llevar por promesas de un paraíso sin enfermedad.

2020 dejará un legado del que debemos aprender. Es indudable que hemos redescubierto valores ocultos, el de la salud, el de nuestras vidas. Atrapados en el tiempo hemos revalorado el precio de la libertad hoy restringida, de la convivencia familiar, de los negocios y de los amigos. Añoramos vacaciones y sanas diversiones.

Circunstancias que invitan a la reflexión. Entre los médicos, valorar la importancia de la prevención primaria, la de bajo costo, la que salva más vidas que los que se sujetan a hospitalizaciones costosas. Medidas que si se hubieran (que fea forma de verbo haber) aplicado con estricto apego a los dictados de la OMS, de los CDC, de la U. Johns Hopkins, contabilizaríamos menos muertes y menos secuelas incapacitantes, temporales o permanentes de los que lograron superar la virosis en forma severa y, por supuesto, evitado la muerte de muchos que no debieron fallecer.

Termina un año con ganas de patearlo, de no recordar. La pandemia ha sacudido nuestra existencia, empero, las enseñanzas dejadas son incentivos para encarar el futuro desde otra perspectiva. Sin duda seremos otros al recobrar algunos valores humanos abandonados en el closet del olvido.