/ lunes 29 de octubre de 2018

CHARLAS

Apreciable amigo interlocutor: recordarás que tengo una deuda con Yolanda, la alumna: contarle algo más de mi vida universitaria y mis relaciones con mis maestros. Procedo… gracias…


Fíjate Yolanda que la forma en la que desarrollamos nuestros estudios en la carrera de Contador Público en Celaya, probablemente no sea la única, pero si especial, la que nos produjo fuertes lazos de amistad con los maestros.


En 1945 los estudios en Celaya llegaban hasta secundaria; había una escuela que así se llamaba. Para estudiar la preparatoria o
hacer una carrera, tenías que salir
a otras ciudades a menos que te quedaras a estudiar para contable y enfermería que se cursaban en dicha escuela.


A estos estudios te inscribías en forma directa sin necesidad de haber cursado la secundaria. Quien estudiaba contabilidad se titulaba como Contador Privado, carrera reconocida en la Secretaría de Educación con título expedido por el Gobierno del Estado. Así las cosas, quienes quisimos estudiar para contables nos inscribimos directos a la carrera terminando la primaria.


En el desarrollo progresista de la Escuela Secundaria se registra la incorporación de los estudios de preparatoria y además, en muy corto tiempo, la de la carrera de Contador Público, cuyos estudios exigían haber cursado los estudios de secundaria y preparatoria.


Obviamente las exigencias de la nueva carrera no las cumplíamos los Contadores Privados que entramos directos de la primaria. La fuerza motora de la ilusión, la decisión de triunfar y la potencia de nuestra juventud, nos dieron la solución: estudiar simultáneamente los estudios de secundaria y preparatoria con los de Contador Público, para lo cual se formuló un “programa de regularización” con clases que empezaban a las 7 de la mañana y terminaban a las 10 de la noche
con tiempos para comer ¡¡¡y trabajar!!!


Todos los inscritos en la carrera éramos jóvenes en edad de trabajar tanto por educación familiar como para obtener una ayuda económica destinada a comprar libros, ir al cine, noviar y demás que tú sabes.


Los nuevos maestros nos darían clase a nosotros y nosotros daríamos clases a los que estaban a medias en sus estudios de Contador Privado.


Esto nos proporcionó satisfacciones plenas, situaciones en que saliendo de un aula como alumno, entrabas a otra como profesor. De aquí una anécdota: el Lic. Angel Ortiz, como todos, gran maestro mío y gran amigo, se inscribió como estudiante en la nueva carrera y cuando entró a mi clase, yo como maestro, lo primero que me dijo entre risas: “No te vayas a vengar, Carlitos…”. Entrelazos de respeto y amistad.


Pero vamos al recordar algo más ameno y que testimonia el valor de la gran amistad duradera que teníamos con los maestros.


Uno de nuestros maestros, distinto al que nos llevó a Acapulco,
cambió su residencia de Celaya a… debo ser prudente si hablo de nombres y ciudades. Ya verás porqué…


Recibo una llamada de él, tras una corta ausencia, diciendo que va a venir a Celaya y que deseaba vehementemente reunirse con nosotros a recordar viejos tiempos y confirmar la amistad que nos unía. Hice correr la noticia y se formó un buen grupo de exalumnos. Llegó el día, se hizo plan para hacer un paseo en la huerta de Pepe Rodríguez. Chucho Cárdenas y yo fuimos por el maestro a la casa de unos familiares que tenía ¿o tiene? en Celaya y emprendimos la graciosa huida.


“¡Cómo!... cabrito de Apaseo…!” fue su primera impresión cuando vio el platillo principal, siguieron los recuerdos, las anécdotas y entre unos y otras, nuestro gaznate se iba refrescando. La lucha, debemos entenderlo, era desigual: 10 contra uno. Él quería brindar con todos, uno por uno, darle un abrazo, volverlo a abrazar y brindis y brindis.


Salió una guitarra quien sabe de dónde y comenzaron a surgir las melodías con el rasgueo de quien sabía hacerlo. El sol se comenzó a despedir pero en lugar de tristeza vimos con mucho gusto llegar a la luna. Todos éramos cantantes sin igual y el ánimo se vino abajo cuando vimos que el maestro estaba dormido, cansado de la lucha desigual. Aclarando: nosotros ya o éramos “chamacos”, éramos profesionistas, estábamos casados, comenzábamos a hacernos viejos…


Los ventajosos se comenzaron a despedir y llegó el momento en que sólo Pepe Rodríguez, Chucho Cárdenas y yo éramos los guardianes de nuestro gran amigo y de su sueño al parecer de piedra.


Decidimos llevarlo a su casa acción de la que fuimos responsables Chucho y yo, conocidos de la familia. Como pudimos lo subimos al auto y como pudimos lo bajamos. Al estarlo recargando en la pared mientras nos abrían...


“¡¡¡Qué es esto!!! ¿no les da vergüenza “chamacos del diablo” de traer a (nombre del maestro) en esas condiciones? ¡¡¡No tienen ustedes sentido de las cosas!!!” espetó la familiar que abrió y comenzó la letanía…Chucho y yo nos vimos con desconcierto, nos salió una sonrisa de ¿y ahora qué? ¡¡¡“..y todavía se ríen, descarados, faltos de respeto…!!! ” seguía la dama, “…pero…” comenzamos a decir…”…¡¡¡no hay pero que valga!!! …ni a él ni a nuestra casa respetan ustedes… ¡vaya con los alumnitos, lárguense de inmediato,...”. Surgió entonces la pregunta obligada por las circunstancias: “…¿señora… se lo dejamos o nos lo llevamos?...?


“¡¡¡Llevárselo… a dónde… ¿al tugurio de donde lo sacaron?!!!”. Volteamos a ver a nuestro maestro: ojos semi cerrados y una sonrisa en los labios ¿se burlaría de lo que oía, si lo oía, o estaría soñando con Marilyn Monroe?


Divertidos, siguiendo las instrucciones, estoicos ante los improperios inacabables de la dama, depositamos aquel cuerpo lánguido en una cama, labor hecha con todo el cariño para el maestro, solidarios con su ”me vale”.


Al día siguiente, en reunión petit comité, salieron espontáneas las carcajadas tanto del maestro como nuestras, cuando comentamos la inentendible regañiza de que fuimos objeto; nadie pierde: hicimos el plan de un nuevo paseo, “… vamos a la otra…”.


Esas fueron, Yolanda, nuestras mancuernas maestro-alumno que nos dieron múltiples anécdotas de respeto, cariño, fortalecida gratitud… y muchas alegrías.
Gracias por hacerme recordar.


Se estiró la charla, pero no puedo despedirme sin recordarte que el 8 de noviembre es el DIA DEL AMIGO, me lo dijo el Lic. Francisco Juárez Elizarrarás desde Guadalajara… prepárate…

Apreciable amigo interlocutor: recordarás que tengo una deuda con Yolanda, la alumna: contarle algo más de mi vida universitaria y mis relaciones con mis maestros. Procedo… gracias…


Fíjate Yolanda que la forma en la que desarrollamos nuestros estudios en la carrera de Contador Público en Celaya, probablemente no sea la única, pero si especial, la que nos produjo fuertes lazos de amistad con los maestros.


En 1945 los estudios en Celaya llegaban hasta secundaria; había una escuela que así se llamaba. Para estudiar la preparatoria o
hacer una carrera, tenías que salir
a otras ciudades a menos que te quedaras a estudiar para contable y enfermería que se cursaban en dicha escuela.


A estos estudios te inscribías en forma directa sin necesidad de haber cursado la secundaria. Quien estudiaba contabilidad se titulaba como Contador Privado, carrera reconocida en la Secretaría de Educación con título expedido por el Gobierno del Estado. Así las cosas, quienes quisimos estudiar para contables nos inscribimos directos a la carrera terminando la primaria.


En el desarrollo progresista de la Escuela Secundaria se registra la incorporación de los estudios de preparatoria y además, en muy corto tiempo, la de la carrera de Contador Público, cuyos estudios exigían haber cursado los estudios de secundaria y preparatoria.


Obviamente las exigencias de la nueva carrera no las cumplíamos los Contadores Privados que entramos directos de la primaria. La fuerza motora de la ilusión, la decisión de triunfar y la potencia de nuestra juventud, nos dieron la solución: estudiar simultáneamente los estudios de secundaria y preparatoria con los de Contador Público, para lo cual se formuló un “programa de regularización” con clases que empezaban a las 7 de la mañana y terminaban a las 10 de la noche
con tiempos para comer ¡¡¡y trabajar!!!


Todos los inscritos en la carrera éramos jóvenes en edad de trabajar tanto por educación familiar como para obtener una ayuda económica destinada a comprar libros, ir al cine, noviar y demás que tú sabes.


Los nuevos maestros nos darían clase a nosotros y nosotros daríamos clases a los que estaban a medias en sus estudios de Contador Privado.


Esto nos proporcionó satisfacciones plenas, situaciones en que saliendo de un aula como alumno, entrabas a otra como profesor. De aquí una anécdota: el Lic. Angel Ortiz, como todos, gran maestro mío y gran amigo, se inscribió como estudiante en la nueva carrera y cuando entró a mi clase, yo como maestro, lo primero que me dijo entre risas: “No te vayas a vengar, Carlitos…”. Entrelazos de respeto y amistad.


Pero vamos al recordar algo más ameno y que testimonia el valor de la gran amistad duradera que teníamos con los maestros.


Uno de nuestros maestros, distinto al que nos llevó a Acapulco,
cambió su residencia de Celaya a… debo ser prudente si hablo de nombres y ciudades. Ya verás porqué…


Recibo una llamada de él, tras una corta ausencia, diciendo que va a venir a Celaya y que deseaba vehementemente reunirse con nosotros a recordar viejos tiempos y confirmar la amistad que nos unía. Hice correr la noticia y se formó un buen grupo de exalumnos. Llegó el día, se hizo plan para hacer un paseo en la huerta de Pepe Rodríguez. Chucho Cárdenas y yo fuimos por el maestro a la casa de unos familiares que tenía ¿o tiene? en Celaya y emprendimos la graciosa huida.


“¡Cómo!... cabrito de Apaseo…!” fue su primera impresión cuando vio el platillo principal, siguieron los recuerdos, las anécdotas y entre unos y otras, nuestro gaznate se iba refrescando. La lucha, debemos entenderlo, era desigual: 10 contra uno. Él quería brindar con todos, uno por uno, darle un abrazo, volverlo a abrazar y brindis y brindis.


Salió una guitarra quien sabe de dónde y comenzaron a surgir las melodías con el rasgueo de quien sabía hacerlo. El sol se comenzó a despedir pero en lugar de tristeza vimos con mucho gusto llegar a la luna. Todos éramos cantantes sin igual y el ánimo se vino abajo cuando vimos que el maestro estaba dormido, cansado de la lucha desigual. Aclarando: nosotros ya o éramos “chamacos”, éramos profesionistas, estábamos casados, comenzábamos a hacernos viejos…


Los ventajosos se comenzaron a despedir y llegó el momento en que sólo Pepe Rodríguez, Chucho Cárdenas y yo éramos los guardianes de nuestro gran amigo y de su sueño al parecer de piedra.


Decidimos llevarlo a su casa acción de la que fuimos responsables Chucho y yo, conocidos de la familia. Como pudimos lo subimos al auto y como pudimos lo bajamos. Al estarlo recargando en la pared mientras nos abrían...


“¡¡¡Qué es esto!!! ¿no les da vergüenza “chamacos del diablo” de traer a (nombre del maestro) en esas condiciones? ¡¡¡No tienen ustedes sentido de las cosas!!!” espetó la familiar que abrió y comenzó la letanía…Chucho y yo nos vimos con desconcierto, nos salió una sonrisa de ¿y ahora qué? ¡¡¡“..y todavía se ríen, descarados, faltos de respeto…!!! ” seguía la dama, “…pero…” comenzamos a decir…”…¡¡¡no hay pero que valga!!! …ni a él ni a nuestra casa respetan ustedes… ¡vaya con los alumnitos, lárguense de inmediato,...”. Surgió entonces la pregunta obligada por las circunstancias: “…¿señora… se lo dejamos o nos lo llevamos?...?


“¡¡¡Llevárselo… a dónde… ¿al tugurio de donde lo sacaron?!!!”. Volteamos a ver a nuestro maestro: ojos semi cerrados y una sonrisa en los labios ¿se burlaría de lo que oía, si lo oía, o estaría soñando con Marilyn Monroe?


Divertidos, siguiendo las instrucciones, estoicos ante los improperios inacabables de la dama, depositamos aquel cuerpo lánguido en una cama, labor hecha con todo el cariño para el maestro, solidarios con su ”me vale”.


Al día siguiente, en reunión petit comité, salieron espontáneas las carcajadas tanto del maestro como nuestras, cuando comentamos la inentendible regañiza de que fuimos objeto; nadie pierde: hicimos el plan de un nuevo paseo, “… vamos a la otra…”.


Esas fueron, Yolanda, nuestras mancuernas maestro-alumno que nos dieron múltiples anécdotas de respeto, cariño, fortalecida gratitud… y muchas alegrías.
Gracias por hacerme recordar.


Se estiró la charla, pero no puedo despedirme sin recordarte que el 8 de noviembre es el DIA DEL AMIGO, me lo dijo el Lic. Francisco Juárez Elizarrarás desde Guadalajara… prepárate…

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