/ martes 11 de diciembre de 2018

Charlas

Hablar de diciembre y hablar de mis abuelitas, es lo mismo: hablo de corazones tiernos cálidos como el algodón.


Diciembre ha sido siempre un mes esperado. Desde el martes pasado quise hablar de este mes, pero me ganaron los Cantos a la Vida de Mariaparral. Hoy no me quedo con las ganas.


Vivir el tiempo de los días santos y el de los días navideños, tiene un mismo elemento: se viven con el corazón.


En los primeros recordamos el sacrificio de Jesús, del Amor Nacido quien se inmoló para salvarnos. En los segundos, recordamos el nacimiento de Jesús, del Amor Nacido que vino a salvarnos. Alfa y omega de la vida.


En semana santa abordamos con el mismo sentimiento y con el mismo corazón lo que hoy hacemos con la navidad. ¡Quién no se reblandece con el Amor!


Grabados en mi corazón tengo los recuerdos de mi infancia, de mi juventud y de mi madurez, los que ahora en mi vejez, son alimento espiritual que me permite mirar en estas fechas a mi familia y al mundo entero con la ternura con que mis padres y mis abuelitas llenaron mi alma, aquellos forjadores de mi ser y éstas, levadura de mi espíritu.


Aterricemos un poco, la altura me puede marear y enredar mi pensamiento.

Los primeros días de diciembre, cuando mi infancia, eran expectantes: iba a haber unas vacaciones grandes, gran holganza, con duración de casi un mes pues volvíamos a la escuela hasta el 7 de enero.


La Iglesia se preparaba para venerar a mi Madres Conchita y Gualupita, dos que son la misma y casi a partir de estos festejos venía la preparación para recibir al Amor Nacido y transitar con los Reyes Magos el camino de la adoración al Niño Dios.


¡Qué alegría! ¡Que recogimiento en los corazones vivientes! ¡Qué ilusiones!


Por la primera quincena del mes, se escuchaba la organización de las posadas.. Muchas familias, muchos barrios, muchos grupos de acción católica, hacían lo suyo.


Yo, como monaguillo de la Parroquia, la única que había entonces en Celaya, las disfrutaba todas. El señor Cura visitaba los barrios, allí estaba yo, la Acción Católica junto con la ACJM, hacían lassuyas, allí estaba yo y en las que organizaban mis hermanos y mis primos más alguna que otra posada particular, así le llamábamos, allí estaba yo.


En todas cantos, rezos y alegría, ponches calientitos, luces de bengala ardiendo, velas traviesas con ceras y pabilos encendidos haciendo de las suyas, el misterio que representa a los Santos Peregrinos, en andas, sobre los hombros de jóvenes que tenían la suerte de gozar de ese privilegio, todos con corazón volcado de amor fraterno hacia nuestros semejantes y tamaños cucuruchos de cartón rebosantes de dulces y frutas de la temporada. ¡Cómo olvidarlo!


Y cuando alguna cristiana de la misma edad que yo me echaba el ojo o yo a ella, había regalos de por medio: el cucurucho era el cupido.


Ya de joven tuve la dicha de seguir viviendo esas posadas de cacahuate, así se les sigue conociendo aún, donde el Amor del Niño Dios es el centro de las acciones. A éstas, ya era con mi novia, la únicaque me agarró en la vida y no me soltó. ¡Vaya diversión sana!


Ya de adulto, casado y con hijos, le dimos la vuelta al ciclo, organizamos posadas cacahuateras, pero ahora el interés de realizarlas era para la formación espiritual de nuestros hijos.


Alguno de nuestros amigos casados aceptaron estas celebraciones y un buen grupo conformado por padres e hijos, vivíamos aquella alegría. Esto duró un tiempecito mientras nuestros muchachos crecían, a veces dejaban de hacernos caso, a voz cuello clamaban por su independencia y las posadas comenzaron a decolorarse.


Las posadas de los jóvenes se tornaron en reuniones ruidosas, el Cupido de cucurucho lleno de dulces y frutas se convirtió en un transformer lanzando flechas por doquier, las posadas dejaron de tener sentido, se hicieron simples fiestas.


Ellos crecidos y nosotros con el peso de los años encima, fueron factores para pensar en convertirnos en espectadores y asistir a las posadas que nos invitaran.


Resistimos el cambio con estoicismo y tomamos una decisión; asistir sólo a aquellas que nos dan seguridad de calma, alegría, que permiten charlar con los de al lado y los de enfrente, en las que vuelan en el ambiente frases que te llevan a la meditación del suceso que tanto espera el mundo católico: el nacimiento del Niño Dios.


Escucho la voz dulce de mis abuelitas reprochándome que el espacio que se me concede está a punto de terminar y yo todavía no paso de las posadas.


Ni modo, querido amigo interlocutor: si me guardas aprecio, no te queda otra más que esperar el próximo martes para seguir charlando de diciembres, abuelitas, corazones cálidos hechos de algodones y de un Niño que avisa que ya mero llega, de las caravanas de adoración y pleitesía, de una Madona que prepara sus brazos para recibir al Redentor

Hablar de diciembre y hablar de mis abuelitas, es lo mismo: hablo de corazones tiernos cálidos como el algodón.


Diciembre ha sido siempre un mes esperado. Desde el martes pasado quise hablar de este mes, pero me ganaron los Cantos a la Vida de Mariaparral. Hoy no me quedo con las ganas.


Vivir el tiempo de los días santos y el de los días navideños, tiene un mismo elemento: se viven con el corazón.


En los primeros recordamos el sacrificio de Jesús, del Amor Nacido quien se inmoló para salvarnos. En los segundos, recordamos el nacimiento de Jesús, del Amor Nacido que vino a salvarnos. Alfa y omega de la vida.


En semana santa abordamos con el mismo sentimiento y con el mismo corazón lo que hoy hacemos con la navidad. ¡Quién no se reblandece con el Amor!


Grabados en mi corazón tengo los recuerdos de mi infancia, de mi juventud y de mi madurez, los que ahora en mi vejez, son alimento espiritual que me permite mirar en estas fechas a mi familia y al mundo entero con la ternura con que mis padres y mis abuelitas llenaron mi alma, aquellos forjadores de mi ser y éstas, levadura de mi espíritu.


Aterricemos un poco, la altura me puede marear y enredar mi pensamiento.

Los primeros días de diciembre, cuando mi infancia, eran expectantes: iba a haber unas vacaciones grandes, gran holganza, con duración de casi un mes pues volvíamos a la escuela hasta el 7 de enero.


La Iglesia se preparaba para venerar a mi Madres Conchita y Gualupita, dos que son la misma y casi a partir de estos festejos venía la preparación para recibir al Amor Nacido y transitar con los Reyes Magos el camino de la adoración al Niño Dios.


¡Qué alegría! ¡Que recogimiento en los corazones vivientes! ¡Qué ilusiones!


Por la primera quincena del mes, se escuchaba la organización de las posadas.. Muchas familias, muchos barrios, muchos grupos de acción católica, hacían lo suyo.


Yo, como monaguillo de la Parroquia, la única que había entonces en Celaya, las disfrutaba todas. El señor Cura visitaba los barrios, allí estaba yo, la Acción Católica junto con la ACJM, hacían lassuyas, allí estaba yo y en las que organizaban mis hermanos y mis primos más alguna que otra posada particular, así le llamábamos, allí estaba yo.


En todas cantos, rezos y alegría, ponches calientitos, luces de bengala ardiendo, velas traviesas con ceras y pabilos encendidos haciendo de las suyas, el misterio que representa a los Santos Peregrinos, en andas, sobre los hombros de jóvenes que tenían la suerte de gozar de ese privilegio, todos con corazón volcado de amor fraterno hacia nuestros semejantes y tamaños cucuruchos de cartón rebosantes de dulces y frutas de la temporada. ¡Cómo olvidarlo!


Y cuando alguna cristiana de la misma edad que yo me echaba el ojo o yo a ella, había regalos de por medio: el cucurucho era el cupido.


Ya de joven tuve la dicha de seguir viviendo esas posadas de cacahuate, así se les sigue conociendo aún, donde el Amor del Niño Dios es el centro de las acciones. A éstas, ya era con mi novia, la únicaque me agarró en la vida y no me soltó. ¡Vaya diversión sana!


Ya de adulto, casado y con hijos, le dimos la vuelta al ciclo, organizamos posadas cacahuateras, pero ahora el interés de realizarlas era para la formación espiritual de nuestros hijos.


Alguno de nuestros amigos casados aceptaron estas celebraciones y un buen grupo conformado por padres e hijos, vivíamos aquella alegría. Esto duró un tiempecito mientras nuestros muchachos crecían, a veces dejaban de hacernos caso, a voz cuello clamaban por su independencia y las posadas comenzaron a decolorarse.


Las posadas de los jóvenes se tornaron en reuniones ruidosas, el Cupido de cucurucho lleno de dulces y frutas se convirtió en un transformer lanzando flechas por doquier, las posadas dejaron de tener sentido, se hicieron simples fiestas.


Ellos crecidos y nosotros con el peso de los años encima, fueron factores para pensar en convertirnos en espectadores y asistir a las posadas que nos invitaran.


Resistimos el cambio con estoicismo y tomamos una decisión; asistir sólo a aquellas que nos dan seguridad de calma, alegría, que permiten charlar con los de al lado y los de enfrente, en las que vuelan en el ambiente frases que te llevan a la meditación del suceso que tanto espera el mundo católico: el nacimiento del Niño Dios.


Escucho la voz dulce de mis abuelitas reprochándome que el espacio que se me concede está a punto de terminar y yo todavía no paso de las posadas.


Ni modo, querido amigo interlocutor: si me guardas aprecio, no te queda otra más que esperar el próximo martes para seguir charlando de diciembres, abuelitas, corazones cálidos hechos de algodones y de un Niño que avisa que ya mero llega, de las caravanas de adoración y pleitesía, de una Madona que prepara sus brazos para recibir al Redentor

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