/ martes 22 de enero de 2019

Charlas

Amigos míos: a todos los saludo por igual, con el mismo afecto, a pesar de que esta charla va dirigida a mis amigos saludadores que me hicieron la distinción de comunicarse conmigo y en una que otra forma me pidieron respuestas a sus inquietudes. A ellos y, repito, a todos, les digo “A´I VOY”, todo relativo a mi charlade la semana pasada que titulé “Servicio Social” que culminó con un recuerdo de la Carrera Panamericana.

Mi dilecto amigo el Dr. Paco García Palomino, residente en la ciudad de León, además de sus comentarios me aporta datos muy interesantes sobre el servicio social en la carrera de medicina.

Me informa Paco que el servicio social de los médicos tiene sus raíces en el año de 1935 cuando el Dr. Gustavo Baz Prada, entonces director de la UNAM, propuso esta noble labor social a los Ministerios de Salud y de Educación como parte obligatoria para poder obtener el grado de Médico.

Esta noble tradición se elevó al rango de ley por lo que habrá que tratarla, dice el Doctor García Palomino, como un sabio con edad de más de 80 años, todo un “adulto mayor”.

Gracias, Doctor, a nombre de todos mis amigos interlocutores…

Coinciden varios de mis saludadores, en edad de no más de 50 años, en desconocer la existencia de la Carrera Panamericana y les surgen dudas: ¿autos fórmula 1 en la carrera? ¿qué tenían que ver los autos de turismo en esta competencia? ¿entraban y cruzaban las ciudades?¿cuál era el chiste? ¿cómo seguir su desarrollo?

Queridos amigos: ¿qué tenían que ver los autos fórmula 1 con los de turismo? la respuesta técnica no la sé, pero me imagino que si hubieran sido sólo carrera de autos deportivos, en escasos segundos pasarían frente a nuestra vista, como bólidos y tán tán, independientemente de que los pilotos, sólo uno por auto, eran extranjeros todos. Apoyo esta idea en que la pista de la kilométrica carrera, no es de vuelta y vuelta, sino recta de una frontera a otra. Verlos pasar llevaba tan solo un suspiro. Considero que éstos fueron sólo expectación por sus modelos, las velocidades alcanzadas, su manejo profesional, su historial de pilotos internacionales.

Sin embargo los autos de turismo fueron el sabor del caldo. El piloto y el copiloto por auto, eran de los nuestros. Vinieron a competir de todas partes de la república y uno que otro país aledaño; se engalanaban los primeros con la bandera nacional en algún lugar del auto y versiones de identidad: “Viva Guanajuato” “Viva Jalisco” “Viva Veracruz”, en fin “Viva México”, su velocidad nos permitía admirar su paso y el encanto duraba varias horas, detalle que propició amenas reuniones familiares y de amigos.

En el trayecto de la carretera había grupos de espectadores asentados en lugares estratégicos saludando a todos los carros, sin faltar ninguno, todos se llevaban nuestras porras. En las rectas se gozaban los rebases hechos a base de velocidad y en las curvas, aparte de la velocidad, se imponía la estrategia de rebase ganando el lugar. Pura adrenalina.

En la ciudad, las azoteas de todo el tramo de cruce eran “tribunas altas” de espectadores y las ventanas de las casa y edificios eran las “tribunas bajas”.

Con antelación fijábamos el lugar de reunión al que teníamos que llegar cuando menos 4 horas antes del inicio de la etapa, a pesar de que éste fuera lugar remoto. ¿La razón? Se clausuraban calles urbanas y los tramos de la carretera por donde pasaría la carrera, a partir de las 5 ó 6 de la mañana. Quien hiciera caso omiso de la orden, si era ciudadano se le amonestaba y se ponía rejego, al tambo durante la mañana; si era auto, las grúas entraban en acción. Tenía que haber absoluta seguridad al paso de los autos.

Viví los dos escenarios: la carretera y la ciudad.

En la carretera escogíamos los cerros de Apaseo el Alto, desde la bajada de Marroquín hasta pasar frente al Cristo de la ciudad. La orografía del lugar nos permitía disfrutar la competencia en rectas y curvas.

Cuando me quedé en la ciudad, fuimos invitados por el matrimonio de Manuel Liceaga y su señora Javiera, en la calle de Hidalgo. La etapa fue la de México a León o a Aguascalientes, no recuerdo bien, misma en la que perdiera la vida el piloto Felice Bonneto.

En Celaya el paso era una recta: la carrera entraba por la calle Morelos, pasaba por el jardín y seguía por Hidalgo hasta salir de la ciudad. Con el tiempo debido, estas calles eran remozadas quitando baches y cualquier estorbo que pudiera representar riesgo de seguridad para los autos participantes en el cruce citadino.

Ya instalados en la casa, el lugar señalado para estar fue la sala con dos balcones a la calle. Teníamos radios sintonizados en tres estaciones que se iban adecuando, por ejemplo: empezábamos con una, en el lugar de partida, otra en Querétaro y otra en León. Esto nos permitía monitorear el paso de los vehículos a partir de su salida, quién se atrasaba y quien adelantaba, calcular velocidades de acuerdo a las distancias recorridas y cuando alguna estación dejaba de interesar, por ejemplo la de la salida, la cambiábamos a otra estación de ciudades por llegar.

Tan padre estaba el estado físico de la carretera, que señor Coronel García Valseca aprovechó las circunstancias y creó la “Vuelta Ciclista al Centro de la República” la que visitaba todas las ciudades en las que había un periódico de su Cadena, los Soles. Vinieron a competir campeones del mundo y de muchos países famosos por sus corredores. Bueno… pero esto es harina de otro costal, tal vez motivo de otra charla…

Amigos míos: a todos los saludo por igual, con el mismo afecto, a pesar de que esta charla va dirigida a mis amigos saludadores que me hicieron la distinción de comunicarse conmigo y en una que otra forma me pidieron respuestas a sus inquietudes. A ellos y, repito, a todos, les digo “A´I VOY”, todo relativo a mi charlade la semana pasada que titulé “Servicio Social” que culminó con un recuerdo de la Carrera Panamericana.

Mi dilecto amigo el Dr. Paco García Palomino, residente en la ciudad de León, además de sus comentarios me aporta datos muy interesantes sobre el servicio social en la carrera de medicina.

Me informa Paco que el servicio social de los médicos tiene sus raíces en el año de 1935 cuando el Dr. Gustavo Baz Prada, entonces director de la UNAM, propuso esta noble labor social a los Ministerios de Salud y de Educación como parte obligatoria para poder obtener el grado de Médico.

Esta noble tradición se elevó al rango de ley por lo que habrá que tratarla, dice el Doctor García Palomino, como un sabio con edad de más de 80 años, todo un “adulto mayor”.

Gracias, Doctor, a nombre de todos mis amigos interlocutores…

Coinciden varios de mis saludadores, en edad de no más de 50 años, en desconocer la existencia de la Carrera Panamericana y les surgen dudas: ¿autos fórmula 1 en la carrera? ¿qué tenían que ver los autos de turismo en esta competencia? ¿entraban y cruzaban las ciudades?¿cuál era el chiste? ¿cómo seguir su desarrollo?

Queridos amigos: ¿qué tenían que ver los autos fórmula 1 con los de turismo? la respuesta técnica no la sé, pero me imagino que si hubieran sido sólo carrera de autos deportivos, en escasos segundos pasarían frente a nuestra vista, como bólidos y tán tán, independientemente de que los pilotos, sólo uno por auto, eran extranjeros todos. Apoyo esta idea en que la pista de la kilométrica carrera, no es de vuelta y vuelta, sino recta de una frontera a otra. Verlos pasar llevaba tan solo un suspiro. Considero que éstos fueron sólo expectación por sus modelos, las velocidades alcanzadas, su manejo profesional, su historial de pilotos internacionales.

Sin embargo los autos de turismo fueron el sabor del caldo. El piloto y el copiloto por auto, eran de los nuestros. Vinieron a competir de todas partes de la república y uno que otro país aledaño; se engalanaban los primeros con la bandera nacional en algún lugar del auto y versiones de identidad: “Viva Guanajuato” “Viva Jalisco” “Viva Veracruz”, en fin “Viva México”, su velocidad nos permitía admirar su paso y el encanto duraba varias horas, detalle que propició amenas reuniones familiares y de amigos.

En el trayecto de la carretera había grupos de espectadores asentados en lugares estratégicos saludando a todos los carros, sin faltar ninguno, todos se llevaban nuestras porras. En las rectas se gozaban los rebases hechos a base de velocidad y en las curvas, aparte de la velocidad, se imponía la estrategia de rebase ganando el lugar. Pura adrenalina.

En la ciudad, las azoteas de todo el tramo de cruce eran “tribunas altas” de espectadores y las ventanas de las casa y edificios eran las “tribunas bajas”.

Con antelación fijábamos el lugar de reunión al que teníamos que llegar cuando menos 4 horas antes del inicio de la etapa, a pesar de que éste fuera lugar remoto. ¿La razón? Se clausuraban calles urbanas y los tramos de la carretera por donde pasaría la carrera, a partir de las 5 ó 6 de la mañana. Quien hiciera caso omiso de la orden, si era ciudadano se le amonestaba y se ponía rejego, al tambo durante la mañana; si era auto, las grúas entraban en acción. Tenía que haber absoluta seguridad al paso de los autos.

Viví los dos escenarios: la carretera y la ciudad.

En la carretera escogíamos los cerros de Apaseo el Alto, desde la bajada de Marroquín hasta pasar frente al Cristo de la ciudad. La orografía del lugar nos permitía disfrutar la competencia en rectas y curvas.

Cuando me quedé en la ciudad, fuimos invitados por el matrimonio de Manuel Liceaga y su señora Javiera, en la calle de Hidalgo. La etapa fue la de México a León o a Aguascalientes, no recuerdo bien, misma en la que perdiera la vida el piloto Felice Bonneto.

En Celaya el paso era una recta: la carrera entraba por la calle Morelos, pasaba por el jardín y seguía por Hidalgo hasta salir de la ciudad. Con el tiempo debido, estas calles eran remozadas quitando baches y cualquier estorbo que pudiera representar riesgo de seguridad para los autos participantes en el cruce citadino.

Ya instalados en la casa, el lugar señalado para estar fue la sala con dos balcones a la calle. Teníamos radios sintonizados en tres estaciones que se iban adecuando, por ejemplo: empezábamos con una, en el lugar de partida, otra en Querétaro y otra en León. Esto nos permitía monitorear el paso de los vehículos a partir de su salida, quién se atrasaba y quien adelantaba, calcular velocidades de acuerdo a las distancias recorridas y cuando alguna estación dejaba de interesar, por ejemplo la de la salida, la cambiábamos a otra estación de ciudades por llegar.

Tan padre estaba el estado físico de la carretera, que señor Coronel García Valseca aprovechó las circunstancias y creó la “Vuelta Ciclista al Centro de la República” la que visitaba todas las ciudades en las que había un periódico de su Cadena, los Soles. Vinieron a competir campeones del mundo y de muchos países famosos por sus corredores. Bueno… pero esto es harina de otro costal, tal vez motivo de otra charla…

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