/ domingo 5 de abril de 2020

Ciudad Plácida

“Solo hay un agente infeccioso que viaje más rápido que un virus, el miedo”

Dan Brown

Días de quietud, pocos automóviles rodaban por las calles. Sinfonolas desconectadas, callados los cantores de cantina de la Universal, de la Rampla, la de D. Pepe Araujo y otras por la plazuela de San Agustín donde ahora está el mercado Hidalgo.

Jesús Cibrián, era Jesús; José Baviera, Pilatos; José Morcillo, Herodes; Arturo Soto Rangel, sacerdote de la ley; Enrique García Álvarez, Pedro. Elenco de la película del cineasta español José Díaz Morales, “Jesús de Nazaret”. Año 1943, se exhibía en el Cinelandia antes que por un incendio se levantara el Cine Colonial con sus bajo relieves de carabelas en los muros que, después de otro siniestro fueron remplazadas por escudos de la ciudad. Obras de un personaje inolvidable, el profesor D. Salvador Zúñiga, artista plástico de lento andar e insustituible traje negro igual que el sombrero con el que, haciendo cortés reverencia saludaba a quien se cruzaba con él o en la acera opuesta. Un caballero en toda la palabra que con ciencia y paciencia nos encausó al gusto del arte visual y de volumen.

Cada año Celaya se envolvía en misticismo religioso entre los ritos solemnes de la pasión y muerte del fundador del cristianismo. Con cuanta ansia, después de ayunos y abstinencias por cuarenta días, más la semana santa que los jacobinos llamaban “semana mayor” esperábamos el sábado de gloria, festividad que el Concilio Vaticano II movió al domingo de Pascua. Las campanas volvían a tañer con júbilo mientras las sordas matracas que las remplazaron se almacenaban con los lienzos morados que cubrían las imágenes de los templos.

Placidez de ciudad que retoma vigencia en la misma semana por el covid-19, una enfermedad viral como otras se presentan cíclicamente. Pero estos días no son de quietud espiritual, son de incertidumbre, de desazón por saber hasta dónde llegará el pico de la curva ascendente de contagios y enfermos antes de interrumpirse la transmisión y por efecto la baja del número de infectados.

Como la Peste negra del siglo XIV o la Gripe española de hace un siglo, la pandemia nos pone a todos, ricos y pobres, instruidos e iletrados en el mismo barco o confinados en cuarentena en caso de enfermedad, contagio o sospecha por trato con algún infectado.

El número 40 aparece a menudo en la Biblia. Después, 40 días de cuaresma, 40 días se guardaban las mujeres después del parto, 40 días se aislaba al enfermo infectocontagioso. Hoy, los días dependen de la enfermedad.

Final. Acertados fueron los planteamientos sobre la crisis sanitaria en la mañanera del pasado miércoles, con respuestas inteligentes, sin mentir, precisas y documentadas, no dejaron cabos sueltos.

Me refiero a la Conferencia de prensa de Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York de los Estados Unidos.

“Solo hay un agente infeccioso que viaje más rápido que un virus, el miedo”

Dan Brown

Días de quietud, pocos automóviles rodaban por las calles. Sinfonolas desconectadas, callados los cantores de cantina de la Universal, de la Rampla, la de D. Pepe Araujo y otras por la plazuela de San Agustín donde ahora está el mercado Hidalgo.

Jesús Cibrián, era Jesús; José Baviera, Pilatos; José Morcillo, Herodes; Arturo Soto Rangel, sacerdote de la ley; Enrique García Álvarez, Pedro. Elenco de la película del cineasta español José Díaz Morales, “Jesús de Nazaret”. Año 1943, se exhibía en el Cinelandia antes que por un incendio se levantara el Cine Colonial con sus bajo relieves de carabelas en los muros que, después de otro siniestro fueron remplazadas por escudos de la ciudad. Obras de un personaje inolvidable, el profesor D. Salvador Zúñiga, artista plástico de lento andar e insustituible traje negro igual que el sombrero con el que, haciendo cortés reverencia saludaba a quien se cruzaba con él o en la acera opuesta. Un caballero en toda la palabra que con ciencia y paciencia nos encausó al gusto del arte visual y de volumen.

Cada año Celaya se envolvía en misticismo religioso entre los ritos solemnes de la pasión y muerte del fundador del cristianismo. Con cuanta ansia, después de ayunos y abstinencias por cuarenta días, más la semana santa que los jacobinos llamaban “semana mayor” esperábamos el sábado de gloria, festividad que el Concilio Vaticano II movió al domingo de Pascua. Las campanas volvían a tañer con júbilo mientras las sordas matracas que las remplazaron se almacenaban con los lienzos morados que cubrían las imágenes de los templos.

Placidez de ciudad que retoma vigencia en la misma semana por el covid-19, una enfermedad viral como otras se presentan cíclicamente. Pero estos días no son de quietud espiritual, son de incertidumbre, de desazón por saber hasta dónde llegará el pico de la curva ascendente de contagios y enfermos antes de interrumpirse la transmisión y por efecto la baja del número de infectados.

Como la Peste negra del siglo XIV o la Gripe española de hace un siglo, la pandemia nos pone a todos, ricos y pobres, instruidos e iletrados en el mismo barco o confinados en cuarentena en caso de enfermedad, contagio o sospecha por trato con algún infectado.

El número 40 aparece a menudo en la Biblia. Después, 40 días de cuaresma, 40 días se guardaban las mujeres después del parto, 40 días se aislaba al enfermo infectocontagioso. Hoy, los días dependen de la enfermedad.

Final. Acertados fueron los planteamientos sobre la crisis sanitaria en la mañanera del pasado miércoles, con respuestas inteligentes, sin mentir, precisas y documentadas, no dejaron cabos sueltos.

Me refiero a la Conferencia de prensa de Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York de los Estados Unidos.