/ jueves 8 de marzo de 2018

Directores de nuestra propia película

 Directores de nuestra propia película

Por Luis Esparza.

Mientras el aire fresco de esta “colita” de invierno -que un “marzeño” frente frío le ha traído a Norteamérica- roza las mejillas, cruzo las luces en verde de los semáforos dejándome llevar por el pedaleo de esta bicicleta azul. Atrás, acabo de despedirme de un conocido que trabaja en la industria del cine. Lo encontré en una “locación” donde se filmaba una escena  para una serie de televisión producida por la famosa anfitiona de “talk shows”, actriz, directora, editora, empesaria y millonaria Oprah Winfrey.

Al ver la conocida silla alta, plegable de lona con el nombre del director escrito en el respaldo, y la farándula de luces, reflectores, cámaras, micrófonos, equipos electrónicos, cables y un ejército de gente que parece muy ocupada, no puedo de dejar de pensar en analogía del director del capítulo de esta serie con los directores de estas nuestras ciudades, nuestros estados, nuestros países nuestro mundo, los que llegan a sentarse en esa silla -de manera tradicional- por medio de la farándula de la política partidista.

Con la obviedad de este frío que cada vez me sonroja más la piel, vienen a mi mente los directores que más bien parecen actores de tragicomedias: Trump y Putin, quienes, aunque producen al día una película malísima tienen un presupuesto que pareciera no tener fondo. Mientras que en el Kremlin les alcanza para presumir -y sólo para presumir- su nueva tecnología “de punta” nuclear, en “la Casa blanca” no les alcanza el presupuesto para construir una “megapared” para presumir -y sólo para presumirle- a los mexicanos y a los americanos que votaron por el inquilino de la oficina oval.

Directores de películas más “chafas” pero no menos cómicas ni malévolas, que se producen en idiomas norcoreanos o venezolanos nos mantienen entretenidamente preocupados con sus ocurrencias y muy malos libretos; sin embargo, las consecuencias de sus producciones son sentidas a diario en una oprimida, engañada, controlada y francamente “sin-remediada” gente. Si las grandes “producciones” mundiales que mucho critican, pero poco actúan no intervienen en Corea del Norte, Venezuela, el Medio Oriente y la mayoría de los países africanos, estos están destinados a ser películas de esas del cine mexicano ochentero.

Ya que mi México lindo y querido me viene a la mente mientras estaciono esta bicicleta azul, pienso en la obviedad de por qué los directores “grandes” nos ven como películas trashumantes, y es que aquí, o en Venezuela o África no hay Oscares políticos que ganar de esos que da la “Academia” internacional. Más los suspirantes políticos mexicanos si que pelean por la silla de director que se ubica en “los Pinos” y literalmente le “venden su alma al diablo” para depositar sus sentaderas en la poderosa silla presidencial.

Ya instalado en la tranquilidad de la vista en el puente que atraviesa el rio Misisipi, mientras la banda sonora de música clásica toca en los parlantes del hogar, y permite que mis dedos se muevan sobre esta tableta electrónica con una coreografía improvisada más sistemáticamente redundante sobre las teclas que forman las palabras de este guion que se repite cada seis años en México, cada cuatro en Estados Unidos y cada día en la vida de los gobernados.

Así, ahora que terminó la temporada de premios al séptimo arte, de los cuales por cierto volvió a salir triunfante un mexicano (¡¿Por qué es que solo en las películas podemos triunfar?!) a quien extiendo mi más sincera felicitación, le recuerdo al pueblo, a la sociedad, y así me recuerdo a mi mismo; que en esta película de la política, los directores somos nosotros, los votantes, los agachados que solo “alegamos” pero no actuamos, y así, dejamos que los Trumps, Putins, Maduros, Ungs, Derechistas, Izquierdistas, Priistas que eran panistas (y viceversa) o perredistas que eran “chiles de todos los moles”… en fin, que con nuestro voto o con la ausencia del mismo, dejamos que nos gobierne quien nos de la gana como les de la gana. Esa es nuestra película, y hasta que no encontremos una manera de sentarnos en la silla del director y dejar que los gobernantes hagan lo que se les indica, seguiremos siempre con el mismo y predecible final.

 Directores de nuestra propia película

Por Luis Esparza.

Mientras el aire fresco de esta “colita” de invierno -que un “marzeño” frente frío le ha traído a Norteamérica- roza las mejillas, cruzo las luces en verde de los semáforos dejándome llevar por el pedaleo de esta bicicleta azul. Atrás, acabo de despedirme de un conocido que trabaja en la industria del cine. Lo encontré en una “locación” donde se filmaba una escena  para una serie de televisión producida por la famosa anfitiona de “talk shows”, actriz, directora, editora, empesaria y millonaria Oprah Winfrey.

Al ver la conocida silla alta, plegable de lona con el nombre del director escrito en el respaldo, y la farándula de luces, reflectores, cámaras, micrófonos, equipos electrónicos, cables y un ejército de gente que parece muy ocupada, no puedo de dejar de pensar en analogía del director del capítulo de esta serie con los directores de estas nuestras ciudades, nuestros estados, nuestros países nuestro mundo, los que llegan a sentarse en esa silla -de manera tradicional- por medio de la farándula de la política partidista.

Con la obviedad de este frío que cada vez me sonroja más la piel, vienen a mi mente los directores que más bien parecen actores de tragicomedias: Trump y Putin, quienes, aunque producen al día una película malísima tienen un presupuesto que pareciera no tener fondo. Mientras que en el Kremlin les alcanza para presumir -y sólo para presumir- su nueva tecnología “de punta” nuclear, en “la Casa blanca” no les alcanza el presupuesto para construir una “megapared” para presumir -y sólo para presumirle- a los mexicanos y a los americanos que votaron por el inquilino de la oficina oval.

Directores de películas más “chafas” pero no menos cómicas ni malévolas, que se producen en idiomas norcoreanos o venezolanos nos mantienen entretenidamente preocupados con sus ocurrencias y muy malos libretos; sin embargo, las consecuencias de sus producciones son sentidas a diario en una oprimida, engañada, controlada y francamente “sin-remediada” gente. Si las grandes “producciones” mundiales que mucho critican, pero poco actúan no intervienen en Corea del Norte, Venezuela, el Medio Oriente y la mayoría de los países africanos, estos están destinados a ser películas de esas del cine mexicano ochentero.

Ya que mi México lindo y querido me viene a la mente mientras estaciono esta bicicleta azul, pienso en la obviedad de por qué los directores “grandes” nos ven como películas trashumantes, y es que aquí, o en Venezuela o África no hay Oscares políticos que ganar de esos que da la “Academia” internacional. Más los suspirantes políticos mexicanos si que pelean por la silla de director que se ubica en “los Pinos” y literalmente le “venden su alma al diablo” para depositar sus sentaderas en la poderosa silla presidencial.

Ya instalado en la tranquilidad de la vista en el puente que atraviesa el rio Misisipi, mientras la banda sonora de música clásica toca en los parlantes del hogar, y permite que mis dedos se muevan sobre esta tableta electrónica con una coreografía improvisada más sistemáticamente redundante sobre las teclas que forman las palabras de este guion que se repite cada seis años en México, cada cuatro en Estados Unidos y cada día en la vida de los gobernados.

Así, ahora que terminó la temporada de premios al séptimo arte, de los cuales por cierto volvió a salir triunfante un mexicano (¡¿Por qué es que solo en las películas podemos triunfar?!) a quien extiendo mi más sincera felicitación, le recuerdo al pueblo, a la sociedad, y así me recuerdo a mi mismo; que en esta película de la política, los directores somos nosotros, los votantes, los agachados que solo “alegamos” pero no actuamos, y así, dejamos que los Trumps, Putins, Maduros, Ungs, Derechistas, Izquierdistas, Priistas que eran panistas (y viceversa) o perredistas que eran “chiles de todos los moles”… en fin, que con nuestro voto o con la ausencia del mismo, dejamos que nos gobierne quien nos de la gana como les de la gana. Esa es nuestra película, y hasta que no encontremos una manera de sentarnos en la silla del director y dejar que los gobernantes hagan lo que se les indica, seguiremos siempre con el mismo y predecible final.

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