/ jueves 1 de noviembre de 2018

El DESPERTAR

Noviembre es uno de los meses más representativos de la cultura mexicana, pues desde muy pequeños nos inculcan la celebración del tradicional Día de Muertos. La cual está enmarcada por una serie de rituales entre los que destaca el diseño y la colocación de la típica “ofrenda” o “altar de muertos”. Esta ofrenda tiene como propósito rendir homenaje a los difuntos y darle la bienvenida a sus almas el 1 y 2 de noviembre. Sin embargo esta bellísima tradición no sólo son: calaveritas de dulce, manteles elaborados con papel picado, frutas de temporada, flores de cempasúchil, fotografías de los difuntos, aquellas bebidas y platillos que solían ser sus favoritos y, por supuesto, el infaltable “pan de muerto”, también esta época nos enseña un modo mejor de vivir nuestros días.

Por muchos años, hombres y mujeres hemos vivido de alguna manera presos a nuestros sentimientos y culpas por aquellos que ya no están. Creyendo que la mejor manera de recordar las memorias de nuestros difuntos es a través de vivir en cárceles engañadoras. Las cuales les hemos puesto nombres más hermosos: las llamamos templos, religión, partidos políticos, ideología, cultura, civilización, empresa prospera, fama, poder y honores. Llamamos también a esta cárcel: “el camino del éxito”. Anteponiendo en ocasiones lo material, sin darnos cuenta que una de las grandes enseñanzas que nos deja un ser amado al ya no estar en el mundo físico, es el valor del tiempo, lo que nos indica el lugar de dónde vinimos, y al cual irremisiblemente tendremos que regresar, por eso nos recuerda constantemente, lo que fuimos, lo que somos y lo que volveremos a ser.

Durante el 1 y 2 de noviembre, debemos recordar que es el tiempo nuestro mejor amigo, por eso no hay que hacer mal uso de él, no hay que desperdiciarlo, ni mucho menos perderlo en lo absoluto, porque es precisamente el tiempo, el único factor consejero del hombre, porque le proporciona los momentos, los instantes y la experiencia para todas las actividades cotidianas, por complicadas o insignificante que sean, y es también por esto, jamás debemos olvidar, que el tiempo perdido en una disputa, una pelea, en días amargos o en sufrimiento opcional, ese tiempo nunca se recuperará.

En estas condiciones simbólicamente debemos morir dentro de cada actividad que realizamos a diario. Si vamos a trabajar, hagamos obras de arte, si vamos a amar, amemos a hasta la última criatura de creador; la vida favorece a sus devotos y ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Y una vez de morir simbólicamente haciendo lo mejor que podamos para aprovechar el tiempo, podremos renacer a la realidad que nos proporciona nuestra casa, nuestro trabajo, nuestros vecinos, etc., disfrutando de una nueva vida; lo que nos indica claramente, que la muerte de un ser amado no ha sido en vano. Quien no se conoce a sí mismo, jamás podrá conocer a sus semejantes y por lo tanto cada día de muertos será solo eso, un día para recordar y olvidar el resto del año.

Un buen individuo, debe heredar a los suyos la instrucción cultural y no solo propiedades y bienes. Esto con el fin de que el heredero pueda conseguir de una manera honrada, la posición que justamente merece, dentro del seno de la sociedad, y por lo consiguiente, el hombre demuestra que cada partida de un ser querido siempre será una razón más para mejorar.

Finalmente, sólo resta decir que la nuestra tradición de día de muertos, es emblemática de los mexicanos, esencia de nuestros antepasados, motivo por el cual para poder vivir verdaderamente, hay que renacer. Para renacer, primero hay que morir a lo anterior. Y para poder morir, primero hay que despertar…


Noviembre es uno de los meses más representativos de la cultura mexicana, pues desde muy pequeños nos inculcan la celebración del tradicional Día de Muertos. La cual está enmarcada por una serie de rituales entre los que destaca el diseño y la colocación de la típica “ofrenda” o “altar de muertos”. Esta ofrenda tiene como propósito rendir homenaje a los difuntos y darle la bienvenida a sus almas el 1 y 2 de noviembre. Sin embargo esta bellísima tradición no sólo son: calaveritas de dulce, manteles elaborados con papel picado, frutas de temporada, flores de cempasúchil, fotografías de los difuntos, aquellas bebidas y platillos que solían ser sus favoritos y, por supuesto, el infaltable “pan de muerto”, también esta época nos enseña un modo mejor de vivir nuestros días.

Por muchos años, hombres y mujeres hemos vivido de alguna manera presos a nuestros sentimientos y culpas por aquellos que ya no están. Creyendo que la mejor manera de recordar las memorias de nuestros difuntos es a través de vivir en cárceles engañadoras. Las cuales les hemos puesto nombres más hermosos: las llamamos templos, religión, partidos políticos, ideología, cultura, civilización, empresa prospera, fama, poder y honores. Llamamos también a esta cárcel: “el camino del éxito”. Anteponiendo en ocasiones lo material, sin darnos cuenta que una de las grandes enseñanzas que nos deja un ser amado al ya no estar en el mundo físico, es el valor del tiempo, lo que nos indica el lugar de dónde vinimos, y al cual irremisiblemente tendremos que regresar, por eso nos recuerda constantemente, lo que fuimos, lo que somos y lo que volveremos a ser.

Durante el 1 y 2 de noviembre, debemos recordar que es el tiempo nuestro mejor amigo, por eso no hay que hacer mal uso de él, no hay que desperdiciarlo, ni mucho menos perderlo en lo absoluto, porque es precisamente el tiempo, el único factor consejero del hombre, porque le proporciona los momentos, los instantes y la experiencia para todas las actividades cotidianas, por complicadas o insignificante que sean, y es también por esto, jamás debemos olvidar, que el tiempo perdido en una disputa, una pelea, en días amargos o en sufrimiento opcional, ese tiempo nunca se recuperará.

En estas condiciones simbólicamente debemos morir dentro de cada actividad que realizamos a diario. Si vamos a trabajar, hagamos obras de arte, si vamos a amar, amemos a hasta la última criatura de creador; la vida favorece a sus devotos y ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Y una vez de morir simbólicamente haciendo lo mejor que podamos para aprovechar el tiempo, podremos renacer a la realidad que nos proporciona nuestra casa, nuestro trabajo, nuestros vecinos, etc., disfrutando de una nueva vida; lo que nos indica claramente, que la muerte de un ser amado no ha sido en vano. Quien no se conoce a sí mismo, jamás podrá conocer a sus semejantes y por lo tanto cada día de muertos será solo eso, un día para recordar y olvidar el resto del año.

Un buen individuo, debe heredar a los suyos la instrucción cultural y no solo propiedades y bienes. Esto con el fin de que el heredero pueda conseguir de una manera honrada, la posición que justamente merece, dentro del seno de la sociedad, y por lo consiguiente, el hombre demuestra que cada partida de un ser querido siempre será una razón más para mejorar.

Finalmente, sólo resta decir que la nuestra tradición de día de muertos, es emblemática de los mexicanos, esencia de nuestros antepasados, motivo por el cual para poder vivir verdaderamente, hay que renacer. Para renacer, primero hay que morir a lo anterior. Y para poder morir, primero hay que despertar…