/ martes 26 de mayo de 2020

El espacio público

A escasos días de que llegue a su fin la Jornada Nacional de Sana Distancia (el 31 de mayo de 2020) y que, por tanto, podamos salir paulatinamente de nuestros espacios privados (casa), de nuestro confinamiento voluntario como un gesto de solidaridad para contribuir a que la curva de contagios del coronavirus SARS-CoV2 no sea tan pronunciada, unas reflexiones en torno al espacio público, ese lugar al que, cautelosos, regresaremos, adaptándonos a la «nueva normalidad», es decir, las nuevas medidas preventivas que deberemos adoptar y aplicarlas permanentemente.

El espacio público es el lugar físico, geográfico, en donde se unen -voluntaria o involuntariamente- las personas para formar comunidad, la cual forma cultura y ésta forma identidad. De ahí su importancia, pues en él podemos convivir e interactuar todos.

Lamentablemente estamos perdiendo el espacio público; llevamos décadas en este decadente proceso.

Con una falsa idea de modernidad, prosperidad y el estatus inherente a ellas, se ha insertado en la mente colectiva la idea de que lo privado, per se, es mejor que lo público: escuelas, medicina, hospitales, clubes, transporte y hasta domicilios; atrás hemos dejado el vecindario o colonia tradicional, la espera para una cita en alguno de los institutos de seguridad social y hasta las visitas al banco, pues los movimientos financieros pueden realizarse desde la aplicación de su celular. Desde luego, por muy privado que sea, frecuentemente sigue habiendo esperas prolongadas en el banco y más de algún disgusto.

Hoy es muy complicado que los niños salgan a la calle a jugar, que se transporten en bicicleta, salir a comer en familia o ejercitarse en los parques y jardines públicos, pues la inseguridad ha ido creciendo y, como acto reflejo protector, preferimos -considero que indebidamente- dotar a los niños de videojuegos o de tabletas, pedir comida a domicilio y comprar algún aparato con la intención de usarlo para ejercitar el cuerpo pero que, con frecuencia, queda con funciones de perchero.

La pandemia en la que transitamos obligó a acelerar el uso de nuevas formas de convivencia y comunicación, de manera emergente y poco planeada, demostrando que es posible seguir trabajando, confinados en el espacio privado; no debemos perder de vista que la tecnología es, y considero que seguirá siendo, instrumental.

El ser humano es un ser social, esa es su naturaleza, por lo que parece contra natura ceder el espacio público a grupos delincuenciales; sin embargo, lo hacemos, pues el instinto de supervivencia es superior y, por tanto, tiene prevalencia.

Ciertamente, a través de la computadora, el internet, la tecnología, puedo ver los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, también es cierto, que es más emocionante estar ahí, in situ, vivir presencialmente la emoción, conocer su olor. Sin duda, es diferente. Prefiero la segunda.

Preparémonos para nuestra reincorporación al espacio público y demandemos su rescate; apropiémonos de él. El espacio público es vital.

germanrodriguez32@hotmail.com

A escasos días de que llegue a su fin la Jornada Nacional de Sana Distancia (el 31 de mayo de 2020) y que, por tanto, podamos salir paulatinamente de nuestros espacios privados (casa), de nuestro confinamiento voluntario como un gesto de solidaridad para contribuir a que la curva de contagios del coronavirus SARS-CoV2 no sea tan pronunciada, unas reflexiones en torno al espacio público, ese lugar al que, cautelosos, regresaremos, adaptándonos a la «nueva normalidad», es decir, las nuevas medidas preventivas que deberemos adoptar y aplicarlas permanentemente.

El espacio público es el lugar físico, geográfico, en donde se unen -voluntaria o involuntariamente- las personas para formar comunidad, la cual forma cultura y ésta forma identidad. De ahí su importancia, pues en él podemos convivir e interactuar todos.

Lamentablemente estamos perdiendo el espacio público; llevamos décadas en este decadente proceso.

Con una falsa idea de modernidad, prosperidad y el estatus inherente a ellas, se ha insertado en la mente colectiva la idea de que lo privado, per se, es mejor que lo público: escuelas, medicina, hospitales, clubes, transporte y hasta domicilios; atrás hemos dejado el vecindario o colonia tradicional, la espera para una cita en alguno de los institutos de seguridad social y hasta las visitas al banco, pues los movimientos financieros pueden realizarse desde la aplicación de su celular. Desde luego, por muy privado que sea, frecuentemente sigue habiendo esperas prolongadas en el banco y más de algún disgusto.

Hoy es muy complicado que los niños salgan a la calle a jugar, que se transporten en bicicleta, salir a comer en familia o ejercitarse en los parques y jardines públicos, pues la inseguridad ha ido creciendo y, como acto reflejo protector, preferimos -considero que indebidamente- dotar a los niños de videojuegos o de tabletas, pedir comida a domicilio y comprar algún aparato con la intención de usarlo para ejercitar el cuerpo pero que, con frecuencia, queda con funciones de perchero.

La pandemia en la que transitamos obligó a acelerar el uso de nuevas formas de convivencia y comunicación, de manera emergente y poco planeada, demostrando que es posible seguir trabajando, confinados en el espacio privado; no debemos perder de vista que la tecnología es, y considero que seguirá siendo, instrumental.

El ser humano es un ser social, esa es su naturaleza, por lo que parece contra natura ceder el espacio público a grupos delincuenciales; sin embargo, lo hacemos, pues el instinto de supervivencia es superior y, por tanto, tiene prevalencia.

Ciertamente, a través de la computadora, el internet, la tecnología, puedo ver los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, también es cierto, que es más emocionante estar ahí, in situ, vivir presencialmente la emoción, conocer su olor. Sin duda, es diferente. Prefiero la segunda.

Preparémonos para nuestra reincorporación al espacio público y demandemos su rescate; apropiémonos de él. El espacio público es vital.

germanrodriguez32@hotmail.com