/ jueves 8 de noviembre de 2018

El Ingenioso Hidalgo

Don Quijote: una poética de la locura, exige considerar con Michel Foucault que toda cultura está fundada en la ley, en los límites y las prohibiciones, y que atañen al lenguaje. Por ello, hay cuatro tipos de prohibiciones del lenguaje: 1) faltas a la lengua, que afectan al código del lenguaje; 2) expresiones que no violentan el código, pero que no deben circular: palabras blasfemas (religiosas, mágicas y sexuales); 3) enunciados autorizados por el código y que pueden circular, pero son intolerables y 4) el sometimiento de una palabra de un código aceptado a otro código, cuya clave se encuentra en la palabra misma, como desdoblada dentro de sí; dice lo que dice, pero agrega un sobrante mudo que enuncia en el silencio lo que ella dice; no es un lenguaje cifrado, sino un lenguaje esotérico. A Foucault le interesa seguir el deslizamiento del lenguaje prohibido y silenciado de la locura en la época clásica hacia el discurso literario en la Modernidad, que conduce al desvanecimiento del sujeto. La literatura moderna para Foucault, tiene un lugar especial en su obra, por dos razones: 1) es una literatura que muestra la incompatibilidad entre el ser del hombre y el ser del lenguaje y 2) se trata de un espacio en el que no pueden entrar los métodos de análisis hermenéuticos ni estructuralistas, por lo que la literatura no puede ser analizada desde el sentido ni desde el significante. De aquí que en los textos de Foucault de los años 60s, la literatura es el espacio de una alternativa a los métodos vigentes de análisis del discurso: “Don Quijote es la primera de las obras modernas, ya que se ve en ella la razón cruel de las identidades y de las diferencias juguetear al infinito con los signos y las similitudes; porque en ella el lenguaje rompe su viejo parentesco con las cosas para penetrar en esta soberanía solitaria de la que ya no saldrá, en su ser abrupto, sino convertido en literatura; porque la semejanza entra allí en una época que es para ella la de la sinrazón y de la imaginación: El loco, entendido no como enfermo, sino como desviación constituida y sustentada, como función cultural indispensable, se ha convertido, en la cultura occidental, en el hombre de las semejanzas salvajes. En el otro extremo del espacio cultural, pero muy cercano por su simetría, el poeta es el que, por debajo de las diferencias nombradas y cotidianamente previstas, reencuentra los parentescos huidizos de las cosas, sus similitudes dispersas. Se ha dicho que la sociedad española del siglo XVII compartía la locura de Don Quijote. Tal vez sea más pertinente sostener que todo discurso es comunitario, lengua materna, que participa y fundamenta la dualidad de los contrarios. No olvidemos que, en la segunda parte, al final del capítulo XVII, el hidalgo manchego, en diálogo con el Caballero del Verde Gabán (don Diego de Miranda), admite al tiempo que niega su locura: “¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de habere parecido. La fisonomía de Don Quijote queda grabada en el oxímoron: “un cuerdo loco” o “un loco cuerdo”, con su persistente deambular mental y literario. Y don Lorenzo, hijo de don Diego de Miranda, advierte: “No le sacarán del borrador de su locura cuántos médicos y escribanos tiene el mundo: es él un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”. En palabras de Octavio Paz: En el corazón de la locura poética está la ironía, el bien decir de la ambigüedad del lenguaje que es la causa de lo inconsciente, cuyo efecto lenguajero es un (mal) decir, una (mal) dicción, una verdadera maldición, pues el verdadero sentido es contrario al formulado. Sólo que en Don Quijote no hay una ironía estable, sino ironías en cadena, que afirman tanto la ficcionalidad del discurso como al personaje que lo enuncia. Dentro del discurrir está la paradoja, la contradicción, la circularidad (espacial, narrativa, temporal y poética). En el texto se despliega, como diría Jacques Lacan, a través de un sujeto del lenguaje y al lenguaje que está dividido entre la afirmación y la negación, entre el enunciado (el decir consciente) y la enunciación (el dicho inconsciente: lo que se escucha que se escribe de significante en el enunciado), donde la verdad del significante sólo puede ser dicha a medias. Ya que el significante no significa nada, pues es el significante sin significado, el significante puro, el significante real, que como no significa nada, es indestructible, pues puede llegar a significar cualquier cosa. En Don Quijote, como advierte Octavio Paz, tenemos la primera gran novela moderna. Ahí también está el alma humana, pero no caída y pecadora sino enajenada. Su héroe es un poeta loco, no un pecador. Pero mientras Virgilio y Beatriz guían a Dante, el caballero andante vaga casi sólo, en compañía de un escudero con un limitado sentido común. Su viaje que se realiza en un espacio y un tiempo circular, sin geometría ni geografía, como el del poeta, que narra, como el mito y la poesía, lo que siempre está sucediendo: las posadas se transforman en castillos y los jardines en corrales. Dante desciende a los infiernos y asciende a los cielos; Cervantes sufre traspiés e infortunios. Dante ve a la verdad y a la vida; don Quijote recobra la razón ante su muerte. El lenguaje de Dante es la poesía; el de Cervantes oscila entre el poema y la prosa poética. La novela moderna es ambigua: poesía y crítica a la poesía, épica e ironía a la epopeya. Don Quijote no es la alegoría de la historia humana sino el relato poético de su loca aventura. “Cuando todo el mundo está loco, ser cuerdo es una locura, Paul Samuelson”


Don Quijote: una poética de la locura, exige considerar con Michel Foucault que toda cultura está fundada en la ley, en los límites y las prohibiciones, y que atañen al lenguaje. Por ello, hay cuatro tipos de prohibiciones del lenguaje: 1) faltas a la lengua, que afectan al código del lenguaje; 2) expresiones que no violentan el código, pero que no deben circular: palabras blasfemas (religiosas, mágicas y sexuales); 3) enunciados autorizados por el código y que pueden circular, pero son intolerables y 4) el sometimiento de una palabra de un código aceptado a otro código, cuya clave se encuentra en la palabra misma, como desdoblada dentro de sí; dice lo que dice, pero agrega un sobrante mudo que enuncia en el silencio lo que ella dice; no es un lenguaje cifrado, sino un lenguaje esotérico. A Foucault le interesa seguir el deslizamiento del lenguaje prohibido y silenciado de la locura en la época clásica hacia el discurso literario en la Modernidad, que conduce al desvanecimiento del sujeto. La literatura moderna para Foucault, tiene un lugar especial en su obra, por dos razones: 1) es una literatura que muestra la incompatibilidad entre el ser del hombre y el ser del lenguaje y 2) se trata de un espacio en el que no pueden entrar los métodos de análisis hermenéuticos ni estructuralistas, por lo que la literatura no puede ser analizada desde el sentido ni desde el significante. De aquí que en los textos de Foucault de los años 60s, la literatura es el espacio de una alternativa a los métodos vigentes de análisis del discurso: “Don Quijote es la primera de las obras modernas, ya que se ve en ella la razón cruel de las identidades y de las diferencias juguetear al infinito con los signos y las similitudes; porque en ella el lenguaje rompe su viejo parentesco con las cosas para penetrar en esta soberanía solitaria de la que ya no saldrá, en su ser abrupto, sino convertido en literatura; porque la semejanza entra allí en una época que es para ella la de la sinrazón y de la imaginación: El loco, entendido no como enfermo, sino como desviación constituida y sustentada, como función cultural indispensable, se ha convertido, en la cultura occidental, en el hombre de las semejanzas salvajes. En el otro extremo del espacio cultural, pero muy cercano por su simetría, el poeta es el que, por debajo de las diferencias nombradas y cotidianamente previstas, reencuentra los parentescos huidizos de las cosas, sus similitudes dispersas. Se ha dicho que la sociedad española del siglo XVII compartía la locura de Don Quijote. Tal vez sea más pertinente sostener que todo discurso es comunitario, lengua materna, que participa y fundamenta la dualidad de los contrarios. No olvidemos que, en la segunda parte, al final del capítulo XVII, el hidalgo manchego, en diálogo con el Caballero del Verde Gabán (don Diego de Miranda), admite al tiempo que niega su locura: “¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de habere parecido. La fisonomía de Don Quijote queda grabada en el oxímoron: “un cuerdo loco” o “un loco cuerdo”, con su persistente deambular mental y literario. Y don Lorenzo, hijo de don Diego de Miranda, advierte: “No le sacarán del borrador de su locura cuántos médicos y escribanos tiene el mundo: es él un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”. En palabras de Octavio Paz: En el corazón de la locura poética está la ironía, el bien decir de la ambigüedad del lenguaje que es la causa de lo inconsciente, cuyo efecto lenguajero es un (mal) decir, una (mal) dicción, una verdadera maldición, pues el verdadero sentido es contrario al formulado. Sólo que en Don Quijote no hay una ironía estable, sino ironías en cadena, que afirman tanto la ficcionalidad del discurso como al personaje que lo enuncia. Dentro del discurrir está la paradoja, la contradicción, la circularidad (espacial, narrativa, temporal y poética). En el texto se despliega, como diría Jacques Lacan, a través de un sujeto del lenguaje y al lenguaje que está dividido entre la afirmación y la negación, entre el enunciado (el decir consciente) y la enunciación (el dicho inconsciente: lo que se escucha que se escribe de significante en el enunciado), donde la verdad del significante sólo puede ser dicha a medias. Ya que el significante no significa nada, pues es el significante sin significado, el significante puro, el significante real, que como no significa nada, es indestructible, pues puede llegar a significar cualquier cosa. En Don Quijote, como advierte Octavio Paz, tenemos la primera gran novela moderna. Ahí también está el alma humana, pero no caída y pecadora sino enajenada. Su héroe es un poeta loco, no un pecador. Pero mientras Virgilio y Beatriz guían a Dante, el caballero andante vaga casi sólo, en compañía de un escudero con un limitado sentido común. Su viaje que se realiza en un espacio y un tiempo circular, sin geometría ni geografía, como el del poeta, que narra, como el mito y la poesía, lo que siempre está sucediendo: las posadas se transforman en castillos y los jardines en corrales. Dante desciende a los infiernos y asciende a los cielos; Cervantes sufre traspiés e infortunios. Dante ve a la verdad y a la vida; don Quijote recobra la razón ante su muerte. El lenguaje de Dante es la poesía; el de Cervantes oscila entre el poema y la prosa poética. La novela moderna es ambigua: poesía y crítica a la poesía, épica e ironía a la epopeya. Don Quijote no es la alegoría de la historia humana sino el relato poético de su loca aventura. “Cuando todo el mundo está loco, ser cuerdo es una locura, Paul Samuelson”