/ viernes 19 de noviembre de 2021

El Zapotito

Soy de Acámbaro, Guanajuato, y mi esposa es también del Bajío, pero de Jerécuaro, un municipio todavía menos conocido que el mío, aunque dentro del territorio de Guanajuato; ya en sus límites con Querétaro y una zona serrana de Michoacán. Contrario al resto del estado, en Jerécuaro su población es principalmente rural debido a la ancestral herencia de las haciendas, que alguna vez le dieron fama y auge a todo el Bajío por lo que fue llamado “el granero de México”, o tal vez se deba a su orografía accidentada, ya que la mayor parte de su territorio se asienta entre la Sierra de los Agustinos y la Sierra de Puruagua, mientras que en sus partes más bajas da cabida a varias presas, pero principalmente a la Presa Solís, que comparte con el municipio de Acámbaro y Tarandacuao.

Desde Zatemayé, comienza la magia hidrográfica de la zona caracterizada por cañones navegables, Pueblos sumergidos con sus iglesias que sobresalen del espejo de agua, cascos de hacienda como el de Santa Inés, cuya aguja siempre quedará como testigo visible de la grandeza de toda una cultura bajo el agua, y últimamente un bioparque en la comunidad acambarense de la Encarnación, llamado el Zapotito, y que llenó de magia y sabor mi anterior fin de semana, ya que donde antes había un embarcadero para pescadores, fue embellecido con palapas, asadores y fondas al aire libre para degustar carpas, mojarras y antojitos regionales, así como una pequeña playa (todo depende de la resistencia de cada quien al frío porque el agua que desciende por los ríos Tigre y Lerma del altiplano está helada), y si uno no desea mojarse, puede tomar un paseo en lancha de motor con espectaculares paisajes hacia la sierra, donde se alcanza a ver la iglesia de Las Cruces, el Taj Mahal mexicano, con sus doradas cúpulas, y los demás pueblos ribereños.

Siempre que me preguntan que si el Bajío es bonito, debo contestar con sinceridad: en Guanajuato solo la capital del estado, Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende valen la pena visitar si no vas a hacer negocios, pero si quieres disfrutar del ocio y las bellezas de una naturaleza rural, casi virgen, con paisajes parecidos a los de Michoacán, el mejor lugar lo encontrarás en el sureste del estado, donde gracias al olvido gubernamental, aún no nos eslavizan con sus armadoras, sus fábricas o sus refinerías para terminar con nuestros bosques, nuestros lagos y nuestra cultura gastronómica.

Soy de Acámbaro, Guanajuato, y mi esposa es también del Bajío, pero de Jerécuaro, un municipio todavía menos conocido que el mío, aunque dentro del territorio de Guanajuato; ya en sus límites con Querétaro y una zona serrana de Michoacán. Contrario al resto del estado, en Jerécuaro su población es principalmente rural debido a la ancestral herencia de las haciendas, que alguna vez le dieron fama y auge a todo el Bajío por lo que fue llamado “el granero de México”, o tal vez se deba a su orografía accidentada, ya que la mayor parte de su territorio se asienta entre la Sierra de los Agustinos y la Sierra de Puruagua, mientras que en sus partes más bajas da cabida a varias presas, pero principalmente a la Presa Solís, que comparte con el municipio de Acámbaro y Tarandacuao.

Desde Zatemayé, comienza la magia hidrográfica de la zona caracterizada por cañones navegables, Pueblos sumergidos con sus iglesias que sobresalen del espejo de agua, cascos de hacienda como el de Santa Inés, cuya aguja siempre quedará como testigo visible de la grandeza de toda una cultura bajo el agua, y últimamente un bioparque en la comunidad acambarense de la Encarnación, llamado el Zapotito, y que llenó de magia y sabor mi anterior fin de semana, ya que donde antes había un embarcadero para pescadores, fue embellecido con palapas, asadores y fondas al aire libre para degustar carpas, mojarras y antojitos regionales, así como una pequeña playa (todo depende de la resistencia de cada quien al frío porque el agua que desciende por los ríos Tigre y Lerma del altiplano está helada), y si uno no desea mojarse, puede tomar un paseo en lancha de motor con espectaculares paisajes hacia la sierra, donde se alcanza a ver la iglesia de Las Cruces, el Taj Mahal mexicano, con sus doradas cúpulas, y los demás pueblos ribereños.

Siempre que me preguntan que si el Bajío es bonito, debo contestar con sinceridad: en Guanajuato solo la capital del estado, Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende valen la pena visitar si no vas a hacer negocios, pero si quieres disfrutar del ocio y las bellezas de una naturaleza rural, casi virgen, con paisajes parecidos a los de Michoacán, el mejor lugar lo encontrarás en el sureste del estado, donde gracias al olvido gubernamental, aún no nos eslavizan con sus armadoras, sus fábricas o sus refinerías para terminar con nuestros bosques, nuestros lagos y nuestra cultura gastronómica.

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