/ lunes 21 de enero de 2019

Huachicol vs El Pueblo Sabio

Partiendo de las premisas de que no se le puede culpar a nadie —ni al gobierno— de la estupidez individual, y que el sentido común es el menos común de los sentidos, hay muchas otras variantes con respecto al estallido de un poliducto el viernes 17 de enero en Hidalgo, el cual cobró la vida de casi cien personas. Tampoco toda la culpa se le puede cargar a la población en lo general, muchos de ellos víctimas circunstanciales, aunque a ojos vistos estaban cometiendo un ilícito. Los seres humanos (y me cuento), somos entupidos por naturaleza, pero para eso existen protocolos y manuales de procedimientos. Ser imbécil no es delito, de lo contrario las cárceles del mundo no nos alcanzarían; en este sentido, el estado mexicano debe abstenerse de criminalizar a las víctimas, lo que hasta el momento por fortuna no percibo que suceda, pero debe también replantearse sus mecanismos de combate a las mafias y de contención del pueblo, por muy bueno y sabio que lo considere en el discurso.

Hay explicaciones que debe pedir el fiscal Gertz Manero a todas las instancias involucradas: ¿A qué hora comenzó la fuga? ¿A qué hora cerraron el ducto?, ¿fueron los remanentes que quedaban de la gasolina y los gases volátiles los que estallaron —creo yo que así fue?, o, ¿no dieron a tiempo la orden al gerente de la refinería de cerrar los ductos al detectar una baja de la presión? ¿Se cerraron las válvulas de acuerdo al protocolo, de manera paulatina para evitar el golpe de ariete o fue el golpe de ariete el que ocasionó el estallido? ¿Hubo algún estúpido entre tanto estúpido que prendió cigarrillos, o fueron los celulares, la estática o la chispa de algún motor de combustión interna como las motocicletas que circulaban cerca lo cual inició la conflagración?

Yo estuve por tres años en un cargo directivo y sé que la operación en las empresas estatales es lineal y no se pueden cuestionar las órdenes por equivocadas que parezcan, ni tomar decisiones motu proprio, así esté en riesgo la vida de mucha gente. Recuerdo bien y con tristeza el caso de una compañera jefa de la división de medicina interna en el IMSS quien cerró un domingo el servicio de hemodiálisis de su hospital para darle mantenimiento a las máquinas para la seguridad de los pacientes, quienes se quejaron en las redes sociales, lo cual originó que le rescindieran el contrato (o sea que corrieran) en caliente, como decía don Porfirio Díaz.

Pesó más en la delegación del IMSS la opinión pública sin experiencia de la opiniocracia, a la cual Umberto Ecco definió como “una invasión de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad”, que el sentido común y la seguridad.

En sentido inverso, hasta que denuncié un caso de toma de rehenes en el Hospital General de Zona 4 de Celaya, el equipo de supervisión dejó de acosar a los compañeros directivos de la zona. Bueno, en cierta medida, ya que hace una semana, en plena crisis por desabasto de combustible los hicieron ir y regresar tres días seguidos a León bajo la amenaza de correrlos si no acudían o llegaban tarde, mientras no había una sola gota con qué llenar los tanques de gasolina. No es chisme, es sólo para que el lector se dé una idea de cómo se manejan las órdenes de los mandos superiores y la vulnerabilidad de los bajos mandos en todas las empresas del estado ante indicaciones necias y ciegas. Sólo mediante estos ejemplos reales el lector y el radioescucha pueden entender que las tragedias, cuando suceden, por lo regular son causadas por una orden sin el debido análisis y a quien se termina culpando es a un mando inferior.

La opinión pública debe ser un contrapeso al poder absoluto y también un medio de denuncia y exigencia de cuentas, pero con reservas. Sería apresurado emitir un juicio de lo que aún se desconoce, por eso me reservaré a hablar únicamente de lo que he observado en esta tragedia de Hidalgo, y nada más.

Lo que salta a primera vista, incluso ante los ojos de los menos perspicaces, es la inexperiencia que demuestra el director de PEMEX, Octavio Romero Orpeza. Y, cómo puede sentirse seguro ante los reflectores que le apuntan como perdigones si no lo avala ni siquiera un tutorial en internet para desempeñarse en el puesto de jefe de la mayor empresa productiva del estado.

Estoy de acuerdo que un poliducto no es una llave de regadera ni es tan sencilla su operación como la de cerrar el grifo, pero el pueblo de México (que como ya vimos, no todo es ni tan bueno ni tan sabio), se sentiría más aliviado si se lo explica un experto en petroquímica y no un vaquero.

Desde el inicio de esta administración, por ahí le detecté la parte más flaca al gobierno de AMLO. Es de sabios corregir y el presidente nos ha dado muestras de tener esa capacidad. Espero rectifique a tiempo.

Lo siguiente ya lo abordé de manera prematura: el pueblo no es ni tan bueno ni tan sabio, por eso existe un estado rector con leyes que debe hacerlas cumplir en todos los niveles. Los cuerpos de granaderos son como el matrimonio: un mal necesario. No sirven sólo para reprimir como en Atenco, su función debe ser vigilar y contener las manifestaciones (ojo: no impedirlas) antes de que estas se conviertan en turba. El ejército no puede controlar motines, no está preparado para eso, mucho hace ya con encargarse desde hace 12 años de la labor policiaca. ¿Hasta qué punto era evitable la tragedia sin un cuerpo antimotines especializado en él área tomando en cuenta que una turba es incontrolable? Creo que era inevitable.

Decía Charles Darwin que “Existen organismos que se reproducen y la progenie hereda características de sus progenitores, existen variaciones de características si el medio ambiente no admite a todos los miembros de una población en crecimiento. Entonces aquellos miembros de la población con características menos adaptadas (que en el caso de Homo Sapiens, agregaría yo, es sentido común), morirán con mayor probabilidad. Entonces aquellos miembros con características mejor adaptadas sobrevivirán más probablemente”. La sociedad y el estado están obligados a velar por los más vulnerables para que no se cumplan las teorías de la selección natural.

Como lo dije en mi columna pasada: todos los mexicanos sensatos queremos que el gobierno gane la guerra contra la corrupción, pero no mediante el sistema de ensayo—error. El camino al infierno suele estar pavimentado de buenas intenciones.

Partiendo de las premisas de que no se le puede culpar a nadie —ni al gobierno— de la estupidez individual, y que el sentido común es el menos común de los sentidos, hay muchas otras variantes con respecto al estallido de un poliducto el viernes 17 de enero en Hidalgo, el cual cobró la vida de casi cien personas. Tampoco toda la culpa se le puede cargar a la población en lo general, muchos de ellos víctimas circunstanciales, aunque a ojos vistos estaban cometiendo un ilícito. Los seres humanos (y me cuento), somos entupidos por naturaleza, pero para eso existen protocolos y manuales de procedimientos. Ser imbécil no es delito, de lo contrario las cárceles del mundo no nos alcanzarían; en este sentido, el estado mexicano debe abstenerse de criminalizar a las víctimas, lo que hasta el momento por fortuna no percibo que suceda, pero debe también replantearse sus mecanismos de combate a las mafias y de contención del pueblo, por muy bueno y sabio que lo considere en el discurso.

Hay explicaciones que debe pedir el fiscal Gertz Manero a todas las instancias involucradas: ¿A qué hora comenzó la fuga? ¿A qué hora cerraron el ducto?, ¿fueron los remanentes que quedaban de la gasolina y los gases volátiles los que estallaron —creo yo que así fue?, o, ¿no dieron a tiempo la orden al gerente de la refinería de cerrar los ductos al detectar una baja de la presión? ¿Se cerraron las válvulas de acuerdo al protocolo, de manera paulatina para evitar el golpe de ariete o fue el golpe de ariete el que ocasionó el estallido? ¿Hubo algún estúpido entre tanto estúpido que prendió cigarrillos, o fueron los celulares, la estática o la chispa de algún motor de combustión interna como las motocicletas que circulaban cerca lo cual inició la conflagración?

Yo estuve por tres años en un cargo directivo y sé que la operación en las empresas estatales es lineal y no se pueden cuestionar las órdenes por equivocadas que parezcan, ni tomar decisiones motu proprio, así esté en riesgo la vida de mucha gente. Recuerdo bien y con tristeza el caso de una compañera jefa de la división de medicina interna en el IMSS quien cerró un domingo el servicio de hemodiálisis de su hospital para darle mantenimiento a las máquinas para la seguridad de los pacientes, quienes se quejaron en las redes sociales, lo cual originó que le rescindieran el contrato (o sea que corrieran) en caliente, como decía don Porfirio Díaz.

Pesó más en la delegación del IMSS la opinión pública sin experiencia de la opiniocracia, a la cual Umberto Ecco definió como “una invasión de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad”, que el sentido común y la seguridad.

En sentido inverso, hasta que denuncié un caso de toma de rehenes en el Hospital General de Zona 4 de Celaya, el equipo de supervisión dejó de acosar a los compañeros directivos de la zona. Bueno, en cierta medida, ya que hace una semana, en plena crisis por desabasto de combustible los hicieron ir y regresar tres días seguidos a León bajo la amenaza de correrlos si no acudían o llegaban tarde, mientras no había una sola gota con qué llenar los tanques de gasolina. No es chisme, es sólo para que el lector se dé una idea de cómo se manejan las órdenes de los mandos superiores y la vulnerabilidad de los bajos mandos en todas las empresas del estado ante indicaciones necias y ciegas. Sólo mediante estos ejemplos reales el lector y el radioescucha pueden entender que las tragedias, cuando suceden, por lo regular son causadas por una orden sin el debido análisis y a quien se termina culpando es a un mando inferior.

La opinión pública debe ser un contrapeso al poder absoluto y también un medio de denuncia y exigencia de cuentas, pero con reservas. Sería apresurado emitir un juicio de lo que aún se desconoce, por eso me reservaré a hablar únicamente de lo que he observado en esta tragedia de Hidalgo, y nada más.

Lo que salta a primera vista, incluso ante los ojos de los menos perspicaces, es la inexperiencia que demuestra el director de PEMEX, Octavio Romero Orpeza. Y, cómo puede sentirse seguro ante los reflectores que le apuntan como perdigones si no lo avala ni siquiera un tutorial en internet para desempeñarse en el puesto de jefe de la mayor empresa productiva del estado.

Estoy de acuerdo que un poliducto no es una llave de regadera ni es tan sencilla su operación como la de cerrar el grifo, pero el pueblo de México (que como ya vimos, no todo es ni tan bueno ni tan sabio), se sentiría más aliviado si se lo explica un experto en petroquímica y no un vaquero.

Desde el inicio de esta administración, por ahí le detecté la parte más flaca al gobierno de AMLO. Es de sabios corregir y el presidente nos ha dado muestras de tener esa capacidad. Espero rectifique a tiempo.

Lo siguiente ya lo abordé de manera prematura: el pueblo no es ni tan bueno ni tan sabio, por eso existe un estado rector con leyes que debe hacerlas cumplir en todos los niveles. Los cuerpos de granaderos son como el matrimonio: un mal necesario. No sirven sólo para reprimir como en Atenco, su función debe ser vigilar y contener las manifestaciones (ojo: no impedirlas) antes de que estas se conviertan en turba. El ejército no puede controlar motines, no está preparado para eso, mucho hace ya con encargarse desde hace 12 años de la labor policiaca. ¿Hasta qué punto era evitable la tragedia sin un cuerpo antimotines especializado en él área tomando en cuenta que una turba es incontrolable? Creo que era inevitable.

Decía Charles Darwin que “Existen organismos que se reproducen y la progenie hereda características de sus progenitores, existen variaciones de características si el medio ambiente no admite a todos los miembros de una población en crecimiento. Entonces aquellos miembros de la población con características menos adaptadas (que en el caso de Homo Sapiens, agregaría yo, es sentido común), morirán con mayor probabilidad. Entonces aquellos miembros con características mejor adaptadas sobrevivirán más probablemente”. La sociedad y el estado están obligados a velar por los más vulnerables para que no se cumplan las teorías de la selección natural.

Como lo dije en mi columna pasada: todos los mexicanos sensatos queremos que el gobierno gane la guerra contra la corrupción, pero no mediante el sistema de ensayo—error. El camino al infierno suele estar pavimentado de buenas intenciones.

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