/ jueves 30 de enero de 2020

Ingenioso Hidalgo

Dante y Cervantes: Paralelismo ideológico

Dante y Cervantes: Purgatorio 30 y Don Quijote, II, 35: Por eso, me pregunto si no sería demasiado aventurado pensar que el proceso del «desencantamiento» de Dulcinea tiene algo que ver con el eventual descubrimiento de Beatriz en Purgatorio 30. Porque, como ya se ha visto, la aparición de Beatriz es una revelación, es decir la revelación, y desencantar a Dulcinea es revelar su verdadero ser, oculto tras el aspecto de tosca labradora que Sancho le ha creado con sus escalonadas mentiras, que culminan con su figura como travestí. Ambos procesos son graduales y conducen a un descubrimiento en que la incomparable belleza de sus rostros juega un papel fundamental. La belleza de la Dulcinea travestí es doblemente engañosa porque es la de un hombre, el paje, pero éste es bello de todos modos, como ya se vio, admirable a pesar de su falseado sexo.

Claro, en el Quijote no se llega a desencantar a Dulcinea, como lamenta el hidalgo a medida que se aproxima a su aldea derrotado. Es una diferencia fundamental entre la novela de Cervantes y la Comedia de Dante; ésta termina en un final apoteósico como no hay otro en la literatura occidental en que todo se resuelve, mientras que el Quijote no tiene otro remate que la recobrada cordura del caballero, que lo separa del mundo literario en que se movía sin que se solucione otra cosa que la conclusión de su demencia y vida. En Dante hay una apoteosis de ese mundo literario tan complejo y denso que ha creado; Paradiso es la única poesía pura sostenida en la tradición occidental. Pero esta discordancia ya se hallaba establecida en el contraste entre la Beatriz revelada y la Dulcinea travestí que más que una conclusión revela un enigma que no tiene salida ni puede alcanzarla. Es un contraste entre el sublime de Dante y lo que yo llamaría el «anti sublime» de Cervantes, que destaca la profunda diferencia que existe entre ambas obras en lo que respecta al discurso literario en sí. A pesar de mis propias advertencias a mí mismo, aquí vienen las generalizaciones. Es imposible no reflexionar sobre la distancia que media entre el universo creado por Dante en la Divina Comedia y el inventado por Cervantes en el Quijote. La procesión en el bosque que figura en el capítulo 35 de la segunda parte es, según hemos podido observar, una atrevida parodia de la que acompaña a Beatriz en Purgatorio 30 que linda con la irreverencia, si aceptamos la serie de paralelos que he sugerido entre las dos escenas. ¿Cuál es la diferencia fundamental entre los mundos de Dante y Cervantes? Ésta se manifiesta en la inherente divergencia entre la poesía de Dante y la prosa de Cervantes, un dechado de orden, la otra de desorden y hasta caos. Según Erich Auerbach, en su espléndido Mimesis:

Dante tenía un concepto del acontecer histórico que no era como el nuestro en la modernidad, sino un sistema de acontecimientos sobre la tierra en constante conexión con un plan divino, hacia cuya meta se mueve constantemente el acaecer terreno. Esto no debe interpretarse solamente en el sentido de que la sociedad humana en su conjunto se acerca en movimiento progresivo hacia el fin del mundo y la consumación del reino de Dios, en cuyo caso todo suceso estaría enderezado horizontalmente hacia el futuro, sino también en el sentido de una conexión sempiterna e independiente de todo movimiento hacia adelante, entre cada acaecer y cada aparición terrenales y el plan divino, o sea que cada manifestación terrena se refiere, inmediatamente, por medio de una multitud de conexiones verticales al plan de salvación de la Providencia. Esto ya no era posible en tiempo de Cervantes y él lo expresó mejor que nadie. En el Quijote ya no hay correspondencia entre las palabras y las cosas, como ha propuesto Michel Foucault: “La escritura y las cosas ya no se asemejan. Entre ellas, Don Quijote vaga a la Aventura”. A mi ver, esto responde al progresivo y ya avanzado desmoronamiento de las certidumbres del mundo medieval que Dante reflejaba; la cosmología fundamentada en el sistema tolemaico se ha ido gradualmente desintegrando por el descubrimiento del Nuevo Mundo, la revolución copernicana y la reforma protestante. No olvidemos que Beatriz, por sus asociaciones con las nueve esferas de Tolomeo, se remonta al tres fundamental de la Trinidad. El minuciosamente ordenado universo de la doctrina cristiana, aparente en la densa y coherente iconografía de las catedrales góticas y en la Divina Comedia, ya no es valedero y algo aceptado como tal. La fusión del amor neoplatónico con sus derivados cortesanos y la fe, que convergían en Beatriz, uniendo el mundo del amor profano con el divino, ha sido demolida, por lo que don Quijote confronta en la brillante escena del bosque no una Beatriz, sino una Dulcinea travestí, que le sugiere tal vez la profundidad de su locura y la verdadera naturaleza de su deseo, del nuestro, del moderno, el que no hemos superado. Hay que fijarse bien en la diferencia entre Beatriz y Dulcinea, entre la sublime imagen de Beatriz, que representa la Iglesia y la teología en la Divina Comedia, y la escandalosa figura del paje del Duque, bello en sí mismo, pero un varón disfrazado para simular una dama bella, remedo hiperbólico de las del amor cortés. A esto ha desembocado la evolución y sucesión de damas ideales desde Dante a Cervantes, que pasa por la Laura de Petrarca y la Isabel Freyre de Garcilaso para encarnar en este hermoseado espantajo que, sin dejar de ser bello, no es ni siquiera mujer. No creo que Cervantes pudiera entrar en la cadena de seguidores de Dante en España durante la Edad Media y poco después, que Benito Sanvisenti detalló hace tantos años en su minucioso estudio de 1902. La historia literaria no es como una novela con un argumento lineal, como nos la hacían ver en las escuelas, sino que está hecha de saltos atrás, rupturas y digresiones. Lo más plausible es pensar que Cervantes conoció la obra de Dante, o sus repercusiones en Italia. Tal vez no leyó toda la Divina Comedia, pero sí algunos de sus más importantes pasajes, como el que he comentado aquí. También habrá sabido, por supuesto, de la enorme relevancia del florentino por sus repercusiones entre los escritores italianos del momento. Me parece indiscutible, pues, que, al redactar la segunda parte de su Quijote, que ya sabía era una obra digna de semejante prosapia, se propusiera rescribir algunos de los momentos cimeros de la Divina Comedia, para insertarla en lo que hoy llamamos el canon occidental. “La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos, Cervantes”. Twitter @ArellanoRabiela

Dante y Cervantes: Paralelismo ideológico

Dante y Cervantes: Purgatorio 30 y Don Quijote, II, 35: Por eso, me pregunto si no sería demasiado aventurado pensar que el proceso del «desencantamiento» de Dulcinea tiene algo que ver con el eventual descubrimiento de Beatriz en Purgatorio 30. Porque, como ya se ha visto, la aparición de Beatriz es una revelación, es decir la revelación, y desencantar a Dulcinea es revelar su verdadero ser, oculto tras el aspecto de tosca labradora que Sancho le ha creado con sus escalonadas mentiras, que culminan con su figura como travestí. Ambos procesos son graduales y conducen a un descubrimiento en que la incomparable belleza de sus rostros juega un papel fundamental. La belleza de la Dulcinea travestí es doblemente engañosa porque es la de un hombre, el paje, pero éste es bello de todos modos, como ya se vio, admirable a pesar de su falseado sexo.

Claro, en el Quijote no se llega a desencantar a Dulcinea, como lamenta el hidalgo a medida que se aproxima a su aldea derrotado. Es una diferencia fundamental entre la novela de Cervantes y la Comedia de Dante; ésta termina en un final apoteósico como no hay otro en la literatura occidental en que todo se resuelve, mientras que el Quijote no tiene otro remate que la recobrada cordura del caballero, que lo separa del mundo literario en que se movía sin que se solucione otra cosa que la conclusión de su demencia y vida. En Dante hay una apoteosis de ese mundo literario tan complejo y denso que ha creado; Paradiso es la única poesía pura sostenida en la tradición occidental. Pero esta discordancia ya se hallaba establecida en el contraste entre la Beatriz revelada y la Dulcinea travestí que más que una conclusión revela un enigma que no tiene salida ni puede alcanzarla. Es un contraste entre el sublime de Dante y lo que yo llamaría el «anti sublime» de Cervantes, que destaca la profunda diferencia que existe entre ambas obras en lo que respecta al discurso literario en sí. A pesar de mis propias advertencias a mí mismo, aquí vienen las generalizaciones. Es imposible no reflexionar sobre la distancia que media entre el universo creado por Dante en la Divina Comedia y el inventado por Cervantes en el Quijote. La procesión en el bosque que figura en el capítulo 35 de la segunda parte es, según hemos podido observar, una atrevida parodia de la que acompaña a Beatriz en Purgatorio 30 que linda con la irreverencia, si aceptamos la serie de paralelos que he sugerido entre las dos escenas. ¿Cuál es la diferencia fundamental entre los mundos de Dante y Cervantes? Ésta se manifiesta en la inherente divergencia entre la poesía de Dante y la prosa de Cervantes, un dechado de orden, la otra de desorden y hasta caos. Según Erich Auerbach, en su espléndido Mimesis:

Dante tenía un concepto del acontecer histórico que no era como el nuestro en la modernidad, sino un sistema de acontecimientos sobre la tierra en constante conexión con un plan divino, hacia cuya meta se mueve constantemente el acaecer terreno. Esto no debe interpretarse solamente en el sentido de que la sociedad humana en su conjunto se acerca en movimiento progresivo hacia el fin del mundo y la consumación del reino de Dios, en cuyo caso todo suceso estaría enderezado horizontalmente hacia el futuro, sino también en el sentido de una conexión sempiterna e independiente de todo movimiento hacia adelante, entre cada acaecer y cada aparición terrenales y el plan divino, o sea que cada manifestación terrena se refiere, inmediatamente, por medio de una multitud de conexiones verticales al plan de salvación de la Providencia. Esto ya no era posible en tiempo de Cervantes y él lo expresó mejor que nadie. En el Quijote ya no hay correspondencia entre las palabras y las cosas, como ha propuesto Michel Foucault: “La escritura y las cosas ya no se asemejan. Entre ellas, Don Quijote vaga a la Aventura”. A mi ver, esto responde al progresivo y ya avanzado desmoronamiento de las certidumbres del mundo medieval que Dante reflejaba; la cosmología fundamentada en el sistema tolemaico se ha ido gradualmente desintegrando por el descubrimiento del Nuevo Mundo, la revolución copernicana y la reforma protestante. No olvidemos que Beatriz, por sus asociaciones con las nueve esferas de Tolomeo, se remonta al tres fundamental de la Trinidad. El minuciosamente ordenado universo de la doctrina cristiana, aparente en la densa y coherente iconografía de las catedrales góticas y en la Divina Comedia, ya no es valedero y algo aceptado como tal. La fusión del amor neoplatónico con sus derivados cortesanos y la fe, que convergían en Beatriz, uniendo el mundo del amor profano con el divino, ha sido demolida, por lo que don Quijote confronta en la brillante escena del bosque no una Beatriz, sino una Dulcinea travestí, que le sugiere tal vez la profundidad de su locura y la verdadera naturaleza de su deseo, del nuestro, del moderno, el que no hemos superado. Hay que fijarse bien en la diferencia entre Beatriz y Dulcinea, entre la sublime imagen de Beatriz, que representa la Iglesia y la teología en la Divina Comedia, y la escandalosa figura del paje del Duque, bello en sí mismo, pero un varón disfrazado para simular una dama bella, remedo hiperbólico de las del amor cortés. A esto ha desembocado la evolución y sucesión de damas ideales desde Dante a Cervantes, que pasa por la Laura de Petrarca y la Isabel Freyre de Garcilaso para encarnar en este hermoseado espantajo que, sin dejar de ser bello, no es ni siquiera mujer. No creo que Cervantes pudiera entrar en la cadena de seguidores de Dante en España durante la Edad Media y poco después, que Benito Sanvisenti detalló hace tantos años en su minucioso estudio de 1902. La historia literaria no es como una novela con un argumento lineal, como nos la hacían ver en las escuelas, sino que está hecha de saltos atrás, rupturas y digresiones. Lo más plausible es pensar que Cervantes conoció la obra de Dante, o sus repercusiones en Italia. Tal vez no leyó toda la Divina Comedia, pero sí algunos de sus más importantes pasajes, como el que he comentado aquí. También habrá sabido, por supuesto, de la enorme relevancia del florentino por sus repercusiones entre los escritores italianos del momento. Me parece indiscutible, pues, que, al redactar la segunda parte de su Quijote, que ya sabía era una obra digna de semejante prosapia, se propusiera rescribir algunos de los momentos cimeros de la Divina Comedia, para insertarla en lo que hoy llamamos el canon occidental. “La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos, Cervantes”. Twitter @ArellanoRabiela