/ viernes 14 de febrero de 2020

Ingenioso Hidalgo

Innovación en el Quijote

Uno de los mitos más grandes de nuestra cultura es la idea de originalidad. En Occidente pensamos que siempre es mejor lo original que lo repetido. Original es una palabra curiosa, con una parentela peculiar; se hermana con el término “genuino”, que es sinónimo de “auténtico”, acaso porque lo originario, por así llamarlo, es siempre auténtico. Se emparenta también con otros términos, como “innovador” y, aunque todo lo innovador es original, no todo lo original es innovador. Acerquémonos un poco a la palabra. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua, le da nada menos que nueve acepciones. Vaya, se trata entonces de una palabra que usamos mucho y de nueve maneras distintas, más las que la imaginación autorice. Su principal acepción se refiere a todo lo relativo al origen. Así, vamos bien encaminados si buscamos acercarnos a lo innovador desde la idea de originalidad. Pues, original es aquello que habla sobre lo que está en la raíz de algo. Por otra parte, en su segunda acepción “original” habla de la obra que resulta de la inventiva de su autor; esto nos pone los pies más cerca de la tierra. Todo trabajo intelectual que nace de la creatividad del autor nace original, por oposición a la derivada, la versión, la copia. Sin embargo, dice el diccionario, que el original es también aquello que sirve de modelo para hacer una copia; incluso, en la sexta acepción se refiere a quien tiene en sí mismo (o en lo que hace) un carácter de novedad. Los creadores de moda, por ejemplo son originales. Original suena positivo, agradable y alentador. Lo innovador, sin embargo, es una palabra más humilde, con menos solera. Sólo tiene una acepción actual, “mudar o alterar algo, introduciendo novedades”, y una en desuso, que resulta además, sumamente curiosa, “volver algo a su estado anterior”. Nada más lejano de la originalidad. Ahora bien, lo original, nace de la nada, irrumpe en la realidad desde lo profundo de la creatividad del sujeto y, si somos consecuentes con el lenguaje, modifica, muda y altera la realidad causando innovación. Puesto en estos términos, tenemos un ciclo completo, y debiera quedarnos claro que ambas palabras son hermanas, pero no son gemelas y menos siamesas. Lo original es todo un mito, porque creemos en ello y consideramos que todo lo que se hace a partir del esfuerzo creador comparte esa naturaleza. Sin embargo, las ideas que originan las obras nuevas, los avances tecnológicos, las piezas con que vamos construyendo la innovación no son, por si mismas del todo originales. Dice la Biblia que no hay nada nuevo bajo el sol y, vaya, el texto que lo indica tiene al menos tres mil años de edad. Así es que, desde los primeros pasos de las civilizaciones occidentales, nos hemos atormentado con la idea de que tan original es lo original, valga la redundancia. Ninguna obra nace de la nada, todo tiene un antecedente. Esto es así, porque nuestro cerebro sólo puede construir a partir de las piezas que le vamos dando desde el mundo. Ya lo decía el viejo Aristóteles, nada hay en la mente que no haya venido de la realidad. Nuestros sentidos van proveyendo de formas, texturas, colores, experiencias, sensaciones y narrativas que nos permiten crear lo que en apariencia es original pero que en realidad es una reconstrucción de lo que otros han dicho antes nuestro. La originalidad e innovación de El Quijote, no hay quien dude que El Quijote de Cervantes es una obra original, que fue él, quien, desde su cárcel en Argel, lo construyó y lo hizo. Pero no es la primera historia de locos victoriosos en el mundo. A muchos de los profetas del antiguo testamento se los tuvo por locos, y la idea, como consta en la carta del Tarot, le da al demente, en nuestra cultura cierto aire de iluminado. No fue El Quijote tampoco el único de los caballeros andantes. La propia obra los cita a pasto, pero es original porque sólo Cervantes podía haber escrito El Quijote cuando lo hizo y sólo sus palabras, puestas tal y como las puso podían construir esa obra. Aclarémonos un poco las ideas. Digamos que Cristóbal Colón no descubre América el 12 de octubre de 1492, que las carabelas hubieran naufragado, que Doña Isabel no junta el dinero necesario para la expedición o que los abates de la Rábida le niegan su apoyo. El continente no se hubiera quedado ignoto, algún español o portugués, un inglés o un holandés hubieran dado con esta tierra nuestra no más allá de, digamos, 1495. La historia hubiera sido otra, pero de ningún modo la misma. Pero, si Cervantes no escribe El Quijote tal y como lo hizo, nos hubiéramos privado de esa obra magnífica para siempre. “La única forma de tener buenas ideas es tener muchas ideas, Linus Pauling, Nobel de Química y Nobel de la Paz”. Twitter @ArellanoRabiela

Innovación en el Quijote

Uno de los mitos más grandes de nuestra cultura es la idea de originalidad. En Occidente pensamos que siempre es mejor lo original que lo repetido. Original es una palabra curiosa, con una parentela peculiar; se hermana con el término “genuino”, que es sinónimo de “auténtico”, acaso porque lo originario, por así llamarlo, es siempre auténtico. Se emparenta también con otros términos, como “innovador” y, aunque todo lo innovador es original, no todo lo original es innovador. Acerquémonos un poco a la palabra. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua, le da nada menos que nueve acepciones. Vaya, se trata entonces de una palabra que usamos mucho y de nueve maneras distintas, más las que la imaginación autorice. Su principal acepción se refiere a todo lo relativo al origen. Así, vamos bien encaminados si buscamos acercarnos a lo innovador desde la idea de originalidad. Pues, original es aquello que habla sobre lo que está en la raíz de algo. Por otra parte, en su segunda acepción “original” habla de la obra que resulta de la inventiva de su autor; esto nos pone los pies más cerca de la tierra. Todo trabajo intelectual que nace de la creatividad del autor nace original, por oposición a la derivada, la versión, la copia. Sin embargo, dice el diccionario, que el original es también aquello que sirve de modelo para hacer una copia; incluso, en la sexta acepción se refiere a quien tiene en sí mismo (o en lo que hace) un carácter de novedad. Los creadores de moda, por ejemplo son originales. Original suena positivo, agradable y alentador. Lo innovador, sin embargo, es una palabra más humilde, con menos solera. Sólo tiene una acepción actual, “mudar o alterar algo, introduciendo novedades”, y una en desuso, que resulta además, sumamente curiosa, “volver algo a su estado anterior”. Nada más lejano de la originalidad. Ahora bien, lo original, nace de la nada, irrumpe en la realidad desde lo profundo de la creatividad del sujeto y, si somos consecuentes con el lenguaje, modifica, muda y altera la realidad causando innovación. Puesto en estos términos, tenemos un ciclo completo, y debiera quedarnos claro que ambas palabras son hermanas, pero no son gemelas y menos siamesas. Lo original es todo un mito, porque creemos en ello y consideramos que todo lo que se hace a partir del esfuerzo creador comparte esa naturaleza. Sin embargo, las ideas que originan las obras nuevas, los avances tecnológicos, las piezas con que vamos construyendo la innovación no son, por si mismas del todo originales. Dice la Biblia que no hay nada nuevo bajo el sol y, vaya, el texto que lo indica tiene al menos tres mil años de edad. Así es que, desde los primeros pasos de las civilizaciones occidentales, nos hemos atormentado con la idea de que tan original es lo original, valga la redundancia. Ninguna obra nace de la nada, todo tiene un antecedente. Esto es así, porque nuestro cerebro sólo puede construir a partir de las piezas que le vamos dando desde el mundo. Ya lo decía el viejo Aristóteles, nada hay en la mente que no haya venido de la realidad. Nuestros sentidos van proveyendo de formas, texturas, colores, experiencias, sensaciones y narrativas que nos permiten crear lo que en apariencia es original pero que en realidad es una reconstrucción de lo que otros han dicho antes nuestro. La originalidad e innovación de El Quijote, no hay quien dude que El Quijote de Cervantes es una obra original, que fue él, quien, desde su cárcel en Argel, lo construyó y lo hizo. Pero no es la primera historia de locos victoriosos en el mundo. A muchos de los profetas del antiguo testamento se los tuvo por locos, y la idea, como consta en la carta del Tarot, le da al demente, en nuestra cultura cierto aire de iluminado. No fue El Quijote tampoco el único de los caballeros andantes. La propia obra los cita a pasto, pero es original porque sólo Cervantes podía haber escrito El Quijote cuando lo hizo y sólo sus palabras, puestas tal y como las puso podían construir esa obra. Aclarémonos un poco las ideas. Digamos que Cristóbal Colón no descubre América el 12 de octubre de 1492, que las carabelas hubieran naufragado, que Doña Isabel no junta el dinero necesario para la expedición o que los abates de la Rábida le niegan su apoyo. El continente no se hubiera quedado ignoto, algún español o portugués, un inglés o un holandés hubieran dado con esta tierra nuestra no más allá de, digamos, 1495. La historia hubiera sido otra, pero de ningún modo la misma. Pero, si Cervantes no escribe El Quijote tal y como lo hizo, nos hubiéramos privado de esa obra magnífica para siempre. “La única forma de tener buenas ideas es tener muchas ideas, Linus Pauling, Nobel de Química y Nobel de la Paz”. Twitter @ArellanoRabiela