/ jueves 27 de mayo de 2021

Ingenioso Hidalgo

Don Quijote y Don Juan Tenorio

Dos grandes puntos de comparación: Don Quijote y Don Juan tenorio. En la literatura clásica española llama la atención la facilidad con la que algunos infames personajes de ficción han pasado al subconsciente colectivo como sujetos dignos de admiración y se han convertido en seres paradigmáticos, cuando sus autores pretendían justamente lo contrario: satirizar determinadas costumbres y corruptelas sociales de la época. Es el caso del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y el del burlador de Sevilla Don Juan Tenorio. Recordemos, a Doña Inés, con el sombrero de plumas quitado y la espada colgando para decirle: “¡Ah! ¿No es cierto ángel de amor que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor? Doña Inés sonrió indulgente y don Juan después de carraspear y acomodarse la espada que al girar el torso se le había quedado cruzada, continuó con la farsa: “Esta aura que vaga llena de los sencillos olores”. El Quijote encarna a un fanático intolerante ridículamente peligroso (son los peores) que distorsiona la realidad de acuerdo a sus filias y fobias. Un personaje de los que Cervantes tuvo la desgracia de encontrarse muchas veces en la vida, y que por su culpa terminó más de una vez en la cárcel. Su gracia: la de filosofar sobre la vida. Estas dos figuras fundamentales de la literatura española, Don Quijote de la Mancha y Don Juan Tenorio, han sido objeto de miles de tratados laudatorios. Unamuno, en su Vida de Don Quijote y Sancho, llega al paroxismo animando a crear un patriotismo basado en un alma interior quijotesca. En cambio, Menéndez y Pelayo, más acostumbrado a tratar con heterodoxos, calificó al personaje creado por Cervantes como un simple sujeto monomaníaco. Hoy en día, el caballero de la triste figura, no pasaría de ser un anciano trastocado, a lo mejor hasta se llamaría Alonso Quijano en la vida real, probablemente sería un ex funcionario, o un portero jubilado, que se escaparía de su casa en una moto destartalada para ir a jugar a los video-juegos de los bares, obsesionado en emular las hazañas de los héroes electrónicos. Entre partida y partida sermonearía a su auditorio y convencería de sus excentricidades a más de un Sancho cervecero. Viviría enamorado. La vida de un Don Juan contemporáneo sería aún más miserable que la del ingenioso hidalgo. Su retrato robot nos mostraría un niñato caprichoso, que cree que todo le está permitido, hijo probablemente de un alto ejecutivo de empresa multinacional o de cargo político de renombre, arrufianado y abusivo. En respuesta a los temores de su criado, sin duda más respetable que él, por sus tropelías, le dice: Si es mi padre el dueño de la justicia, y es la privanza del rey, ¿qué temes?. Al final, Zorrilla, en un gesto absolutamente quijotesco, salva a este sujeto del infierno y proclama: Mas es justo; quede aquí al universo notorio, que pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia el Dios de DON JUAN TENORIO. Según Zorrilla, no sólo hay Dios, sino que hay uno de Don Juan Tenorio. El mérito de Cervantes consiste en presentarnos a un amable y enjuto anciano capaz de encubrir su peligrosa locura obsesiva con una sensatez abrumadora, siguiendo la máxima de que el loco ha perdido todo menos la razón. Pero por debajo late el funcionario rabiosamente intransigente. “Soñar el sueño imposible, luchar contra el enemigo, correr donde valientes no se atrevieron alcanzar la estrella inalcanzable, Cervantes”. Twitter @ArellanoRabiela

Don Quijote y Don Juan Tenorio

Dos grandes puntos de comparación: Don Quijote y Don Juan tenorio. En la literatura clásica española llama la atención la facilidad con la que algunos infames personajes de ficción han pasado al subconsciente colectivo como sujetos dignos de admiración y se han convertido en seres paradigmáticos, cuando sus autores pretendían justamente lo contrario: satirizar determinadas costumbres y corruptelas sociales de la época. Es el caso del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y el del burlador de Sevilla Don Juan Tenorio. Recordemos, a Doña Inés, con el sombrero de plumas quitado y la espada colgando para decirle: “¡Ah! ¿No es cierto ángel de amor que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor? Doña Inés sonrió indulgente y don Juan después de carraspear y acomodarse la espada que al girar el torso se le había quedado cruzada, continuó con la farsa: “Esta aura que vaga llena de los sencillos olores”. El Quijote encarna a un fanático intolerante ridículamente peligroso (son los peores) que distorsiona la realidad de acuerdo a sus filias y fobias. Un personaje de los que Cervantes tuvo la desgracia de encontrarse muchas veces en la vida, y que por su culpa terminó más de una vez en la cárcel. Su gracia: la de filosofar sobre la vida. Estas dos figuras fundamentales de la literatura española, Don Quijote de la Mancha y Don Juan Tenorio, han sido objeto de miles de tratados laudatorios. Unamuno, en su Vida de Don Quijote y Sancho, llega al paroxismo animando a crear un patriotismo basado en un alma interior quijotesca. En cambio, Menéndez y Pelayo, más acostumbrado a tratar con heterodoxos, calificó al personaje creado por Cervantes como un simple sujeto monomaníaco. Hoy en día, el caballero de la triste figura, no pasaría de ser un anciano trastocado, a lo mejor hasta se llamaría Alonso Quijano en la vida real, probablemente sería un ex funcionario, o un portero jubilado, que se escaparía de su casa en una moto destartalada para ir a jugar a los video-juegos de los bares, obsesionado en emular las hazañas de los héroes electrónicos. Entre partida y partida sermonearía a su auditorio y convencería de sus excentricidades a más de un Sancho cervecero. Viviría enamorado. La vida de un Don Juan contemporáneo sería aún más miserable que la del ingenioso hidalgo. Su retrato robot nos mostraría un niñato caprichoso, que cree que todo le está permitido, hijo probablemente de un alto ejecutivo de empresa multinacional o de cargo político de renombre, arrufianado y abusivo. En respuesta a los temores de su criado, sin duda más respetable que él, por sus tropelías, le dice: Si es mi padre el dueño de la justicia, y es la privanza del rey, ¿qué temes?. Al final, Zorrilla, en un gesto absolutamente quijotesco, salva a este sujeto del infierno y proclama: Mas es justo; quede aquí al universo notorio, que pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia el Dios de DON JUAN TENORIO. Según Zorrilla, no sólo hay Dios, sino que hay uno de Don Juan Tenorio. El mérito de Cervantes consiste en presentarnos a un amable y enjuto anciano capaz de encubrir su peligrosa locura obsesiva con una sensatez abrumadora, siguiendo la máxima de que el loco ha perdido todo menos la razón. Pero por debajo late el funcionario rabiosamente intransigente. “Soñar el sueño imposible, luchar contra el enemigo, correr donde valientes no se atrevieron alcanzar la estrella inalcanzable, Cervantes”. Twitter @ArellanoRabiela