/ domingo 9 de agosto de 2020

La Mentira y El mal Ejemplo

“Nada tan peligroso como un buen consejo acompañado de un mal ejemplo.” Marquesa de Sablé.

Países los hay donde las diferencias de grupos humanos son mínimas, personas que poco se diferencian en su trato social. Empero, en todo el mundo hay y habrá estratos sociales señalados esencialmente por diferencias económicas y/o culturales. Toda población posee ricos y pobres, cultos o personas de bajo nivel académico, de personalidad estable y de carácter frágil. Reducir al mínimo las desigualdades es una meta de cualquier gobierno. Explicable si entendemos que ningún individuo, hasta los hermanos gemelos, es igual uno al otro. Las facultades de uno pueden ser carencias de otro que a su vez tendrá habilidades que no tenga el anterior, basta ver a deportistas o artistas plásticos. Más el cultivo de las cualidades individuales juagan importante papel.

La realidad, la triste realidad, es que los contrastes son mayores en países mal gobernados o tutelados por tiranos. Un círculo vicioso difícil de romper, la ley del más fuerte, intelectual o por la fuerza, se impone con nimiedades y falso bienestar propios del populismo. El camino es lograr el poder que hoy en día es por la vía democrática, el sistema menos imperfecto, pero no hay algo mejor. Así han llegado a gobernar algunos políticos de rústica intelectualidad, patanes a quienes el poder los conduce a regir caprichosamente.

Reciente publicación en la revista Jornal of Experimental Social Psychology muestra que la gente de bajo status que ocupa puestos de poder tiende a degradar a los demás. En nuestra observación, lo encuentro en los que le hacen sombra por el logro económico obtenido con esfuerzo, trabajo y constancia. Un rasgo es el mentir, repetir la misma falsedad hasta que, como lo aseveran algunos psicólogos, un punto que él mismo creerá que es verdad. Otro distintivo es el dar mal ejemplo a un pueblo polarizado por la dicotomía que el gobernante hace entre buenos y malos disimulados cómo aliados y rivales, partidarios y opositores.

En los Estados Unidos, Brasil y México, la pandemia del coronavirus expuso a sus gobernantes a mostrar la incapacidad de tomar medidas congruentes con la gravedad de la situación. En los tres países gobernados por populistas es donde más muertes han producido la covid-19. En los tres, los presidentes han menospreciado un arma eficaz de reducir el contagio, el cubrebocas. Se exhiben públicamente si portarlo. Con ese mal ejemplo, ¿cómo se puede exigir para que todo el mundo lo use?

Mientras, desde hace más de un mes el “ya se está aplanando la curva epidémica” es una mentira más que en nada ayuda a abatir contagios y la mortalidad que sufre el país.

“Nada tan peligroso como un buen consejo acompañado de un mal ejemplo.” Marquesa de Sablé.

Países los hay donde las diferencias de grupos humanos son mínimas, personas que poco se diferencian en su trato social. Empero, en todo el mundo hay y habrá estratos sociales señalados esencialmente por diferencias económicas y/o culturales. Toda población posee ricos y pobres, cultos o personas de bajo nivel académico, de personalidad estable y de carácter frágil. Reducir al mínimo las desigualdades es una meta de cualquier gobierno. Explicable si entendemos que ningún individuo, hasta los hermanos gemelos, es igual uno al otro. Las facultades de uno pueden ser carencias de otro que a su vez tendrá habilidades que no tenga el anterior, basta ver a deportistas o artistas plásticos. Más el cultivo de las cualidades individuales juagan importante papel.

La realidad, la triste realidad, es que los contrastes son mayores en países mal gobernados o tutelados por tiranos. Un círculo vicioso difícil de romper, la ley del más fuerte, intelectual o por la fuerza, se impone con nimiedades y falso bienestar propios del populismo. El camino es lograr el poder que hoy en día es por la vía democrática, el sistema menos imperfecto, pero no hay algo mejor. Así han llegado a gobernar algunos políticos de rústica intelectualidad, patanes a quienes el poder los conduce a regir caprichosamente.

Reciente publicación en la revista Jornal of Experimental Social Psychology muestra que la gente de bajo status que ocupa puestos de poder tiende a degradar a los demás. En nuestra observación, lo encuentro en los que le hacen sombra por el logro económico obtenido con esfuerzo, trabajo y constancia. Un rasgo es el mentir, repetir la misma falsedad hasta que, como lo aseveran algunos psicólogos, un punto que él mismo creerá que es verdad. Otro distintivo es el dar mal ejemplo a un pueblo polarizado por la dicotomía que el gobernante hace entre buenos y malos disimulados cómo aliados y rivales, partidarios y opositores.

En los Estados Unidos, Brasil y México, la pandemia del coronavirus expuso a sus gobernantes a mostrar la incapacidad de tomar medidas congruentes con la gravedad de la situación. En los tres países gobernados por populistas es donde más muertes han producido la covid-19. En los tres, los presidentes han menospreciado un arma eficaz de reducir el contagio, el cubrebocas. Se exhiben públicamente si portarlo. Con ese mal ejemplo, ¿cómo se puede exigir para que todo el mundo lo use?

Mientras, desde hace más de un mes el “ya se está aplanando la curva epidémica” es una mentira más que en nada ayuda a abatir contagios y la mortalidad que sufre el país.