/ viernes 28 de junio de 2019

La nueva izquierda

La izquierda mexicana resultó más derechista y autoritaria que las falanges franquistas. Superó todas las expectativas de Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial con los recortes que ni en sus mejores tiempos pudo hacer la derecha neoliberal más recalcitrante, pero ahora en nombre del socialismo.

Los ejemplos son variados: investigación, arte, cultura, estancias, salud, pero lo que más me indigna por mi profesión (además de escritor soy médico especialista), es que les recorten a la mitad las becas a médicos y enfermeras pasantes de servicio social y se las retiren a odontólogos y psicólogos.

Para quien no lo sepa, ellos se van un año a áreas rurales apartadas, algunas con alta criminalidad y a donde ni las fueras del estado se atreven a entrar. Algunos son llevados en helicóptero y recogidos una vez al mes para que rindan cuentas y entreguen toneladas de papeles en sus jurisdicciones sanitarias.

En 1997 yo me fui al servicio social, y aunque en aquel entonces que no había democracia y creíamos que estábamos peor, las condiciones eran más favorables que ahora para los pasantes. Aún así me fui con una consigna en la mente a Tabasco, estado que tenían hundido en sus luchas Roberto Madrazo Pintado y Andrés Manuel López Obrador: era preferible perder un año de carrera que la dignidad. Si era necesario renunciaría, pero no me dejaría poner un pie en el cuello por nadie, ni por el poderoso Roberto Madrazo ni por el intransigente Obrador que había tomado meses atrás los pozos petroleros y la Terminal de Dos Bocas a unos kilómetros de donde yo estaba.

Tenía bien claras las cosas: el estado mexicano me necesitaba más a mí de lo que yo lo necesitaba a él y si me querían para campañas políticas u otras acciones que no correspondían a mis labores, estaba dispuesto a dejarles abandonado el centro de salud de La Unión Segunda Sección donde realice el servicio social y esperar otra plaza al año siguiente. Sabía que formaba parte del eslabón más débil de la jurisdicción sanitaria 14 de Paraíso, Tabasco, pero el más digno y necesario.

Y ahí sufrí los embates de los huracanes Opal y Roxana, así como las inundaciones que se vinieron y las epidemias de mosquito, de cólera y dengue que se cobraron más vidas que las marejadas, y aunque pertenecía a la pequeña burguesía de la clase media alta, no deserté porque supe que la población me necesitaba, abandonada como estaba por el gobierno del estado. Recorrí en cayuco las poblaciones aisladas por la creciente que tardó meses en bajar, y así entre conflictos post electorales, huracanes e inundaciones terminé mi servicio social. Aunque realmente mi sostén económico era el dinero que me enviaban de casa y de lo que me proveía la misma gente de la población (yo si he conocido al pueblo bueno y sabio), jamás dejó de llegar mi beca ni me recortaron la magra paga. El dinero no es la punta de la pirámide, pero si necesario para cubrir necesidades básicas, sobre todo si tomamos en cuenta que muchos médicos y enfermeras se van a hacer su servicio social ya casados y con familia.

Si el estado no trata a los pasantes de servicio social en él área de la salud (la única donde se pierde un año lejos de la familia) con el respeto que se merecen y les quitan sus becas para dárselas a los ninis, que salgan, tomen las calles como lo hicieron los residentes, y si no que renuncien en masa, que las universidades no los envíen para que AMLO traiga a sus médicos de Cuba y vea en cuanto le sale el ahorro. Los estudiante pueden esperar una o dos promociones más con mejores condiciones y demostrarle al estado mexicano que no son ello quienes están equivocados, sino los políticos.

Queda aquí la reflexión para el gobierno de la 4T y los futuros médicos que también deben de tener, además de bondad y profesionalismo, dignidad, para evitar se tratados como seres sacrificables.

La izquierda mexicana resultó más derechista y autoritaria que las falanges franquistas. Superó todas las expectativas de Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial con los recortes que ni en sus mejores tiempos pudo hacer la derecha neoliberal más recalcitrante, pero ahora en nombre del socialismo.

Los ejemplos son variados: investigación, arte, cultura, estancias, salud, pero lo que más me indigna por mi profesión (además de escritor soy médico especialista), es que les recorten a la mitad las becas a médicos y enfermeras pasantes de servicio social y se las retiren a odontólogos y psicólogos.

Para quien no lo sepa, ellos se van un año a áreas rurales apartadas, algunas con alta criminalidad y a donde ni las fueras del estado se atreven a entrar. Algunos son llevados en helicóptero y recogidos una vez al mes para que rindan cuentas y entreguen toneladas de papeles en sus jurisdicciones sanitarias.

En 1997 yo me fui al servicio social, y aunque en aquel entonces que no había democracia y creíamos que estábamos peor, las condiciones eran más favorables que ahora para los pasantes. Aún así me fui con una consigna en la mente a Tabasco, estado que tenían hundido en sus luchas Roberto Madrazo Pintado y Andrés Manuel López Obrador: era preferible perder un año de carrera que la dignidad. Si era necesario renunciaría, pero no me dejaría poner un pie en el cuello por nadie, ni por el poderoso Roberto Madrazo ni por el intransigente Obrador que había tomado meses atrás los pozos petroleros y la Terminal de Dos Bocas a unos kilómetros de donde yo estaba.

Tenía bien claras las cosas: el estado mexicano me necesitaba más a mí de lo que yo lo necesitaba a él y si me querían para campañas políticas u otras acciones que no correspondían a mis labores, estaba dispuesto a dejarles abandonado el centro de salud de La Unión Segunda Sección donde realice el servicio social y esperar otra plaza al año siguiente. Sabía que formaba parte del eslabón más débil de la jurisdicción sanitaria 14 de Paraíso, Tabasco, pero el más digno y necesario.

Y ahí sufrí los embates de los huracanes Opal y Roxana, así como las inundaciones que se vinieron y las epidemias de mosquito, de cólera y dengue que se cobraron más vidas que las marejadas, y aunque pertenecía a la pequeña burguesía de la clase media alta, no deserté porque supe que la población me necesitaba, abandonada como estaba por el gobierno del estado. Recorrí en cayuco las poblaciones aisladas por la creciente que tardó meses en bajar, y así entre conflictos post electorales, huracanes e inundaciones terminé mi servicio social. Aunque realmente mi sostén económico era el dinero que me enviaban de casa y de lo que me proveía la misma gente de la población (yo si he conocido al pueblo bueno y sabio), jamás dejó de llegar mi beca ni me recortaron la magra paga. El dinero no es la punta de la pirámide, pero si necesario para cubrir necesidades básicas, sobre todo si tomamos en cuenta que muchos médicos y enfermeras se van a hacer su servicio social ya casados y con familia.

Si el estado no trata a los pasantes de servicio social en él área de la salud (la única donde se pierde un año lejos de la familia) con el respeto que se merecen y les quitan sus becas para dárselas a los ninis, que salgan, tomen las calles como lo hicieron los residentes, y si no que renuncien en masa, que las universidades no los envíen para que AMLO traiga a sus médicos de Cuba y vea en cuanto le sale el ahorro. Los estudiante pueden esperar una o dos promociones más con mejores condiciones y demostrarle al estado mexicano que no son ello quienes están equivocados, sino los políticos.

Queda aquí la reflexión para el gobierno de la 4T y los futuros médicos que también deben de tener, además de bondad y profesionalismo, dignidad, para evitar se tratados como seres sacrificables.

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