Siempre creí que Toluca era una de las ciudades más altas del continente, con unas horas de estar ahí se comienza a sentir la falta de oxígeno, pero hasta que fui de vacaciones a la ciudad de Puno, en Perú, supe lo que era el verdadero mal de altura: a casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar se dificulta la respiración y el dolor de cabeza se hace insoportable si no toma uno té de coca.
Hacer ejercicio sin estar aclimatado puede ocasionar edema pulmonar.
Claro qué hay otros tipos de mal de altura, conozco gente que se trepa en un banco y se marea. Les da la típica enfermedad del “piojo resucitado”.
Hace dos semanas, en un restaurant de Morelia coincidí con el Dr. Míreles, antiguo jefe de las autodefensas de Michoacán, preso político y hoy subdelegado del ISSSTE en Morelia. Desde que fue nombrado “a dedazo” subdelegado estatal, abrigué mis sospechas de su capacidad de gestión.
No es lo mismo empuñar un arma que un estetoscopio. Mis sospechas quedaron fundadas al escucharlo referirse como “pirujas” a las parejas de los derechohabientes. Y es que en aquel restaurante terracalenteño donde lo vi hace dos semanas, no andaba precisamente con su esposa, sino con una joven a la cual, si no se les habría visto tan enamorados, bien habría pasado por su nieta.
Pero así es el poder, rápidamente ocasiona mal de altura y consecuencias como la doble moral, el doble discurso y el olvido.
Si en el IMSS, tratándose de puestos de medio pelo como líderes de equipo de supervisión estatales se han visto graves casos de hipoxia cerebral que desencadenan episodios de demencia, esquizofrenia y trastornos de identidad, con una subdelegación y el respaldo del todo poderoso, no se podía esperar menos.
Espero que mejoren los modos y modales de hacer política en México, pero como las escaleras que se barren de arriba hacia abajo, el cambio de paradigmas debe comenzar por la cabeza.
