/ miércoles 7 de noviembre de 2018

New Orleans

Recuerdo con sobria claridad el primer martes de noviembre de hace dos años, cuando en un restaurante de la bella y colonial San Miguel de Allende más de un centenar de norteamericanos secuestraban el anochecer para lo que sería el triunfo de la primera mujer en llegar a la presidencia del país con la bandera de las barras y las estrellas. Un empresario, estrella de “reality shows”, incendiario y grosero, misógino y racista, improbable y payaso candidato había logrado acercarse al final a la ventaja que durante toda la campaña política le llevaba Hillary Clinton, más las encuestas aun apuntaban al claro triunfo de la candidata demócrata para ocupar la Casa Blanca.

Para las ocho de la noche las “Blue margaritas Clinton” dejaron de fluir en el bar y para las diez el local estaba desolado mientras los comentaristas de las cadenas televisivas norteamericanas anunciaban el triunfo de Donald Trump en la elección presidencial.

El sistema político electoral del país de los billetes verdes está diseñado para que dos años después de la elección presidencial los electores regresen a las urnas para votar para renovar o cambiar a los 435 miembros de la “Cámara baja” (equivalente a la Cámara de diputados en mi México lindo y querido) y a un tercio del Senado (33 de los cien senadores).

Usualmente estas “elecciones de medio término” suelen verse como un refrendo del electorado a la actuación del presidente en turno y usualmente el electorado vota por el partido opositor al presidente por aquello de la “alternancia en el poder” y la balanza entre los poderes de “la Unión”: El Ejecutivo, Presidente; Legislativo, Cámara de diputados y senadores; y Judicial: La Suprema Corte de Justicia.

Aquella noche de noviembre, Trump no sólo arrasó con las “Blue margaritas” de mis anglosajones amigos sanmiguelenses, sino con el Senado y la “Cámara de diputados”, lo que le ha permitido poner en práctica muchas de sus controversiales y macabras políticas públicas sin una oposición desde el poder legislativo.

Ayer martes, dos años después de que comenzara aquella pesadilla, el mundo y gran parte de los Estados Unidos esperaban que una “ola azul” (por el color que identifica a los demócratas) arrasara con un contundente “estamos hartos” en las “elecciones de medio término”. Mas el primer martes de noviembre trajo también un “muro rojo” (por el color que identifica a los republicanos) que casi detiene a la “ola azul”.

El “recuento de los daños” ya es de dominio popular. El senado permanece republicano, 57-43 (donde incluso un puñado de demócratas perdieron escaños). La “Cámara de diputados” será mayoría demócrata, más o menos 235 a 200. Muchas gubernaturas también estuvieron en juego y hoy de los 50 estados americanos 27 serán republicanos y 23 demócratas.

¿Qué diferencia hace esto? La “Cámara baja” demócrata podrá frenar las políticas públicas que Trump trate de impulsar; además tiene la potestad de –legalmente- emplazar al presidente para que responda sobre ciertos cargos y para que aclare sus declaraciones patrimoniales, que sin precedentes en la historia moderna americana nunca hizo públicas ni durante su campaña ni en sus dos años como inquilino de la Casa Blanca.

Si la “Cámara de representantes” demócrata decide emplazar al presidente, tendrá que invertir gran cantidad de su capital político y electoral (que no es mucho) de cara a las elecciones dentro de dos años, cuando Trump buscará la reelección que como vimos este martes, es una mediocre realidad, así que nos esperan veinticuatro meses más de una permanente fractura irreconciliable entre la izquierda y la derecha. Aun si muchas de las acusaciones contra Trump resultaran ciertas a la luz de la opinión pública, para legalmente destituirlo se requeriría del Senado, que ya sabemos, sigue Republicano.

Aunque el electorado americano sigue muy dividido -casi al cincuenta por ciento-, sorpresivamente los votantes que conforman este electorado ha cambiado radicalmente.

Tradicionalmente el voto de la derecha republicana era aquel de las élites y de la gente con educación universitaria y profesiones bien remuneradas que se oponen históricamente a los altos impuestos a los que más ganan y procuran la mínima injerencia del gobierno en la vida de sus gobernados. Sin embargo el grueso de los votos que “acarreó” Donald Trump en su elección como presidente y mucho más aun en estas elecciones de “medio término” fueron de las zonas rurales, sin educación universitaria y motivados por un mensaje nacionalista, proteccionista, machista, infundiendo el terror de la “amenaza” inmigrante y terrorista que sólo un “patriota” como él puede defender, un electorado que de no ser por el incendiario Trump, posiblemente no habría votado.

Por el otro lado, el voto demócrata logró ganar la “Cámara de representantes” gracias al voto de las zonas urbanas, de los universitarios y de las mujeres profesionistas. Así por cierto, casi una mayoría del Congreso serán mujeres por primera vez en la historia.

Dijo un amigo español… “A ver”, ni todos los republicanos son ignorantes ni todos los demócratas son mujeres y profesionistas, más el grueso del electorado así se mostró, y con todo respeto a la ideología derechista, para aquéllos que ven más allá del fútil y vano pero efectivo mensaje del presidente, el hecho de “montarse en su macho” sólo por no votar por la oposición, me parece -sin duda- ignorante.

Hasta la noche del primer martes de noviembre dentro de dos años, queda mucho por hacer, y si el presidente se empeña en llamar a toda la prensa que no está de acuerdo con sus políticas públicas “enemigos del pueblo”, desde esta trinchera literaria le respondo, obsérvese en el espejo… ¿Quién es el enemigo?


Recuerdo con sobria claridad el primer martes de noviembre de hace dos años, cuando en un restaurante de la bella y colonial San Miguel de Allende más de un centenar de norteamericanos secuestraban el anochecer para lo que sería el triunfo de la primera mujer en llegar a la presidencia del país con la bandera de las barras y las estrellas. Un empresario, estrella de “reality shows”, incendiario y grosero, misógino y racista, improbable y payaso candidato había logrado acercarse al final a la ventaja que durante toda la campaña política le llevaba Hillary Clinton, más las encuestas aun apuntaban al claro triunfo de la candidata demócrata para ocupar la Casa Blanca.

Para las ocho de la noche las “Blue margaritas Clinton” dejaron de fluir en el bar y para las diez el local estaba desolado mientras los comentaristas de las cadenas televisivas norteamericanas anunciaban el triunfo de Donald Trump en la elección presidencial.

El sistema político electoral del país de los billetes verdes está diseñado para que dos años después de la elección presidencial los electores regresen a las urnas para votar para renovar o cambiar a los 435 miembros de la “Cámara baja” (equivalente a la Cámara de diputados en mi México lindo y querido) y a un tercio del Senado (33 de los cien senadores).

Usualmente estas “elecciones de medio término” suelen verse como un refrendo del electorado a la actuación del presidente en turno y usualmente el electorado vota por el partido opositor al presidente por aquello de la “alternancia en el poder” y la balanza entre los poderes de “la Unión”: El Ejecutivo, Presidente; Legislativo, Cámara de diputados y senadores; y Judicial: La Suprema Corte de Justicia.

Aquella noche de noviembre, Trump no sólo arrasó con las “Blue margaritas” de mis anglosajones amigos sanmiguelenses, sino con el Senado y la “Cámara de diputados”, lo que le ha permitido poner en práctica muchas de sus controversiales y macabras políticas públicas sin una oposición desde el poder legislativo.

Ayer martes, dos años después de que comenzara aquella pesadilla, el mundo y gran parte de los Estados Unidos esperaban que una “ola azul” (por el color que identifica a los demócratas) arrasara con un contundente “estamos hartos” en las “elecciones de medio término”. Mas el primer martes de noviembre trajo también un “muro rojo” (por el color que identifica a los republicanos) que casi detiene a la “ola azul”.

El “recuento de los daños” ya es de dominio popular. El senado permanece republicano, 57-43 (donde incluso un puñado de demócratas perdieron escaños). La “Cámara de diputados” será mayoría demócrata, más o menos 235 a 200. Muchas gubernaturas también estuvieron en juego y hoy de los 50 estados americanos 27 serán republicanos y 23 demócratas.

¿Qué diferencia hace esto? La “Cámara baja” demócrata podrá frenar las políticas públicas que Trump trate de impulsar; además tiene la potestad de –legalmente- emplazar al presidente para que responda sobre ciertos cargos y para que aclare sus declaraciones patrimoniales, que sin precedentes en la historia moderna americana nunca hizo públicas ni durante su campaña ni en sus dos años como inquilino de la Casa Blanca.

Si la “Cámara de representantes” demócrata decide emplazar al presidente, tendrá que invertir gran cantidad de su capital político y electoral (que no es mucho) de cara a las elecciones dentro de dos años, cuando Trump buscará la reelección que como vimos este martes, es una mediocre realidad, así que nos esperan veinticuatro meses más de una permanente fractura irreconciliable entre la izquierda y la derecha. Aun si muchas de las acusaciones contra Trump resultaran ciertas a la luz de la opinión pública, para legalmente destituirlo se requeriría del Senado, que ya sabemos, sigue Republicano.

Aunque el electorado americano sigue muy dividido -casi al cincuenta por ciento-, sorpresivamente los votantes que conforman este electorado ha cambiado radicalmente.

Tradicionalmente el voto de la derecha republicana era aquel de las élites y de la gente con educación universitaria y profesiones bien remuneradas que se oponen históricamente a los altos impuestos a los que más ganan y procuran la mínima injerencia del gobierno en la vida de sus gobernados. Sin embargo el grueso de los votos que “acarreó” Donald Trump en su elección como presidente y mucho más aun en estas elecciones de “medio término” fueron de las zonas rurales, sin educación universitaria y motivados por un mensaje nacionalista, proteccionista, machista, infundiendo el terror de la “amenaza” inmigrante y terrorista que sólo un “patriota” como él puede defender, un electorado que de no ser por el incendiario Trump, posiblemente no habría votado.

Por el otro lado, el voto demócrata logró ganar la “Cámara de representantes” gracias al voto de las zonas urbanas, de los universitarios y de las mujeres profesionistas. Así por cierto, casi una mayoría del Congreso serán mujeres por primera vez en la historia.

Dijo un amigo español… “A ver”, ni todos los republicanos son ignorantes ni todos los demócratas son mujeres y profesionistas, más el grueso del electorado así se mostró, y con todo respeto a la ideología derechista, para aquéllos que ven más allá del fútil y vano pero efectivo mensaje del presidente, el hecho de “montarse en su macho” sólo por no votar por la oposición, me parece -sin duda- ignorante.

Hasta la noche del primer martes de noviembre dentro de dos años, queda mucho por hacer, y si el presidente se empeña en llamar a toda la prensa que no está de acuerdo con sus políticas públicas “enemigos del pueblo”, desde esta trinchera literaria le respondo, obsérvese en el espejo… ¿Quién es el enemigo?


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