/ miércoles 5 de diciembre de 2018

Nueva Orleans

En mi México lindo y querido, en éste que se fue con el año dos mil dieciocho, que se nos fue con otro sexenio de esperanzas rotas en que, como agua por el caño, se nos fue la ilusión de rescatar aquel país -sin esta terrible violencia- del que mal que bien gozábamos hace un par de décadas, en esta patria ensangrentada en la que todos hemos sido o conocemos a alguna víctima de la violencia provocada por la pléyade de corrientes de delincuencia organizada que nos han ahogado por tanto tiempo, es también muy probable que sepamos “de primera mano” acerca de alguno de los ciento cincuenta mil ejecutados durante los últimos seis años. En especial en este último año, si vive usted en el estado de Guanajuato o Baja California.

Tan sólo en los últimos once meses de este año que se termina, más de dos mil setecientos homicidios en el estado cuna y fragua de la independencia de México, más de dos mil quinientos en el norteño estado colindante con la Unión Americana. Ambas entidades federativas, por encima del poblado estado de México que con dos mil doscientos homicidios tiene más de once millones de habitantes más que Guanajuato o Baja California.

Tan sólo el martes pasado, en el estado que alberca ciudades turísticas “patrimonio de la humanidad” como San Miguel de Allende y la capital “Ciudad de las ranas” se registraron dieciocho asesinatos en menos de veinticuatro horas. En uno de ellos, los delincuentes dieron por muerto a la víctima y al entrarse que no era así, horas más tarde ingresaron en el hospital para terminar su tarea. En otro caso, los sicarios no esperaron la oportunidad de alcanzar a su víctima, sino que ingresaron a su domicilio y dispersaron la sangre frente a su familia. En la plaza de otro municipio, tres cuerpos más fueron “aventados” en plena luz del día… En menos de veinticuatro horas. En un sólo estado de México, el más violento este año. Guanajuato. 2759 homicidios en once meses. Más 18 del martes. ¿Estoy contando los desaparecidos? No.

El hartazgo de la violencia misma es tan grande como los repetidos argumentos de si el ex presidente Calderón inició una “guerra” que no podía ganar contra los carteles de narcotraficantes; de si el ex presidente Peña Nieto “minimizó” y hasta “ignoró” el problema de la violencia como una de sus prioridades iniciando su sexenio; o si los homicidios aumentaron sistemáticamente año con año hasta rebasar el total de víctimas en su gobierno comparado con el de Calderón; o si los dos estados con mayor número de ejecuciones son gobernados por el PAN; o si el presidente López Obrador alardeó en su primera conferencia matutina del lunes que bajó el número de homicidios en su primer fin de semana en el poder de 80 a 50…. ¡Un homicidio, señor presidente; uno, es demasiado!

De cara a la pléyade de reformas, la voz de un mexicano, de un guanajuatense, le exige a sus gobernantes que antes de “correr” deben liberar a nuestra patria del secuestro en el que nos tiene subyugados la violencia. Los decapitados, colgados, balaceados, los muertos, sean o no miembros de los carteles, sean o no “daño colateral” de la lucha entre el gobierno y los delincuentes, sea uno, cincuenta, ochenta, 2759+18 o 150,000.

La gran mayoría de los especialistas en la materia concuerdan en que este secuestro se tiene que luchar en varios frentes. La captura y muerte de los líderes de los grandes carteles llevó a la formación de cientos de células delictivas más pequeñas pero igualmente violentas. Los golpes a los cargamentos de droga provocados por las autoridades de los diferentes países involucrados y entre las mismas organizaciones criminales han provocado que las mismas diversifiquen sus actividades delictivas más allá del narcotráfico, haciendo de los secuestros y extorsión, el “pago de rentas”, trata de personas, asaltos y robo de combustible, delitos a la alta con un grado de violencia y deshumanización por la vida misma que los criminales entrenados en las guerras entre narcos están descargando sobre las víctimas de la sociedad honestamente productiva.

La división entre ideologías políticas enflaquece la guerra contra un enemigo común: la violencia. El problema de los “huachicoles” en el panista Guanajuato debe atenderse de forma diferente al de drogas y trata de personas en la panista Baja California, y ambos deben de ser coordinados por el morenista gobierno federal. Mas todos deben de ser atendidos como un sólo México, inclusivo, tolerante a las ideas distintas e innovadoras. Sin duda la posible legalización de ciertas drogas dará un golpe letal al narcotráfico, pero quizás no así a las organizaciones criminales que se diversifican. Los gobiernos municipales y estatales tienen una tarea fundamental, pues, en identificar sus entornos delictivos y con apoyo y coordinación del gobierno federal, atacar y anticipar la diversificación de los criminales.

No estoy porque panistas, priístas y perredistas aplaudan el populismo obradorista, pero antes de pensar en una lucha democrática libre y justa debemos tener un país en que las condiciones pacíficas y el estado de derecho reine. Un país que no tenemos hoy, ni en Guanajuato ni en México. No acabemos de perder la paz social que, obviamente. se nos va como arena entre las manos. Es tiempo de sumar por una causa común, por México. Todo lo demás es secundario. Primero, el fin a la violencia. Esa es, señores gobernantes, la prioridad.

luisesparz@gmail.com


En mi México lindo y querido, en éste que se fue con el año dos mil dieciocho, que se nos fue con otro sexenio de esperanzas rotas en que, como agua por el caño, se nos fue la ilusión de rescatar aquel país -sin esta terrible violencia- del que mal que bien gozábamos hace un par de décadas, en esta patria ensangrentada en la que todos hemos sido o conocemos a alguna víctima de la violencia provocada por la pléyade de corrientes de delincuencia organizada que nos han ahogado por tanto tiempo, es también muy probable que sepamos “de primera mano” acerca de alguno de los ciento cincuenta mil ejecutados durante los últimos seis años. En especial en este último año, si vive usted en el estado de Guanajuato o Baja California.

Tan sólo en los últimos once meses de este año que se termina, más de dos mil setecientos homicidios en el estado cuna y fragua de la independencia de México, más de dos mil quinientos en el norteño estado colindante con la Unión Americana. Ambas entidades federativas, por encima del poblado estado de México que con dos mil doscientos homicidios tiene más de once millones de habitantes más que Guanajuato o Baja California.

Tan sólo el martes pasado, en el estado que alberca ciudades turísticas “patrimonio de la humanidad” como San Miguel de Allende y la capital “Ciudad de las ranas” se registraron dieciocho asesinatos en menos de veinticuatro horas. En uno de ellos, los delincuentes dieron por muerto a la víctima y al entrarse que no era así, horas más tarde ingresaron en el hospital para terminar su tarea. En otro caso, los sicarios no esperaron la oportunidad de alcanzar a su víctima, sino que ingresaron a su domicilio y dispersaron la sangre frente a su familia. En la plaza de otro municipio, tres cuerpos más fueron “aventados” en plena luz del día… En menos de veinticuatro horas. En un sólo estado de México, el más violento este año. Guanajuato. 2759 homicidios en once meses. Más 18 del martes. ¿Estoy contando los desaparecidos? No.

El hartazgo de la violencia misma es tan grande como los repetidos argumentos de si el ex presidente Calderón inició una “guerra” que no podía ganar contra los carteles de narcotraficantes; de si el ex presidente Peña Nieto “minimizó” y hasta “ignoró” el problema de la violencia como una de sus prioridades iniciando su sexenio; o si los homicidios aumentaron sistemáticamente año con año hasta rebasar el total de víctimas en su gobierno comparado con el de Calderón; o si los dos estados con mayor número de ejecuciones son gobernados por el PAN; o si el presidente López Obrador alardeó en su primera conferencia matutina del lunes que bajó el número de homicidios en su primer fin de semana en el poder de 80 a 50…. ¡Un homicidio, señor presidente; uno, es demasiado!

De cara a la pléyade de reformas, la voz de un mexicano, de un guanajuatense, le exige a sus gobernantes que antes de “correr” deben liberar a nuestra patria del secuestro en el que nos tiene subyugados la violencia. Los decapitados, colgados, balaceados, los muertos, sean o no miembros de los carteles, sean o no “daño colateral” de la lucha entre el gobierno y los delincuentes, sea uno, cincuenta, ochenta, 2759+18 o 150,000.

La gran mayoría de los especialistas en la materia concuerdan en que este secuestro se tiene que luchar en varios frentes. La captura y muerte de los líderes de los grandes carteles llevó a la formación de cientos de células delictivas más pequeñas pero igualmente violentas. Los golpes a los cargamentos de droga provocados por las autoridades de los diferentes países involucrados y entre las mismas organizaciones criminales han provocado que las mismas diversifiquen sus actividades delictivas más allá del narcotráfico, haciendo de los secuestros y extorsión, el “pago de rentas”, trata de personas, asaltos y robo de combustible, delitos a la alta con un grado de violencia y deshumanización por la vida misma que los criminales entrenados en las guerras entre narcos están descargando sobre las víctimas de la sociedad honestamente productiva.

La división entre ideologías políticas enflaquece la guerra contra un enemigo común: la violencia. El problema de los “huachicoles” en el panista Guanajuato debe atenderse de forma diferente al de drogas y trata de personas en la panista Baja California, y ambos deben de ser coordinados por el morenista gobierno federal. Mas todos deben de ser atendidos como un sólo México, inclusivo, tolerante a las ideas distintas e innovadoras. Sin duda la posible legalización de ciertas drogas dará un golpe letal al narcotráfico, pero quizás no así a las organizaciones criminales que se diversifican. Los gobiernos municipales y estatales tienen una tarea fundamental, pues, en identificar sus entornos delictivos y con apoyo y coordinación del gobierno federal, atacar y anticipar la diversificación de los criminales.

No estoy porque panistas, priístas y perredistas aplaudan el populismo obradorista, pero antes de pensar en una lucha democrática libre y justa debemos tener un país en que las condiciones pacíficas y el estado de derecho reine. Un país que no tenemos hoy, ni en Guanajuato ni en México. No acabemos de perder la paz social que, obviamente. se nos va como arena entre las manos. Es tiempo de sumar por una causa común, por México. Todo lo demás es secundario. Primero, el fin a la violencia. Esa es, señores gobernantes, la prioridad.

luisesparz@gmail.com


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