/ jueves 28 de febrero de 2019

Nueva Orleans

“…como le va en la feria”

En su columna de la semana pasada, el periodista de habla hispana más reconocido al norte del rio Bravo, señalaba el “profundo error” de AMLO al no condenar la “dictadura brutal” en Venezuela. En su columna de esta semana, el mismo Jorge Ramos relata cómo el martes pasado fue víctima y sobreviviente de tal dictadura.

Secuestrado por un par de horas en un cuarto obscuro del Palacio Miraflores en Caracas, el periodista mexicano -que fuese nombrado hace algunos años una de las cien personas más influyentes del mundo por la revista “TIME”- y sus compañeros productores y camarógrafos, fueron despojados de celulares y equipo de grabación cuando el dictador venezolano Nicolás Maduro decidió, a los diecisiete minutos de la entrevista, detenerla de tajo al momento que el presentador de la cadena de noticias “Univisión” lo presionaba con incisivas preguntas y evidencia de videos grabados por él mismo.

Quizás de no haber sido por la productora que pudo llamar inmediatamente (antes de que la despojaran del teléfono) al presidente de la cadena Univisión, quizás por la fama del laureado Ramos, o quizás porque “no les tocaba”, el equipo de periodistas podría haber desaparecido o ‘sufrido algún accidente’ como tantos de los opositores al régimen del dictador venezolano.

Habiendo conocido a varios venezolanos auto exiliados en varias partes del mundo, quienes han sufrido en carne propia no sólo la miseria, sino la violencia y represión del Chavismo y del dictador Maduro, leyendo y escuchando las noticias que vienen del país sudamericano por vías oficialistas, opositoras y de corresponsales extranjeros, tendría que ser ciego, sordo, y mucho más: mudo, para no denunciar la dictadura, corrupción, represión e inminente violación a los derechos humanos que se sigue viviendo en Venezuela.

En México, como en Venezuela, no me cabe la menor duda que la política es “de compromisos”; más en su mayoría no de compromisos de los gobernantes con el pueblo, sino de los compromisos que esos mismos políticos que el pueblo eligió, hacen a puerta cerrada o de forma muy descarada para mantener la balanza del poder.

El hecho de que nuestro presidente mantenga una posición “neutral” sin condenar los hechos que suceden en Venezuela, escudado en una “doctrina Estrada” de los gobiernos postrevolucionarios y priistas de los años treinta es -por lo menos y en principio- patético, ingenuo y hasta descarado e incongruente.

La “doctrina Estrada” de no intervención ni pronunciamiento en asuntos internos de otros países, creada y utilizada durante los gobiernos post revolucionarios como una medida de “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti” en los tiempos en que los Estados Unidos no reconocían precisamente a los nuevos gobiernos mexicanos como legítimos, se ha usado y desusado por los mismo gobiernos priistas de donde salió López Obrador, a la conveniencia, contentillo y por los “compromisos” de los gobernantes. O es que a López Obrador ya se le olvido que durante los años setentas -cuando fervorosamente afiliado al PRI hacía campaña por el candidato tricolor al senado Carlos Pellicer- el gobierno mexicano rompió relaciones con Nicaragua y Chile durante las dictaduras de Somosa y Pinochet respectivamente, y vaya, ni que decir de la “sede mexicana” de los exiliados del Franquismo español.

Pero bueno, esos eran “otros tiempos”, como los eran los de finales del 2009, cuando el gobierno de la ciudad de México dirigido entonces nada más ni nada menos que por el hoy encargado de la política exterior Marcelo Ebrard, apoyó “de facto” al exiliado presidente hondureño Manuel Zelaya (derrocado por un golpe de estado de la milicia que puso como presidente interino a Roberto Micheleti). El apoyo vino en la forma de la intervención con las fuerzas del estado (de la ciudad de México) para retomar la embajada hondureña en México y restituir a su embajadora Rosalinda Bueso, que se casaría dos años más tarde nada más ni nada menos que con Marcelo Ebrard.

Pero bueno, esos eran otros tiempos, como cuando a finales del 2017 Yeidckol Polevnsky –Presidente Nacional de MORENA- organizaba un grupo de apoyo de su partido a la delegación que enviaría Nicolás Maduro a Cancún en previsión a la postura crítica de México y otros países para con el régimen venezolano; o como cuando calificó de “aberración” apenas en enero pasado la declaratoria del grupo de Lima que exigía al presidente venezolano no asumir el cargo después de las elecciones que todo el mundo, excepto gente como Nicolás Maduro y obviamente, Polevnsky, calificó como fraudulentas.

Si México se está manteniendo “al margen” como una estrategia para, eventualmente, ser el “gran mediador” en cuyo suelo se dé el diálogo; si el presidente azteca tiene las manos llenas con los no pocos conflictos y reformas internas, o si tiene demasiados compromisos con propios y extraños (ni siquiera toco aquí la especulación cada vez más sonada de un posible trato comercial “gasolinero” con el país sudamericano –que quizás se cayó gracias a los conflictos de Maduro-), la postura del mandatario mexicano es una bofetada para los venezolanos que residen en nuestro país y que lo vieron alcanzar la presidencia, señalando durante su milenaria campaña en el mismo territorio mexicano, muchas de las violaciones a los derechos humanos por gobiernos priistas y panistas, que hoy sufre el pueblo de Venezuela.

Mientras veía las imágenes de Juan Guaido “tomando protesta” como presidente “legítimo” de Venezuela en una plaza pública, denunciando el fraude electoral, la corrupción y la violación de los derechos humanos, no pude dejar de remembrar a un López Obrador haciendo lo propio en el Ángel de la Independencia hace algunos años… No cabe duda que “cada quien habla como le va en la feria”.

luisesparz@gmail.com

“…como le va en la feria”

En su columna de la semana pasada, el periodista de habla hispana más reconocido al norte del rio Bravo, señalaba el “profundo error” de AMLO al no condenar la “dictadura brutal” en Venezuela. En su columna de esta semana, el mismo Jorge Ramos relata cómo el martes pasado fue víctima y sobreviviente de tal dictadura.

Secuestrado por un par de horas en un cuarto obscuro del Palacio Miraflores en Caracas, el periodista mexicano -que fuese nombrado hace algunos años una de las cien personas más influyentes del mundo por la revista “TIME”- y sus compañeros productores y camarógrafos, fueron despojados de celulares y equipo de grabación cuando el dictador venezolano Nicolás Maduro decidió, a los diecisiete minutos de la entrevista, detenerla de tajo al momento que el presentador de la cadena de noticias “Univisión” lo presionaba con incisivas preguntas y evidencia de videos grabados por él mismo.

Quizás de no haber sido por la productora que pudo llamar inmediatamente (antes de que la despojaran del teléfono) al presidente de la cadena Univisión, quizás por la fama del laureado Ramos, o quizás porque “no les tocaba”, el equipo de periodistas podría haber desaparecido o ‘sufrido algún accidente’ como tantos de los opositores al régimen del dictador venezolano.

Habiendo conocido a varios venezolanos auto exiliados en varias partes del mundo, quienes han sufrido en carne propia no sólo la miseria, sino la violencia y represión del Chavismo y del dictador Maduro, leyendo y escuchando las noticias que vienen del país sudamericano por vías oficialistas, opositoras y de corresponsales extranjeros, tendría que ser ciego, sordo, y mucho más: mudo, para no denunciar la dictadura, corrupción, represión e inminente violación a los derechos humanos que se sigue viviendo en Venezuela.

En México, como en Venezuela, no me cabe la menor duda que la política es “de compromisos”; más en su mayoría no de compromisos de los gobernantes con el pueblo, sino de los compromisos que esos mismos políticos que el pueblo eligió, hacen a puerta cerrada o de forma muy descarada para mantener la balanza del poder.

El hecho de que nuestro presidente mantenga una posición “neutral” sin condenar los hechos que suceden en Venezuela, escudado en una “doctrina Estrada” de los gobiernos postrevolucionarios y priistas de los años treinta es -por lo menos y en principio- patético, ingenuo y hasta descarado e incongruente.

La “doctrina Estrada” de no intervención ni pronunciamiento en asuntos internos de otros países, creada y utilizada durante los gobiernos post revolucionarios como una medida de “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti” en los tiempos en que los Estados Unidos no reconocían precisamente a los nuevos gobiernos mexicanos como legítimos, se ha usado y desusado por los mismo gobiernos priistas de donde salió López Obrador, a la conveniencia, contentillo y por los “compromisos” de los gobernantes. O es que a López Obrador ya se le olvido que durante los años setentas -cuando fervorosamente afiliado al PRI hacía campaña por el candidato tricolor al senado Carlos Pellicer- el gobierno mexicano rompió relaciones con Nicaragua y Chile durante las dictaduras de Somosa y Pinochet respectivamente, y vaya, ni que decir de la “sede mexicana” de los exiliados del Franquismo español.

Pero bueno, esos eran “otros tiempos”, como los eran los de finales del 2009, cuando el gobierno de la ciudad de México dirigido entonces nada más ni nada menos que por el hoy encargado de la política exterior Marcelo Ebrard, apoyó “de facto” al exiliado presidente hondureño Manuel Zelaya (derrocado por un golpe de estado de la milicia que puso como presidente interino a Roberto Micheleti). El apoyo vino en la forma de la intervención con las fuerzas del estado (de la ciudad de México) para retomar la embajada hondureña en México y restituir a su embajadora Rosalinda Bueso, que se casaría dos años más tarde nada más ni nada menos que con Marcelo Ebrard.

Pero bueno, esos eran otros tiempos, como cuando a finales del 2017 Yeidckol Polevnsky –Presidente Nacional de MORENA- organizaba un grupo de apoyo de su partido a la delegación que enviaría Nicolás Maduro a Cancún en previsión a la postura crítica de México y otros países para con el régimen venezolano; o como cuando calificó de “aberración” apenas en enero pasado la declaratoria del grupo de Lima que exigía al presidente venezolano no asumir el cargo después de las elecciones que todo el mundo, excepto gente como Nicolás Maduro y obviamente, Polevnsky, calificó como fraudulentas.

Si México se está manteniendo “al margen” como una estrategia para, eventualmente, ser el “gran mediador” en cuyo suelo se dé el diálogo; si el presidente azteca tiene las manos llenas con los no pocos conflictos y reformas internas, o si tiene demasiados compromisos con propios y extraños (ni siquiera toco aquí la especulación cada vez más sonada de un posible trato comercial “gasolinero” con el país sudamericano –que quizás se cayó gracias a los conflictos de Maduro-), la postura del mandatario mexicano es una bofetada para los venezolanos que residen en nuestro país y que lo vieron alcanzar la presidencia, señalando durante su milenaria campaña en el mismo territorio mexicano, muchas de las violaciones a los derechos humanos por gobiernos priistas y panistas, que hoy sufre el pueblo de Venezuela.

Mientras veía las imágenes de Juan Guaido “tomando protesta” como presidente “legítimo” de Venezuela en una plaza pública, denunciando el fraude electoral, la corrupción y la violación de los derechos humanos, no pude dejar de remembrar a un López Obrador haciendo lo propio en el Ángel de la Independencia hace algunos años… No cabe duda que “cada quien habla como le va en la feria”.

luisesparz@gmail.com

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