/ jueves 16 de mayo de 2019

Nueva Orleans

El punto rojo.

Cuando leía los encabezados sobre la “Guerra de los tomates” en días pasados, lo primero que se me vino a la mente fue la celebración que se da durante el verano en una provincia de Valencia, España en la que, literalmente, desde cuatro camiones los vecinos del lugar se “agarran” a “jitomatatazos” con los miles de turistas en la tradicional “Tomatina”. Mas la actual guerra jitomatera en la que en principio, nuestro país ha perdido contra el vecino del norte, no tiene nada de celebratorio y sí una realidad muy sombría.

Desde la firma de aquel Tratado de Libre Comercio firmado por un Salinas y un Bush (papá) como presidentes y que entrase en vigor en 1994, los principales productores de jitomate en la Unión Americana, ubicados en el estado de la Florida, alzaron la mano en protesta de lo que consideraban prácticas injustas por el bajo costo de la producción de la verdura roja en México, contra la misma en el país con la bandera de las barras y las estrellas. Aquellos productores floridianos tenían y tienen un punto: tan solo entre muchas otras cosas, un jornalero cosechando jitomates gana en Florida en una hora lo que un mexicano gana en un día realizando la misma labor en tierras aztecas (La paradoja -aunque es “harina de otro costal”- es que muchos de esos jornaleros en Florida son mexicanos indocumentados).

Así las cosas, desde 1995 los productores jitomateros han buscado con recursos legales y políticos “balancear” la competencia apelando a sus gobernantes y a organismos internacionales.

Las cortes y los mandatarios en turno ni les han dado la razón ni se las han negado y más bien han dado prórrogas tratando de aplacar a los floridianos con un precio mínimo con el que se puede vender la caja del jitomate mexicano en el país de los dólares.

La última de estas prórrogas concluyó el pasado febrero y el mandatario en turno resulta ser el proteccionista presidente Trump.

Durante los más de veinte años del tratado comercial, las ventas del jitomate mexicano se han incrementado en Estados Unidos a tal punto que hoy más de la mitad de los jitomates que se consumen el la USA son mexicanos. Las razones son varias. El precio mínimo (en dólares) por caja benefició a los productores mexicanos (en pesos), pues pudieron invertir en tecnología que hoy les permite ofrecer un mejor producto que el de los floridianos. Mientras en Florida los jitomates se cosechan aún verdes y con muchos incentivos artificiales, las ventajas de mano de obra más económica y menos pagos de seguridad social y seguros de trabajo, le permiten a la verdura azteca cosecharse ya madura y ofrecerse fresca, lo que ha dado la preferencia en los consumidores anglosajones al punto de duplicar las ventas en los últimos diez años.

Al término de la cuarta suspensión de la investigación durante los últimos 20 años en “prácticas comerciales desleales” el presidente Trump decidió la semana pasada imponer un impuesto “precautorio” del 17.5% al jitomate mexicano. Esto significa que el productor tiene que pagar una especie de “fianza” a los Estados Unidos por exportar las rebanadas tan consumidas en las hamburguesas americanas. Esto, hasta que la investigación sobre las supuestas prácticas desleales arroje resultados en noviembre, cuando -si el fallo es a favor de los mexicanos- se les regresaría tal impuesto.

Por lo pronto, el pequeño y mediano productor tendrá que sustentar el pago frontal del 17.5 %. Vamos haciendo números: un productor promedio alcanza a producir hoy en día unas 90,000 cajas (450 toneladas) en un ciclo de diez meses. Para ello requiere de una inversión de 250 a 350 mil dólares (dependiendo de la zona del país por la temperatura y el transporte). Con las nuevas tarifas y el precio por caja, tendrá que invertir unos cien mil dólares más que podría perder con esta “fianza/impuesto”. Me pregunto cuántos productores mexicanos cuentan con esos dos millones de pesos en la cartera para arriesgarlos así, sin contar con que el precio en Estados Unidos se incrementará y habrá menos demanda.

En el éxito de un país y de un negocio se habla mucho de la generación y pérdida de empleos en la pequeña y mediana empresa. Si se cierra una “tiendita” o “papeleria’ se pierden unos 5 o 10 empleos. En un restaurante, unos 10 o 20. En una pequeña fábrica, unos 50. La industria del jitomate emplea directamente 400 mil mexicanos y más de un millón, indirectamente. Es el tercer producto más exportado a Estados Unidos después de la cerveza y el aguacate.

Ya algunas voces hablan de la independencia que debemos tener respecto al comercio con Estados Unidos; pero en números, los costos de transporte y riesgo a otros mercados no son tan deliciosos como una enjitomatada.

Aunque el proteccionista presidente Trump le impuso los aranceles al acero inoxidable y al aluminio a México, las razones para el arancel al jitomate tienen más que ver con cuestiones políticas. En las últimas cuatro elecciones el estado de Florida ha sido fundamental para decidir la presidencia. Recordemos que Bush hijo le ganó a Al Gore después de una batalla legal por el recuento de votos en la cerrada elección de Florida. El mismo Trump no podría haber ganado si no fuese por el mismo estado, y apenas el año pasado algunos condados de la península decidieron por menos de cien votos en las elecciones en que los demócratas recuperaron el Congreso, pero perdieron el Senado. Trump sabe que en dos años necesita de esos votos y la resolución del próximo noviembre para hacer permanente el impuesto al jitomate mexicano será una tarea cuesta arriba para nuestro país y tendrá la “cargada” de la presidencia de Trump y del influyente senador por Florida, el republicano Ted Cruz, a quien Trump necesita a todas luces para tratar de reelegirse.

Así de obscuro es pues el panorama para nuestros productores mexicanos, y más aún, con un presidente Obrador que “no interviene” en asuntos internos de otros países y a quien la negociación política no se le da más allá de sus cautivos seguidores dentro del país. luisesparz@gmail.com

El punto rojo.

Cuando leía los encabezados sobre la “Guerra de los tomates” en días pasados, lo primero que se me vino a la mente fue la celebración que se da durante el verano en una provincia de Valencia, España en la que, literalmente, desde cuatro camiones los vecinos del lugar se “agarran” a “jitomatatazos” con los miles de turistas en la tradicional “Tomatina”. Mas la actual guerra jitomatera en la que en principio, nuestro país ha perdido contra el vecino del norte, no tiene nada de celebratorio y sí una realidad muy sombría.

Desde la firma de aquel Tratado de Libre Comercio firmado por un Salinas y un Bush (papá) como presidentes y que entrase en vigor en 1994, los principales productores de jitomate en la Unión Americana, ubicados en el estado de la Florida, alzaron la mano en protesta de lo que consideraban prácticas injustas por el bajo costo de la producción de la verdura roja en México, contra la misma en el país con la bandera de las barras y las estrellas. Aquellos productores floridianos tenían y tienen un punto: tan solo entre muchas otras cosas, un jornalero cosechando jitomates gana en Florida en una hora lo que un mexicano gana en un día realizando la misma labor en tierras aztecas (La paradoja -aunque es “harina de otro costal”- es que muchos de esos jornaleros en Florida son mexicanos indocumentados).

Así las cosas, desde 1995 los productores jitomateros han buscado con recursos legales y políticos “balancear” la competencia apelando a sus gobernantes y a organismos internacionales.

Las cortes y los mandatarios en turno ni les han dado la razón ni se las han negado y más bien han dado prórrogas tratando de aplacar a los floridianos con un precio mínimo con el que se puede vender la caja del jitomate mexicano en el país de los dólares.

La última de estas prórrogas concluyó el pasado febrero y el mandatario en turno resulta ser el proteccionista presidente Trump.

Durante los más de veinte años del tratado comercial, las ventas del jitomate mexicano se han incrementado en Estados Unidos a tal punto que hoy más de la mitad de los jitomates que se consumen el la USA son mexicanos. Las razones son varias. El precio mínimo (en dólares) por caja benefició a los productores mexicanos (en pesos), pues pudieron invertir en tecnología que hoy les permite ofrecer un mejor producto que el de los floridianos. Mientras en Florida los jitomates se cosechan aún verdes y con muchos incentivos artificiales, las ventajas de mano de obra más económica y menos pagos de seguridad social y seguros de trabajo, le permiten a la verdura azteca cosecharse ya madura y ofrecerse fresca, lo que ha dado la preferencia en los consumidores anglosajones al punto de duplicar las ventas en los últimos diez años.

Al término de la cuarta suspensión de la investigación durante los últimos 20 años en “prácticas comerciales desleales” el presidente Trump decidió la semana pasada imponer un impuesto “precautorio” del 17.5% al jitomate mexicano. Esto significa que el productor tiene que pagar una especie de “fianza” a los Estados Unidos por exportar las rebanadas tan consumidas en las hamburguesas americanas. Esto, hasta que la investigación sobre las supuestas prácticas desleales arroje resultados en noviembre, cuando -si el fallo es a favor de los mexicanos- se les regresaría tal impuesto.

Por lo pronto, el pequeño y mediano productor tendrá que sustentar el pago frontal del 17.5 %. Vamos haciendo números: un productor promedio alcanza a producir hoy en día unas 90,000 cajas (450 toneladas) en un ciclo de diez meses. Para ello requiere de una inversión de 250 a 350 mil dólares (dependiendo de la zona del país por la temperatura y el transporte). Con las nuevas tarifas y el precio por caja, tendrá que invertir unos cien mil dólares más que podría perder con esta “fianza/impuesto”. Me pregunto cuántos productores mexicanos cuentan con esos dos millones de pesos en la cartera para arriesgarlos así, sin contar con que el precio en Estados Unidos se incrementará y habrá menos demanda.

En el éxito de un país y de un negocio se habla mucho de la generación y pérdida de empleos en la pequeña y mediana empresa. Si se cierra una “tiendita” o “papeleria’ se pierden unos 5 o 10 empleos. En un restaurante, unos 10 o 20. En una pequeña fábrica, unos 50. La industria del jitomate emplea directamente 400 mil mexicanos y más de un millón, indirectamente. Es el tercer producto más exportado a Estados Unidos después de la cerveza y el aguacate.

Ya algunas voces hablan de la independencia que debemos tener respecto al comercio con Estados Unidos; pero en números, los costos de transporte y riesgo a otros mercados no son tan deliciosos como una enjitomatada.

Aunque el proteccionista presidente Trump le impuso los aranceles al acero inoxidable y al aluminio a México, las razones para el arancel al jitomate tienen más que ver con cuestiones políticas. En las últimas cuatro elecciones el estado de Florida ha sido fundamental para decidir la presidencia. Recordemos que Bush hijo le ganó a Al Gore después de una batalla legal por el recuento de votos en la cerrada elección de Florida. El mismo Trump no podría haber ganado si no fuese por el mismo estado, y apenas el año pasado algunos condados de la península decidieron por menos de cien votos en las elecciones en que los demócratas recuperaron el Congreso, pero perdieron el Senado. Trump sabe que en dos años necesita de esos votos y la resolución del próximo noviembre para hacer permanente el impuesto al jitomate mexicano será una tarea cuesta arriba para nuestro país y tendrá la “cargada” de la presidencia de Trump y del influyente senador por Florida, el republicano Ted Cruz, a quien Trump necesita a todas luces para tratar de reelegirse.

Así de obscuro es pues el panorama para nuestros productores mexicanos, y más aún, con un presidente Obrador que “no interviene” en asuntos internos de otros países y a quien la negociación política no se le da más allá de sus cautivos seguidores dentro del país. luisesparz@gmail.com

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