/ lunes 1 de abril de 2019

Perdonad a los Ingenuos

Cuando creí que con la partida de Peña Nieto nos quedaríamos sin chamba los opinólogos y críticos, del cielo nos cayó la 4T que es igual de ocurrente que el régimen priísta y el intermezzo que nos heredaron para la posteridad con sus chascarrillos un loco y un dipsómano del PAN.

No es mi intención en esta columna defender a España de su Leyenda Negra ni exculparla de los crímenes cometidos contra los pueblos originarios en la conquista, pero la conquista era un tema ya superado por los mexicanos que muchos estudiosos (incluido nuestro único Premio Nobel de literatura) se habían encargado de esclarecer para romper el viejo mito que sirvió simbólicamente al PRI, de que los malvados españoles llegaron a conquistar un “país bueno y sabio llamado México”, sojuzgaron a sus pueblos originarios y por eso somos una nación subdesarrollada, amenazada, que necesita héroes como Cuauhtémoc o Cuitláhuac, encarnados por los Huey Tlatoanis priistas.

Cualquier historiador sabe que ni España existía como la conocemos actualmente, ni México como tal existió hasta que los castellanos delimitaron las fronteras del Virreinato de la Nueva España, o sea, México no era un país, sino una confederación de pueblos que sobre el Lago de Texcoco formaron una Triple Alianza para pelear contra todas las demás ciudades estado de Mesoamérica, las cuales, aprovechando la oportunidad que les dio la llegada de los europeos, aniquilaron con saña a los aztecas.

La verdad histórica es que todos los pueblos originarios apoyados y armados por no más de mil trescientos castellanos, les echaron montón a únicamente 3 pueblos confederados asentados en Lago de Texcoco (que eran los originales mexicanos) cansados de rendirles tributo y resentidos por la manera en la que les agraviaba el Imperio Azteca.

Tenochtitlán nada pudo hacer para evitar su caída. A pesar de haber resistido hasta el último hombre el sitio de 90 días, fue tomada, no solamente por mil trescientos españoles, sino por los demás pueblos vecinos que sumaban un ejército de doscientos mil guerreros, un 13 de agosto de 1521.

Las atrocidades que ahí se cometieron, posteriormente se repitieron con el Reino Purépecha; contra los chichimecas; y ya en el México independiente contra yaquis, seris, apaches, mayas y muchas otras etnias que continuaron siendo diezmadas.

Seguramente después de concluida la conquista, los tlaxcaltecas, los cholultecas, el casique gordo de los zempoaltecas, los xochimilcas, los totonacas y demás pueblos se arrepintieron de haber cambiado la piedra de los sacrificios por la hoguera de la Inquisicion, ya que la mayoría de ellos fueron aculturizados y obligados a adoptar la fe católica. El mismo Hernán Cortés lo escribió: “Con los tlaxcaltecas sellé el pacto más importante; sin él hubiese sido imposible la Conquista y el nacimiento de este México. Ellos me llamaban Malinche, a sabiendas de que ese nombre realmente era de doña Marina; nunca supe por qué”.

Actualmente, solo 6.5% de la población del México contemporáneo, que ha tenido muchos cambios de fronteras, habla una lengua autóctona y un 1% es unilingue, el otro 92.5% somor mestizos con mayor o menos porcentaje de sangre europea, que aunque en muchos predomina todavía la genética indígena, ya hemos sido reculturizados y no coincidimos en lengua, religión ni tradiciones con ningún pueblo precolombino. Ese 92.5% de la población somos quienes les debemos disculpas al 7.5% de los mexicanos de raza y costumbres más o menos puras. Ellos fueron y siguen siendo los ofendidos y utilizados siempre con fines demagógicos y propagandísticos, y a quienes en lugar de disculpas fuera de tiempo y lugar, debemos evitarles la suerte que tuvieron los indios yaganes de la Tierra del Fuego, a quienes por cierto, no fueron los españoles quienes los aniquilaron, sino sus propios compatriotas en pleno siglo XX.

Pero ¿aplica el perdón?: si, pero no con el fin de manipular la historia para revivir viejos símbolos. No es por el afán de llevarle la contraria a Andrés Manuel, en todo caso los mexicanos que no pertenecemos a ninguna etnia somos los primeros responsables de sus desgracias, y les debemos disculpas, como también estamos en deuda con los migrantes centroamericanos, y no se diga con nuestros compatriotas que viven fuera de México por la falta de oportunidades, por la inseguridad y la corrupción.

Los españoles tienen ya suficientes heridas abiertas que les dejó su guerra civil y las autonomías vascas y catalanas como para ocuparse de nuestros traumas psicológico-historiográficos.

Cuando creí que con la partida de Peña Nieto nos quedaríamos sin chamba los opinólogos y críticos, del cielo nos cayó la 4T que es igual de ocurrente que el régimen priísta y el intermezzo que nos heredaron para la posteridad con sus chascarrillos un loco y un dipsómano del PAN.

No es mi intención en esta columna defender a España de su Leyenda Negra ni exculparla de los crímenes cometidos contra los pueblos originarios en la conquista, pero la conquista era un tema ya superado por los mexicanos que muchos estudiosos (incluido nuestro único Premio Nobel de literatura) se habían encargado de esclarecer para romper el viejo mito que sirvió simbólicamente al PRI, de que los malvados españoles llegaron a conquistar un “país bueno y sabio llamado México”, sojuzgaron a sus pueblos originarios y por eso somos una nación subdesarrollada, amenazada, que necesita héroes como Cuauhtémoc o Cuitláhuac, encarnados por los Huey Tlatoanis priistas.

Cualquier historiador sabe que ni España existía como la conocemos actualmente, ni México como tal existió hasta que los castellanos delimitaron las fronteras del Virreinato de la Nueva España, o sea, México no era un país, sino una confederación de pueblos que sobre el Lago de Texcoco formaron una Triple Alianza para pelear contra todas las demás ciudades estado de Mesoamérica, las cuales, aprovechando la oportunidad que les dio la llegada de los europeos, aniquilaron con saña a los aztecas.

La verdad histórica es que todos los pueblos originarios apoyados y armados por no más de mil trescientos castellanos, les echaron montón a únicamente 3 pueblos confederados asentados en Lago de Texcoco (que eran los originales mexicanos) cansados de rendirles tributo y resentidos por la manera en la que les agraviaba el Imperio Azteca.

Tenochtitlán nada pudo hacer para evitar su caída. A pesar de haber resistido hasta el último hombre el sitio de 90 días, fue tomada, no solamente por mil trescientos españoles, sino por los demás pueblos vecinos que sumaban un ejército de doscientos mil guerreros, un 13 de agosto de 1521.

Las atrocidades que ahí se cometieron, posteriormente se repitieron con el Reino Purépecha; contra los chichimecas; y ya en el México independiente contra yaquis, seris, apaches, mayas y muchas otras etnias que continuaron siendo diezmadas.

Seguramente después de concluida la conquista, los tlaxcaltecas, los cholultecas, el casique gordo de los zempoaltecas, los xochimilcas, los totonacas y demás pueblos se arrepintieron de haber cambiado la piedra de los sacrificios por la hoguera de la Inquisicion, ya que la mayoría de ellos fueron aculturizados y obligados a adoptar la fe católica. El mismo Hernán Cortés lo escribió: “Con los tlaxcaltecas sellé el pacto más importante; sin él hubiese sido imposible la Conquista y el nacimiento de este México. Ellos me llamaban Malinche, a sabiendas de que ese nombre realmente era de doña Marina; nunca supe por qué”.

Actualmente, solo 6.5% de la población del México contemporáneo, que ha tenido muchos cambios de fronteras, habla una lengua autóctona y un 1% es unilingue, el otro 92.5% somor mestizos con mayor o menos porcentaje de sangre europea, que aunque en muchos predomina todavía la genética indígena, ya hemos sido reculturizados y no coincidimos en lengua, religión ni tradiciones con ningún pueblo precolombino. Ese 92.5% de la población somos quienes les debemos disculpas al 7.5% de los mexicanos de raza y costumbres más o menos puras. Ellos fueron y siguen siendo los ofendidos y utilizados siempre con fines demagógicos y propagandísticos, y a quienes en lugar de disculpas fuera de tiempo y lugar, debemos evitarles la suerte que tuvieron los indios yaganes de la Tierra del Fuego, a quienes por cierto, no fueron los españoles quienes los aniquilaron, sino sus propios compatriotas en pleno siglo XX.

Pero ¿aplica el perdón?: si, pero no con el fin de manipular la historia para revivir viejos símbolos. No es por el afán de llevarle la contraria a Andrés Manuel, en todo caso los mexicanos que no pertenecemos a ninguna etnia somos los primeros responsables de sus desgracias, y les debemos disculpas, como también estamos en deuda con los migrantes centroamericanos, y no se diga con nuestros compatriotas que viven fuera de México por la falta de oportunidades, por la inseguridad y la corrupción.

Los españoles tienen ya suficientes heridas abiertas que les dejó su guerra civil y las autonomías vascas y catalanas como para ocuparse de nuestros traumas psicológico-historiográficos.

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