/ domingo 17 de enero de 2021

Religión y pandemia

“La cosa más bella que podemos experimentar es lo misterioso. Es la fuente de toda verdad y ciencia… Este sentimiento, se encuentra en la verdad religiosa”. Albert Einstein.

Para las religiones, vida humana es la conjunción del cuerpo y alma, (del latín, anima, lo que anima). La muerte es únicamente de la materia que configura al cuerpo del hombre y la mujer. El binomio organismo y alma poseen la facultad de pensar, de reflexionar, de formar juicios a partir del conocimiento e ideas. Es lo que nos hace diferentes al resto de los seres vivos, es la esencia del porqué suceden las cosas.

Aceptando que la religión es inherente del hombre, esta sería un sistema cultural basado en la ética y la moral. Bernard Lonergan se refiere a la religión como un conjunto de experiencias, significados, convicciones, creencias y expresiones de grupo a través de las cuales sus participantes responden a sus raciocinios de auto trascendencia y relación con la divinidad.

Para los cristianos, las normas religiosas tienen dos orígenes: la divina, proveniente de los textos sagrados y los evangelios, y la humana por quienes constituyen las Iglesias. La religiosidad se sitúa en la dedicación al culto, siguiendo un estilo de vida y de observancia a mandamientos que impone la religión con la que fuimos educados por nuestros padres o la que se adopta posteriormente. Inseparable del cristiano es la práctica de la oración, plegaria en que se muestra el agradecimiento a Dios por la vida y se implora por la salud, el bienestar y el perdón de las faltas cometidas.

A través del tiempo las devociones han evolucionado, en la católica, el Concilio Vaticano II convocado por el papa Juan XXIII hace 61 años (25 enero 1959) modificó ritos y prácticas piadosas. Un evento histórico de carácter ecuménico, un antes y un después para los católicos.

Por mi parte, reconozco la enorme diferencia de cuando niño fui acólito en el templo del Corazón de María y de adolecente cuando asistí a la “congregación” del presbítero Jesús “Chucho” Iriarte en el Santuario de Guadalupe.

El acecho de la enfermedad y/o el temor a la muerte por la Pandemia de la Covid-19 ha originado un boom religioso facilitado por la comunicación. Mientras los recintos de oración cierran sus puertas por temor al contagio, la pequeña pantalla del teléfono nos despierta y nos despide antes del descanso nocturno con sinnúmero de invocaciones, bendiciones y plegarias. En cierta forma, ahora somos más religiosos por conveniencia, por miedo a enfermar de gravedad o por la muerte.

Adlátere. Cuando esto escribo, viernes por la noche, a cuatro y pico de días del fin de la presidencia del mendaz gobernante Trump, crece la tensión por lo que pueda suceder.


“La cosa más bella que podemos experimentar es lo misterioso. Es la fuente de toda verdad y ciencia… Este sentimiento, se encuentra en la verdad religiosa”. Albert Einstein.

Para las religiones, vida humana es la conjunción del cuerpo y alma, (del latín, anima, lo que anima). La muerte es únicamente de la materia que configura al cuerpo del hombre y la mujer. El binomio organismo y alma poseen la facultad de pensar, de reflexionar, de formar juicios a partir del conocimiento e ideas. Es lo que nos hace diferentes al resto de los seres vivos, es la esencia del porqué suceden las cosas.

Aceptando que la religión es inherente del hombre, esta sería un sistema cultural basado en la ética y la moral. Bernard Lonergan se refiere a la religión como un conjunto de experiencias, significados, convicciones, creencias y expresiones de grupo a través de las cuales sus participantes responden a sus raciocinios de auto trascendencia y relación con la divinidad.

Para los cristianos, las normas religiosas tienen dos orígenes: la divina, proveniente de los textos sagrados y los evangelios, y la humana por quienes constituyen las Iglesias. La religiosidad se sitúa en la dedicación al culto, siguiendo un estilo de vida y de observancia a mandamientos que impone la religión con la que fuimos educados por nuestros padres o la que se adopta posteriormente. Inseparable del cristiano es la práctica de la oración, plegaria en que se muestra el agradecimiento a Dios por la vida y se implora por la salud, el bienestar y el perdón de las faltas cometidas.

A través del tiempo las devociones han evolucionado, en la católica, el Concilio Vaticano II convocado por el papa Juan XXIII hace 61 años (25 enero 1959) modificó ritos y prácticas piadosas. Un evento histórico de carácter ecuménico, un antes y un después para los católicos.

Por mi parte, reconozco la enorme diferencia de cuando niño fui acólito en el templo del Corazón de María y de adolecente cuando asistí a la “congregación” del presbítero Jesús “Chucho” Iriarte en el Santuario de Guadalupe.

El acecho de la enfermedad y/o el temor a la muerte por la Pandemia de la Covid-19 ha originado un boom religioso facilitado por la comunicación. Mientras los recintos de oración cierran sus puertas por temor al contagio, la pequeña pantalla del teléfono nos despierta y nos despide antes del descanso nocturno con sinnúmero de invocaciones, bendiciones y plegarias. En cierta forma, ahora somos más religiosos por conveniencia, por miedo a enfermar de gravedad o por la muerte.

Adlátere. Cuando esto escribo, viernes por la noche, a cuatro y pico de días del fin de la presidencia del mendaz gobernante Trump, crece la tensión por lo que pueda suceder.