/ viernes 20 de diciembre de 2019

Robar un libro

La pifia fue en octubre, cuando el embajador mexicano en Argentina salió de una librería con un libro bajo el brazo y entre periódicos, pero sin haberlo pagado. La divulgación fue en noviembre, pero sin repercusiones adicionales al impacto mediático y el escarnio vergonzoso correspondiente. Fue en el mes que corre, cuando el Secretario de Relaciones Exteriores instruyó al embajador a que regresara a México para que se investigue la conducta denunciada y, de resultar verdadera, se le destituiría del cargo, pues se tiene la política de cero tolerancia a la deshonestidad. El colegiado que en primer término sometería a examen el caso y luego se pronunciaría, sería el Comité de Ética de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

El Presidente de México, desde la tribuna de Palacio Nacional, en uno de sus ejercicios de comunicación circular matutino, se volcó en defensa del embajador, destacando su lucha por la democracia y su amplia trayectoria en el Servicio Exterior Mexicano. No obstante, me parece que la suerte del implicado está echada y deberá retirarse, jubilándose, lo cual parece una sanción durísima si consideramos al personaje y las circunstancias del caso. En el plano jurídico no habrá consecuencias, pues las implicaciones son más bien políticas, de imagen, paradigmáticas.

Los medios masivos de comunicación contribuyeron con amplitud para lograr el cometido, pues divulgaron, opinaron y dieron cobertura al bochornoso evento. Ciertamente, se trató de un hecho noticioso digno de divulgación, pues un embajador es el representante del Estado Mexicano en otro país. Además, uno de los ejes discursivos de la 4T es su frontal combate a la corrupción.

En el caso del embajador y a la luz de los videos difundidos, es indudable que sustrajo de la librería el libro sin pagarlo; podrá alegarse descuido, capacidad disminuida o argumentos similares, los cuales juegan todos en su contra: si robó, malo; si olvidó pagarlo, también, pues se cuestionaría su idoneidad o su capacidad para desempeñar con toda diligencia su cargo, al olvidar cosas tan básicas y elementales.

Por supuesto, hay matices: no es lo mismo robar un libro que usar tu posición gubernamental para hacer negocios ilegales; no es lo mismo robar por hambre que por necesidad, por maldad que por enfermedad, por estar ávido de conocimientos prohibidos (como en la novela de Markus Zusak, La ladrona de libros), que hacerlo nada más porque sí, ante la posible facilidad de hacerlo.

Enfatizo y saludo la vía primigenia y oficial de análisis de caso, el Comité de Ética, pues estos resultarán fundamentales en el combate a la corrupción, como instrumentos blandos, preventivos y orientados a modificar la mentalidad del servidor público, como se encuentra planteado en los diversos ordenamientos jurídicos que integran el Sistema Nacional Anticorrupción. Esperemos que la resolución se encuentre a la altura de las circunstancias.

Robar un libro es malo; condenar a priori, en el tribunal mediático, también.

germanrodriguez32@hotmail.com

La pifia fue en octubre, cuando el embajador mexicano en Argentina salió de una librería con un libro bajo el brazo y entre periódicos, pero sin haberlo pagado. La divulgación fue en noviembre, pero sin repercusiones adicionales al impacto mediático y el escarnio vergonzoso correspondiente. Fue en el mes que corre, cuando el Secretario de Relaciones Exteriores instruyó al embajador a que regresara a México para que se investigue la conducta denunciada y, de resultar verdadera, se le destituiría del cargo, pues se tiene la política de cero tolerancia a la deshonestidad. El colegiado que en primer término sometería a examen el caso y luego se pronunciaría, sería el Comité de Ética de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

El Presidente de México, desde la tribuna de Palacio Nacional, en uno de sus ejercicios de comunicación circular matutino, se volcó en defensa del embajador, destacando su lucha por la democracia y su amplia trayectoria en el Servicio Exterior Mexicano. No obstante, me parece que la suerte del implicado está echada y deberá retirarse, jubilándose, lo cual parece una sanción durísima si consideramos al personaje y las circunstancias del caso. En el plano jurídico no habrá consecuencias, pues las implicaciones son más bien políticas, de imagen, paradigmáticas.

Los medios masivos de comunicación contribuyeron con amplitud para lograr el cometido, pues divulgaron, opinaron y dieron cobertura al bochornoso evento. Ciertamente, se trató de un hecho noticioso digno de divulgación, pues un embajador es el representante del Estado Mexicano en otro país. Además, uno de los ejes discursivos de la 4T es su frontal combate a la corrupción.

En el caso del embajador y a la luz de los videos difundidos, es indudable que sustrajo de la librería el libro sin pagarlo; podrá alegarse descuido, capacidad disminuida o argumentos similares, los cuales juegan todos en su contra: si robó, malo; si olvidó pagarlo, también, pues se cuestionaría su idoneidad o su capacidad para desempeñar con toda diligencia su cargo, al olvidar cosas tan básicas y elementales.

Por supuesto, hay matices: no es lo mismo robar un libro que usar tu posición gubernamental para hacer negocios ilegales; no es lo mismo robar por hambre que por necesidad, por maldad que por enfermedad, por estar ávido de conocimientos prohibidos (como en la novela de Markus Zusak, La ladrona de libros), que hacerlo nada más porque sí, ante la posible facilidad de hacerlo.

Enfatizo y saludo la vía primigenia y oficial de análisis de caso, el Comité de Ética, pues estos resultarán fundamentales en el combate a la corrupción, como instrumentos blandos, preventivos y orientados a modificar la mentalidad del servidor público, como se encuentra planteado en los diversos ordenamientos jurídicos que integran el Sistema Nacional Anticorrupción. Esperemos que la resolución se encuentre a la altura de las circunstancias.

Robar un libro es malo; condenar a priori, en el tribunal mediático, también.

germanrodriguez32@hotmail.com