En nuestro Guanajuato como en otras partes del país hubo pueblos que resistieron la embestida de la conquista española y mantuvieron la cosmovisión de los pueblos originarios.
A través de los siglos después de la conquista europea, los pueblos originarios sometidos, fueron humillados, desvalorizadas todas sus manifestaciones culturales, denigrado el color de su piel y los rasgos indígenas, sobre todo prohibiendo la lengua materna, prohibiendo los nombres al momento de nacer que tuvieran que ver con la naturaleza en vocablo de nuestras tradiciones y cambiándolo por nombres europeos, conocedores que desapareciendo la lengua materna mataban también a un pueblo.
Un pueblo que mantuvo orgullosas sus raíces es San Bartolomé Agua Caliente como lo conocemos en Apaseo el Alto o como aparece en documentos antiguos, San Bartolomé Aguas Calientes al que fue otorgado el reconocimiento oficial como “Pueblo Indígena” en el ámbito Nacional el 8 de septiembre del presente por parte del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, con fundamento en lo dispuesto por los artículos 1º, 2º, y 3º, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
La comunidad se identifica, reconoce y autodescribe como comunidad indígena otomí, por sus raíces prehispánicas y su arraigo a sus tradiciones y aunque los españoles le dan fecha de fundación en 1543, existían ahí habitantes desde épocas anteriores y se reconocen como pueblo otomí por la legua que aún hablan las personas mayores. La medicina tradicional es una práctica vigente, existen hombres y mujeres sabias como parteras, hierberos, sobadores, rezanderos y ahumadoras que son respetadas y respetados por el pueblo.
Las ahumadoras mujeres mayores aún realizan cada año bellos rituales a Ometéotl, deidad dual creadora del Universo, invocando a los cuatro puntos cardinales, viento del norte, del sur, del este y al oeste, venerando a los ancestros para que con su sabiduría orienten a la humanidad a que surja una mejor especie basada en el amor.
La artesanía más representativa del poblado es la fabricación de máscaras de madera y cartón a partir del sincretismo de las culturas autóctonas y la religión católica y son utilizadas en la Semana Santa llamadas “Cuernudos” y es la representación del mal contra el bien. Los pobladores refieren que los indígenas las utilizaban para cubrir la vergüenza de haber sido vencidos por los españoles y la semana santa coincide con una reminiscencia de lo que fue una fiesta indígena en honor al equinoccio de primavera y a la culminación del invierno.
En San Bartolomé Agua Caliente se construyó un sanatorio de aguas termales fundado por la señora Beatriz Tapia, hija de Conín.
La riqueza de los pueblos originarios es basta y su resistencia ha provocado mayor grandeza y orgullo en nuestras raíces.
El sentirse mexicanos nos obliga a voltear así atrás y que nunca más nos sintamos menos por ser hermanos de sangre, de ser herederos de grandes culturas y si bien también somos producto de la conquista, nuestra piel y fenotipo es orgullo.
Somos mestizos y no vale más lo blanco en nuestros rasgos, es tan valiosa una parte como la otra. Nunca más que nos humillen, nunca más que introduzcan en nuestra mente que somos menos; somos pueblos dignos y con historia.
Aún falta mucho por descubrir de nuestros antepasados, de los pueblos originarios, de los habitantes de San Bartolomé Agua Caliente y de tantos pueblos en Guanajuato y México.
De rescatar las lenguas bellísimas como la otomí. De respetar sus formas de gobierno.
Y ahora que es tiempo de transformación se discutirá y probablemente se aprobará la iniciativa de reforma constitucional sobre los derechos de los pueblos indígenas y afromexicanos, la cual propone reconocer la composición pluricultural y multiétnica del país, expresada por 70 pueblos indígenas y el pueblo afromexicano, integrados por 7.3 millones de hablantes en lenguas indígenas, 23 millones que se autodescriben indígenas y 2.5 millones que se autodescriben afrodescendientes, todos conforman el rostro de la diversidad cultural de México.