/ domingo 27 de marzo de 2022

Sol Y Sombras

Reflexionaba hace unos días en cómo nos ha transformado el fenómeno de la violencia como sociedad en Celaya, y de qué manera incluso los más pequeños de la familia, hoy hablan sin horror de los asesinatos que se registran a diario en la ciudad.

Qué pasó, para que normalizáramos esta violencia y la volviéramos parte de nuestra cotidianeidad y a fuerza de escuchar balazos y noticias de esta índole, fuimos minando nuestra capacidad de asombro, esa que, en algunos años, nos hizo no salir por las noches o evitar que los jóvenes fueran a fiestas por las noticias de asesinatos que conocíamos.

Ahora nos encontramos tan curtidos emocionalmente, que pese a las masacres de las que somos conscientes, no modificamos en nada nuestro diario andar, aun y cuando a personas cercanas ya les ha tocado, levantones, extorsiones, secuestros e incluso ser víctimas de algún ataque armado.

Nadie que viva en Celaya, puede decir que ninguno de estos hechos nos ha afectado a nivel emocional por la constante alarma en la que vivimos, hace unas semanas en una reunión, coincidí con una pareja joven que contaba haber sido víctimas de un robo con violencia para despojarlos de su camioneta y como hasta la fecha su hijo pequeño que presencio el hecho y fue amenazado con un arma de fuego para bajar del vehículo, reciente los efectos de ese recuerdo.

Hay más daños colaterales de los que podamos cuantificar, personas trastocadas en sus emociones a causa de los constantes sobresaltos por hallazgos de cuerpos cerca de sus casas, detonaciones constantes de armas de fuego, conocer de regalos que en su interior tienen miembros de cuerpos humanos con mensajes amenazadores, en fin.

Me decían que los comerciantes de Cañitos, están completamente alarmados por la situación que viven, muchos de ellos, han cerrado sus negocios y no saben hasta cuándo van a poder regresar, entonces algunos estamos temerosos, pero viviendo el día a día, porque no podemos dejar de trabajar, ni de comer, ni de vivir, pese a la situación tan terrible que enfrentamos.

Después escuchamos a las autoridades, criminalizando constantemente a los muertos, asumiendo que en la mayoría de los casos, eran personas involucradas de una u otra forma con “los malos”, consumidores que no pagaron, vendedores que no se reportaron, extorsionadores, en fin, no hay hacia donde hacerte para salir bien librado de esta mafia, si participas con ellos te matan, si no participas también, cuál es entonces el camino que nos queda y porque seguimos sintiéndonos mejor al suponer que matan sólo a los que hacen daño,

Pero, ¿es menos doloroso saber que alguien se murió por andar en malos pasos?, o es menos dramática la muerte de alguien si no es de Celaya, como los famosos chuparrecios, que las autoridades intentaron minimizar el hecho de haberles encontrado calcinados dentro de una camioneta que, por tener placas de Michoacán, asumieron que eran fuereños, ¿y eso qué?, si son de aquí o de allá, eso cambia la barbarie de prenderle fuego a siete personas y terminar con su existencia de esa forma, no lo creo.

O enterarnos todos los días, de jóvenes, mujeres y hombres que desaparecen y después los encuentran muertos en cualquier camino vecinal, tirados, maniatados, torturados, la última mujer que recuerdo, parece haber sido rociada de ácido en su rostro para dificultar su identificación al encontrarla, todo esto lo escuchamos y lo sabemos a diario y como sociedad, nos hemos vuelto tolerantes a estas terribles muestras de odio, siendo testigos mudos de esta catástrofe.

Y qué decir de las familias que pierden a alguno de sus integrantes, esos niños que han quedado en la orfandad y que en muchos casos presenciaron el asesinato de su familia, como el de los campaneros del zapote, que fue un error y un menor de 10 años que presenció todo, sobrevivió, cómo será su desarrollo emocional y mental en los próximos años, tendrá la contención suficiente y el acompañamiento, como para no crecer odiando a todos y con deseos de venganza, dónde se quedan todas esas víctimas, quién las atiende, cómo sabemos que fue de ellos.

Cientos de viudas, padres y madres esperando noticias de sus hijos desaparecidos, madres preocupadas por hijos enredados en las adicciones, definidos por su contexto social y sin recursos para arrancarlos de esos círculos viciosos que nos han perseguido por años.

Sin duda, me quedo corta en poder expresar con palabras el infierno que enfrentan miles de personas, esta semana informábamos del rescate de dos niños abandonados en una casa, uno de 4 y otro de 6, sin comida, ni agua, durmiendo en un viejo sillón, solos, quién pudo dejarlos ahí encerrados, porqué, cómo podemos aspirar a una mejor sociedad, si no somos buenos ni con los nuestros.

Según dijeron vecinos, que fueron los gritos del niño mayor lo que los alertó y hablaron a la policía y lograron rescatarlos, los dos lesionados por los golpes que era evidente les causaba alguien más y podría seguir narrándole las cosas que a diario vemos y escuchamos, donde nada parece disminuir ni mejorar, por el contrario, todo se agrava, todo se vuelve cada día más sádico, más terrible.

Freud, dice que infancia es destino y tiene razón, pero siempre me gusto más la corriente humanista, esa que nos dice que somos nuestro mayor problema, pero también somos nuestra propia solución, en nosotros mismos viven nuestros mayores fantasmas y nuestras tremendas potencialidades.

Diariamente vemos ejemplos de hombres y mujeres, sobreponiéndose a sus adversidades y demostrando que podemos cambiar ese destino, por compleja que haya sido nuestra niñez, miles de personas abrazando sus desgracias y en lugar de usarlas como pretextos, tomándolas como productores de un coraje sano, que los hace salir adelante y rompiendo patrones dañinos para erradicarlos.

Hagamos algo por nuestros niños, si es que de veras queremos que, en unos 20 años, esta sociedad se transforme y si usted ha tenido la bendición de ser padre, madre o abuelo, instruya, forme, eduque, reprenda cuando sea necesario, concientice sobre las consecuencias de los actos, no seamos formadores cómodos, intolerantes o indiferentes, abracemos a los niños y niñas y protejámoslos, es la única esperanza que tenemos de aspirar a una vida mejor.

Reflexionaba hace unos días en cómo nos ha transformado el fenómeno de la violencia como sociedad en Celaya, y de qué manera incluso los más pequeños de la familia, hoy hablan sin horror de los asesinatos que se registran a diario en la ciudad.

Qué pasó, para que normalizáramos esta violencia y la volviéramos parte de nuestra cotidianeidad y a fuerza de escuchar balazos y noticias de esta índole, fuimos minando nuestra capacidad de asombro, esa que, en algunos años, nos hizo no salir por las noches o evitar que los jóvenes fueran a fiestas por las noticias de asesinatos que conocíamos.

Ahora nos encontramos tan curtidos emocionalmente, que pese a las masacres de las que somos conscientes, no modificamos en nada nuestro diario andar, aun y cuando a personas cercanas ya les ha tocado, levantones, extorsiones, secuestros e incluso ser víctimas de algún ataque armado.

Nadie que viva en Celaya, puede decir que ninguno de estos hechos nos ha afectado a nivel emocional por la constante alarma en la que vivimos, hace unas semanas en una reunión, coincidí con una pareja joven que contaba haber sido víctimas de un robo con violencia para despojarlos de su camioneta y como hasta la fecha su hijo pequeño que presencio el hecho y fue amenazado con un arma de fuego para bajar del vehículo, reciente los efectos de ese recuerdo.

Hay más daños colaterales de los que podamos cuantificar, personas trastocadas en sus emociones a causa de los constantes sobresaltos por hallazgos de cuerpos cerca de sus casas, detonaciones constantes de armas de fuego, conocer de regalos que en su interior tienen miembros de cuerpos humanos con mensajes amenazadores, en fin.

Me decían que los comerciantes de Cañitos, están completamente alarmados por la situación que viven, muchos de ellos, han cerrado sus negocios y no saben hasta cuándo van a poder regresar, entonces algunos estamos temerosos, pero viviendo el día a día, porque no podemos dejar de trabajar, ni de comer, ni de vivir, pese a la situación tan terrible que enfrentamos.

Después escuchamos a las autoridades, criminalizando constantemente a los muertos, asumiendo que en la mayoría de los casos, eran personas involucradas de una u otra forma con “los malos”, consumidores que no pagaron, vendedores que no se reportaron, extorsionadores, en fin, no hay hacia donde hacerte para salir bien librado de esta mafia, si participas con ellos te matan, si no participas también, cuál es entonces el camino que nos queda y porque seguimos sintiéndonos mejor al suponer que matan sólo a los que hacen daño,

Pero, ¿es menos doloroso saber que alguien se murió por andar en malos pasos?, o es menos dramática la muerte de alguien si no es de Celaya, como los famosos chuparrecios, que las autoridades intentaron minimizar el hecho de haberles encontrado calcinados dentro de una camioneta que, por tener placas de Michoacán, asumieron que eran fuereños, ¿y eso qué?, si son de aquí o de allá, eso cambia la barbarie de prenderle fuego a siete personas y terminar con su existencia de esa forma, no lo creo.

O enterarnos todos los días, de jóvenes, mujeres y hombres que desaparecen y después los encuentran muertos en cualquier camino vecinal, tirados, maniatados, torturados, la última mujer que recuerdo, parece haber sido rociada de ácido en su rostro para dificultar su identificación al encontrarla, todo esto lo escuchamos y lo sabemos a diario y como sociedad, nos hemos vuelto tolerantes a estas terribles muestras de odio, siendo testigos mudos de esta catástrofe.

Y qué decir de las familias que pierden a alguno de sus integrantes, esos niños que han quedado en la orfandad y que en muchos casos presenciaron el asesinato de su familia, como el de los campaneros del zapote, que fue un error y un menor de 10 años que presenció todo, sobrevivió, cómo será su desarrollo emocional y mental en los próximos años, tendrá la contención suficiente y el acompañamiento, como para no crecer odiando a todos y con deseos de venganza, dónde se quedan todas esas víctimas, quién las atiende, cómo sabemos que fue de ellos.

Cientos de viudas, padres y madres esperando noticias de sus hijos desaparecidos, madres preocupadas por hijos enredados en las adicciones, definidos por su contexto social y sin recursos para arrancarlos de esos círculos viciosos que nos han perseguido por años.

Sin duda, me quedo corta en poder expresar con palabras el infierno que enfrentan miles de personas, esta semana informábamos del rescate de dos niños abandonados en una casa, uno de 4 y otro de 6, sin comida, ni agua, durmiendo en un viejo sillón, solos, quién pudo dejarlos ahí encerrados, porqué, cómo podemos aspirar a una mejor sociedad, si no somos buenos ni con los nuestros.

Según dijeron vecinos, que fueron los gritos del niño mayor lo que los alertó y hablaron a la policía y lograron rescatarlos, los dos lesionados por los golpes que era evidente les causaba alguien más y podría seguir narrándole las cosas que a diario vemos y escuchamos, donde nada parece disminuir ni mejorar, por el contrario, todo se agrava, todo se vuelve cada día más sádico, más terrible.

Freud, dice que infancia es destino y tiene razón, pero siempre me gusto más la corriente humanista, esa que nos dice que somos nuestro mayor problema, pero también somos nuestra propia solución, en nosotros mismos viven nuestros mayores fantasmas y nuestras tremendas potencialidades.

Diariamente vemos ejemplos de hombres y mujeres, sobreponiéndose a sus adversidades y demostrando que podemos cambiar ese destino, por compleja que haya sido nuestra niñez, miles de personas abrazando sus desgracias y en lugar de usarlas como pretextos, tomándolas como productores de un coraje sano, que los hace salir adelante y rompiendo patrones dañinos para erradicarlos.

Hagamos algo por nuestros niños, si es que de veras queremos que, en unos 20 años, esta sociedad se transforme y si usted ha tenido la bendición de ser padre, madre o abuelo, instruya, forme, eduque, reprenda cuando sea necesario, concientice sobre las consecuencias de los actos, no seamos formadores cómodos, intolerantes o indiferentes, abracemos a los niños y niñas y protejámoslos, es la única esperanza que tenemos de aspirar a una vida mejor.

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