/ domingo 28 de febrero de 2021

Sueño De Una Noche De Verano

“La música expresa lo que no puede ser dicho y aquello sobre lo que es imposible permanecer en silencio” Victor Hugo.

La mitología griega conjeturaba que las musas, habitantes del Parnaso, nacidas al pie del monte Olimpo, eran hijas de Zeus, dios del cielo y del rayo; rey de los dioses y de los hombres y Mnemosine, personificación de la memoria, a su vez hija de Urano y Gea, el titán del cielo y quien simboliza la tierra.

Bajándonos a la realidad, sabido es que la musa es aquello que sirve de inspiración al artista, que infiltra expresiones a través del arte. Inspiración sin límites, como el infinito del mundo nos rodea, como son los afectos, las devociones, los amores y las pasiones. La naturaleza y el pensamiento parecen muy distantes y sin embargo, si los situamos en los extremos de un espacio imaginario encontramos vínculos para mostrar el pensamiento de poetas y prosistas, de la habilidad y destreza de artífices plásticos y artesanos, así como de los compositores. Un mundo inacabable que ilumina lo que se disfruta por los sentidos y lo sublime para la imaginación.

Hay algo más que ilumina al compositor: la evocación de ideas e imágenes que se transmiten a la mente del oyente con la representación musical de un cuadro, una imagen o un estado de ánimo.

Es la música de programa, lo opuesto a la música absoluta que se aprecia por ella misma sin ninguna relación al mundo exterior. Música programática que ha existido en todas las épocas, baste recordar la religiosa que expresa el contenido de la Biblia en el Mesías de Händel. Otro ejemplo es la ópera, o los conocidos cuatro conciertos para violín, “Las estaciones” de Vivaldi.

Sin embargo, donde llegó a tomar gran popularidad este tipo de música fue en el periodo romántico del siglo XIX, harmonías inspiradas en obras literarias, algunas compuestas por encargo para representar lo mismo escenas teatrales que danzas folclóricas o ballet.

Las obras de William Shakespeare fueron inspiración irresistible para crear diez óperas. Sirvan de ejemplo, Macbeth, Otelo o Falstaff de Giuseppe Verdi. Del dramaturgo inglés no se conocía su obra en Alemania hasta que empezó a ser leída hacia el año 1801 en que apareció una serie de traducciones teñidas de romanticismo, entre ellas la de Ludwig Tieck que llamó a “Sueño de una Noche de Verano” una obra maestra romántica, definición que le pareció apropiada al joven compositor Félix Mendelsshon (1809-1845) que la leyó una y otra vez. El músico alemán que entonces contaba diecisiete años, le escribió a su hermana Fanny” Me he acostumbrado a componer en nuestro jardín… hoy o mañana voy a soñar allí el Sueño de una Noche de Verano, ¡soy muy caradura!

Lo asombroso es que a su edad lograra componer una obra tan bien estructurada, pulida y original que atrapa la atención al interpretar el espíritu inglés de la comedia de Shakespeare, a pesar que Mendelsshon jamás había estado más allá de Hamburgo, su tierra natal y no obstante, logró llamar la atención entre los intelectuales, tanto la obra literaria del Bardo de Avon como la seductora música que exhibe madurez y singularidad. Mendelsshon jamás sobrepasó lo logrado en su adolescencia.

Hermoso binomio, Shakespeare y Mendelsshon.

“La música expresa lo que no puede ser dicho y aquello sobre lo que es imposible permanecer en silencio” Victor Hugo.

La mitología griega conjeturaba que las musas, habitantes del Parnaso, nacidas al pie del monte Olimpo, eran hijas de Zeus, dios del cielo y del rayo; rey de los dioses y de los hombres y Mnemosine, personificación de la memoria, a su vez hija de Urano y Gea, el titán del cielo y quien simboliza la tierra.

Bajándonos a la realidad, sabido es que la musa es aquello que sirve de inspiración al artista, que infiltra expresiones a través del arte. Inspiración sin límites, como el infinito del mundo nos rodea, como son los afectos, las devociones, los amores y las pasiones. La naturaleza y el pensamiento parecen muy distantes y sin embargo, si los situamos en los extremos de un espacio imaginario encontramos vínculos para mostrar el pensamiento de poetas y prosistas, de la habilidad y destreza de artífices plásticos y artesanos, así como de los compositores. Un mundo inacabable que ilumina lo que se disfruta por los sentidos y lo sublime para la imaginación.

Hay algo más que ilumina al compositor: la evocación de ideas e imágenes que se transmiten a la mente del oyente con la representación musical de un cuadro, una imagen o un estado de ánimo.

Es la música de programa, lo opuesto a la música absoluta que se aprecia por ella misma sin ninguna relación al mundo exterior. Música programática que ha existido en todas las épocas, baste recordar la religiosa que expresa el contenido de la Biblia en el Mesías de Händel. Otro ejemplo es la ópera, o los conocidos cuatro conciertos para violín, “Las estaciones” de Vivaldi.

Sin embargo, donde llegó a tomar gran popularidad este tipo de música fue en el periodo romántico del siglo XIX, harmonías inspiradas en obras literarias, algunas compuestas por encargo para representar lo mismo escenas teatrales que danzas folclóricas o ballet.

Las obras de William Shakespeare fueron inspiración irresistible para crear diez óperas. Sirvan de ejemplo, Macbeth, Otelo o Falstaff de Giuseppe Verdi. Del dramaturgo inglés no se conocía su obra en Alemania hasta que empezó a ser leída hacia el año 1801 en que apareció una serie de traducciones teñidas de romanticismo, entre ellas la de Ludwig Tieck que llamó a “Sueño de una Noche de Verano” una obra maestra romántica, definición que le pareció apropiada al joven compositor Félix Mendelsshon (1809-1845) que la leyó una y otra vez. El músico alemán que entonces contaba diecisiete años, le escribió a su hermana Fanny” Me he acostumbrado a componer en nuestro jardín… hoy o mañana voy a soñar allí el Sueño de una Noche de Verano, ¡soy muy caradura!

Lo asombroso es que a su edad lograra componer una obra tan bien estructurada, pulida y original que atrapa la atención al interpretar el espíritu inglés de la comedia de Shakespeare, a pesar que Mendelsshon jamás había estado más allá de Hamburgo, su tierra natal y no obstante, logró llamar la atención entre los intelectuales, tanto la obra literaria del Bardo de Avon como la seductora música que exhibe madurez y singularidad. Mendelsshon jamás sobrepasó lo logrado en su adolescencia.

Hermoso binomio, Shakespeare y Mendelsshon.