/ lunes 8 de julio de 2019

Un Concierto Tradicional

El bullicio de la gran ciudad y el olor a pólvora de la pirotecnia quedaron atrás, ahora es la quietud en espera del concierto patriótico “Salute América” con la Orquesta Sinfónica de Detroit, una de las más antiguas de norteamérica.

Un escenario al aire libre situado en la parte baja de la colina en Greenfield Village del Centro Henry Ford en espera de lo que sigue. Por allá los rascacielos conservan los colores azul, rojo y blanco de la bandera norteamericana. Aquí, lábaros de barras y estrellas flanquean el estrado. Empieza a oscurecer y traviesas luciérnagas merodean la atmósfera. Butacas? asientos numerados? Olvidemoslo, el césped es el lugar de los asistentes, sillas plegables que se trajeron de casa. Nosotros en área para disfrutar el concierto tirados sobre mantas en el suelo con una copa de vino por un lado. Aunque parezca increíble, un silencio respetuoso en espera.

La nota “la” del oboe marca la pauta, el afinar de los instrumentos en una “armonía disfónica” cautiva el oído que embellece el ambiente para, paulatinamente caer en el silencio. Las cuerdas, las maderas, los alientos, los metales y las percusiones, impacientes esperan hasta que un aplauso interrumpe la quietud cuando aparece el conductor de la orquesta Sammer Patel, con una lluvia de aplausos. El programa, muy a la norteamericana, combinación de marchas tradicionales (Midway de John Adams entre otras) con obras de Leonard Bernstein, Aaron Copland y más compositores no menos famosos.

Al final, Tchaikovsky se hace presente para evocar la victoria de la resistencia rusa en 1812 frente el avance de la “Grande Amme” de Napoleón Bonaparte. La realidad es que no fueron las armas rusas las victoriosas, fue la estrategia militar del Zar ante la superioridad militar napoleónica. Calculando la llegada del invierno, las tropas soviéticas retrocedieron poco a poco en espera de las cruentas nevadas. Los ejércitos franceses fueron víctimas del frío, del hambre y la enfermedad.

La grandeza de la obra de Tchaikovsky tiene curiosos méritos, le fue encargada para conmemorar la odisea en el septuagésimo aniversario de la victoria y lo hizo de mala gana, jamás se imaginó que su composición pasaría a la posteridad de las obras clásicas. Al “final de la obra final” el tañer de la campanas de la catedral de San Basilio fueron acompañadas de la salva de cañonazos donde se utilizaron cañones genuinos de la época de la guerra de secesión de los Estados Unidos muy bien sincronizados con la pirotecnia multicolor que embelleció el cielo de esta región de Michigan. Regreso el olor a pólvora.

El bullicio de la gran ciudad y el olor a pólvora de la pirotecnia quedaron atrás, ahora es la quietud en espera del concierto patriótico “Salute América” con la Orquesta Sinfónica de Detroit, una de las más antiguas de norteamérica.

Un escenario al aire libre situado en la parte baja de la colina en Greenfield Village del Centro Henry Ford en espera de lo que sigue. Por allá los rascacielos conservan los colores azul, rojo y blanco de la bandera norteamericana. Aquí, lábaros de barras y estrellas flanquean el estrado. Empieza a oscurecer y traviesas luciérnagas merodean la atmósfera. Butacas? asientos numerados? Olvidemoslo, el césped es el lugar de los asistentes, sillas plegables que se trajeron de casa. Nosotros en área para disfrutar el concierto tirados sobre mantas en el suelo con una copa de vino por un lado. Aunque parezca increíble, un silencio respetuoso en espera.

La nota “la” del oboe marca la pauta, el afinar de los instrumentos en una “armonía disfónica” cautiva el oído que embellece el ambiente para, paulatinamente caer en el silencio. Las cuerdas, las maderas, los alientos, los metales y las percusiones, impacientes esperan hasta que un aplauso interrumpe la quietud cuando aparece el conductor de la orquesta Sammer Patel, con una lluvia de aplausos. El programa, muy a la norteamericana, combinación de marchas tradicionales (Midway de John Adams entre otras) con obras de Leonard Bernstein, Aaron Copland y más compositores no menos famosos.

Al final, Tchaikovsky se hace presente para evocar la victoria de la resistencia rusa en 1812 frente el avance de la “Grande Amme” de Napoleón Bonaparte. La realidad es que no fueron las armas rusas las victoriosas, fue la estrategia militar del Zar ante la superioridad militar napoleónica. Calculando la llegada del invierno, las tropas soviéticas retrocedieron poco a poco en espera de las cruentas nevadas. Los ejércitos franceses fueron víctimas del frío, del hambre y la enfermedad.

La grandeza de la obra de Tchaikovsky tiene curiosos méritos, le fue encargada para conmemorar la odisea en el septuagésimo aniversario de la victoria y lo hizo de mala gana, jamás se imaginó que su composición pasaría a la posteridad de las obras clásicas. Al “final de la obra final” el tañer de la campanas de la catedral de San Basilio fueron acompañadas de la salva de cañonazos donde se utilizaron cañones genuinos de la época de la guerra de secesión de los Estados Unidos muy bien sincronizados con la pirotecnia multicolor que embelleció el cielo de esta región de Michigan. Regreso el olor a pólvora.