/ lunes 26 de noviembre de 2018

Vulgata Latín

Aquellos que tienen el privilegio de saber tienen la obligación de actuar (Albert Einstein)


Hace unas semanas, mientras dormía plácido en el décimo piso de un hotel en Milwaukee, sonó de manera súbita a las 3 de la madrugada una alarma que en mi poca comprensión del idioma inglés, entendí que nos ordenaba desalojar de manera inmediata el edificio por las escaleras de emergencia, dejar todas nuestras pertenencias y no utilizar los elevadores “real risk” gritaba el altavoz con una titilante luz escarlata llenando de rojo la habitación. Lo primero que se me vino a la mente, fue la imagen de un Stephen Paddock masacrando a decenas de inocentes en Las Vegas, solo que ahora dejando manchada la nieve de la primer tormenta otoñal con mi sangre y la mi familia. Mientras bajaba asustado los 10 pisos por los escalones de emergencia con mi niño en brazos, me lamenté el haber cruzado la frontera hacia aquel país de psicópatas. Pero por fortuna, una vez afuera del hotel nos percatamos que había habido un pequeño incendio secundario a un corto circuito en dos de las habitaciones del tercer piso. Me sentí avergonzado de mis prejuicios hacia nuestros vecinos del norte que tan bien nos habían tratado esas vacaciones.

Los roces suscitados en Tijuana entre mexicanos y migrantes hondureños, han sido también debido a los prejuicios desatados por las redes sociales entre gente sin conocimiento del entorno geopolítico, sin entendimiento de las causas y sin lecturas de historia y filosofía. Nadie deja su patria por gusto ni te viene a incomodar porque no tiene otra cosa mejor que hacer en sus países. Las diásporas se dan principalmente por dos razones: el terror a algo tangible, o por una hambruna ingrata.

Las diásporas no son nuevas, ni la salida masiva de hondureños es la primera gran migración humana del milenio.

La palabra diáspora, como tal, fue originalmente usada por los textos bíblicos en referencia a la dispersión de los judíos, obligados a exiliarse de su país, desde hace miles de años. De allí que la palabra diáspora se haya asociado con la idea de exilio; y basta recordar la fotografía de Aylan Kurdi, el niño sirio de tan solo 3 años muerto en playas turcas, para hacernos a la idea de que esta misma tragedia humana ya se vivió hace poco tiempo entre Siria y Europa, en pleno siglo XXI.

Siempre que sea posible evitar volver ver la fotografía de un niño atormentado, habrá valido la pena cualquier cosa.

Los latinoamericanos somos hermanos, y así como existen mexicanos impresentables que migran a los EU, los hay en la caravana migrante, lo cual por sí solo, o porque alguien salió diciendo que no come frijoles ya que no es puerco, no nos da el derecho a generalizar debido a que pertenecemos a la misma vulgata latina (La Vulgata fue la primera traducción de la Biblia del Hebreo al Latín corriente hecha por Jerónimo de Estridón, y me gustó el término para definirnos a todos los que nacemos al sur del Río Bravo, somos mayoritariamente católicos y nuestra lengua deriva del Latín tardío). Vaya, estamos hechos con la misma tela, cosidos del mismo hilo y remachados con similares broches, solamente que antes de salir de la maquiladora nos colocaron diferentes etiquetas: a unos nos pusieron mexicanos, a otros centroamericanos y a otros sudamericanos, y luego, todavía nos hicieron creer que tenemos diferentes precios mexicanos, hondureños, venezolanos, etc, cuestión que solamente aplica entre nosotros, porque en Europa y Norteamérica somos tratados de igual manera.

Es más, somos tan graciosamente arrogantes entre nosotros que ya hasta un alcalde mexicano dijo que buscará mejorar el “perfil económico” de los turistas que visiten su municipio, para evitar que estudiantes pobretones y vulgares de otras partes del país, entren en camiones, abarroten las calles de su ciudad y las ensucien con las envolturas de las tortas o los tacos sudados que llevan de lonche para no gastar ni un peso en charamuscas. Chusma chusma prrrtt dijera Kiko. Hasta parece chiste televisivo ¿verdad?: pues así de bizarros como este político —que realmente existe y se llama Alejandro Navarro— nos vemos discriminándonos entre hermanos latinoamericanos.

Ni todos los norteamericanos son Stephen Paddock, ni todos los mexicanos somos el Chapo Guzmán, ni todos los hondureños son mal agradecidos. Debemos dejar atrás los prejuicios y los estigmas que la extrema derecha con su despliegue propagandístico intenta inculcarnos mediante la xenofobia inducida para que seamos partícipes de otra Noche de San Bartolomé, organizando un pogromo en contra de los migrantes hondureños quienes hoy sufren una crisis humanitaria ocasionada por los mismos poderes fácticos del NWO quien depuso mediante un golpe de estado al presidente constitucional Manuel Zelaya en el 2009, punta del iceberg para comprender la tragedia acontecida a Honduras y la cual comenzó desde finales del siglo XIX con la instalación de las empresas estadounidenses: United Fruit Company, Standard Fruit Company y la Cuyamel Fruit Company, quienes han dominado su economía.

Los migrantes, ya sean haitianos, hondureños o sirios, son seres humanos vulnerables, con sueños, aspiraciones de progreso y sobre todo miedo, mucho miedo, igual o peor que el de nuestros connacionales que viven sin papeles en EU y de quienes en casi todas las familias mexicanas sentimos el frío de su ausencia. Por eso los derechos humanos no deben reconocer fronteras, nacionalidades ni religión.

Si le tiendes la mano a un hondureño habrás hecho lo correcto al tratarlos como quisieras que trataran a tus hermanos en El Norte. No esperes fanfarrias ni gratificaciones por eso. Solamente recuerda lo que decía Galeano: “mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden mejorar al mundo”.


Aquellos que tienen el privilegio de saber tienen la obligación de actuar (Albert Einstein)


Hace unas semanas, mientras dormía plácido en el décimo piso de un hotel en Milwaukee, sonó de manera súbita a las 3 de la madrugada una alarma que en mi poca comprensión del idioma inglés, entendí que nos ordenaba desalojar de manera inmediata el edificio por las escaleras de emergencia, dejar todas nuestras pertenencias y no utilizar los elevadores “real risk” gritaba el altavoz con una titilante luz escarlata llenando de rojo la habitación. Lo primero que se me vino a la mente, fue la imagen de un Stephen Paddock masacrando a decenas de inocentes en Las Vegas, solo que ahora dejando manchada la nieve de la primer tormenta otoñal con mi sangre y la mi familia. Mientras bajaba asustado los 10 pisos por los escalones de emergencia con mi niño en brazos, me lamenté el haber cruzado la frontera hacia aquel país de psicópatas. Pero por fortuna, una vez afuera del hotel nos percatamos que había habido un pequeño incendio secundario a un corto circuito en dos de las habitaciones del tercer piso. Me sentí avergonzado de mis prejuicios hacia nuestros vecinos del norte que tan bien nos habían tratado esas vacaciones.

Los roces suscitados en Tijuana entre mexicanos y migrantes hondureños, han sido también debido a los prejuicios desatados por las redes sociales entre gente sin conocimiento del entorno geopolítico, sin entendimiento de las causas y sin lecturas de historia y filosofía. Nadie deja su patria por gusto ni te viene a incomodar porque no tiene otra cosa mejor que hacer en sus países. Las diásporas se dan principalmente por dos razones: el terror a algo tangible, o por una hambruna ingrata.

Las diásporas no son nuevas, ni la salida masiva de hondureños es la primera gran migración humana del milenio.

La palabra diáspora, como tal, fue originalmente usada por los textos bíblicos en referencia a la dispersión de los judíos, obligados a exiliarse de su país, desde hace miles de años. De allí que la palabra diáspora se haya asociado con la idea de exilio; y basta recordar la fotografía de Aylan Kurdi, el niño sirio de tan solo 3 años muerto en playas turcas, para hacernos a la idea de que esta misma tragedia humana ya se vivió hace poco tiempo entre Siria y Europa, en pleno siglo XXI.

Siempre que sea posible evitar volver ver la fotografía de un niño atormentado, habrá valido la pena cualquier cosa.

Los latinoamericanos somos hermanos, y así como existen mexicanos impresentables que migran a los EU, los hay en la caravana migrante, lo cual por sí solo, o porque alguien salió diciendo que no come frijoles ya que no es puerco, no nos da el derecho a generalizar debido a que pertenecemos a la misma vulgata latina (La Vulgata fue la primera traducción de la Biblia del Hebreo al Latín corriente hecha por Jerónimo de Estridón, y me gustó el término para definirnos a todos los que nacemos al sur del Río Bravo, somos mayoritariamente católicos y nuestra lengua deriva del Latín tardío). Vaya, estamos hechos con la misma tela, cosidos del mismo hilo y remachados con similares broches, solamente que antes de salir de la maquiladora nos colocaron diferentes etiquetas: a unos nos pusieron mexicanos, a otros centroamericanos y a otros sudamericanos, y luego, todavía nos hicieron creer que tenemos diferentes precios mexicanos, hondureños, venezolanos, etc, cuestión que solamente aplica entre nosotros, porque en Europa y Norteamérica somos tratados de igual manera.

Es más, somos tan graciosamente arrogantes entre nosotros que ya hasta un alcalde mexicano dijo que buscará mejorar el “perfil económico” de los turistas que visiten su municipio, para evitar que estudiantes pobretones y vulgares de otras partes del país, entren en camiones, abarroten las calles de su ciudad y las ensucien con las envolturas de las tortas o los tacos sudados que llevan de lonche para no gastar ni un peso en charamuscas. Chusma chusma prrrtt dijera Kiko. Hasta parece chiste televisivo ¿verdad?: pues así de bizarros como este político —que realmente existe y se llama Alejandro Navarro— nos vemos discriminándonos entre hermanos latinoamericanos.

Ni todos los norteamericanos son Stephen Paddock, ni todos los mexicanos somos el Chapo Guzmán, ni todos los hondureños son mal agradecidos. Debemos dejar atrás los prejuicios y los estigmas que la extrema derecha con su despliegue propagandístico intenta inculcarnos mediante la xenofobia inducida para que seamos partícipes de otra Noche de San Bartolomé, organizando un pogromo en contra de los migrantes hondureños quienes hoy sufren una crisis humanitaria ocasionada por los mismos poderes fácticos del NWO quien depuso mediante un golpe de estado al presidente constitucional Manuel Zelaya en el 2009, punta del iceberg para comprender la tragedia acontecida a Honduras y la cual comenzó desde finales del siglo XIX con la instalación de las empresas estadounidenses: United Fruit Company, Standard Fruit Company y la Cuyamel Fruit Company, quienes han dominado su economía.

Los migrantes, ya sean haitianos, hondureños o sirios, son seres humanos vulnerables, con sueños, aspiraciones de progreso y sobre todo miedo, mucho miedo, igual o peor que el de nuestros connacionales que viven sin papeles en EU y de quienes en casi todas las familias mexicanas sentimos el frío de su ausencia. Por eso los derechos humanos no deben reconocer fronteras, nacionalidades ni religión.

Si le tiendes la mano a un hondureño habrás hecho lo correcto al tratarlos como quisieras que trataran a tus hermanos en El Norte. No esperes fanfarrias ni gratificaciones por eso. Solamente recuerda lo que decía Galeano: “mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden mejorar al mundo”.


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