CELAYA, Gto.- Este sábado 17 de agosto se cumplen 51 años de la inundación de Celaya que se extendió a municipios como Salamanca e Irapuato, y en donde no sólo se reportaron cuantiosas pérdidas materiales en viviendas, negocios, centros comerciales y fábricas, sino también se habló de fallecimientos, dos en este municipio, un electrocutado y otro trabajo por una alcantarilla, como lo menciona el señor Jorge Nieto Camacho, quien tenía 17 años de edad cuando vivió, junto con sus padres y 8 hermanos, la tragedia que no olvidan los celayenses.
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“Yo estudiaba preparatoria, en el Instituto Celayense que ya estaba en la colonia Jardines. La inundación empezó un viernes. Como entre una y tres de la tarde se empezó a escuchar a gente que corría alarmada por las calles que se había reventado la presa Allende, y los canales del río venían llenos. Esos eran los ecos que se escuchaban”, dijo el hombre de 71 años de edad.
De esos “ecos”, recuerda que su padre, dueño de una cantina, lo llamó para ir a la termoeléctrica, allá, donde ahora está la 2 de Abril, y fueron a cobrar a los trabajadores, clientes que debían.
“Vimos que había un movimiento. Andaban poniendo costales llenos de arena para que no se metiera el agua en la termoeléctrica. Todavía no había nada grande, pero la gente ya estaba alborotada. En todo ese páramo sólo estaba la lechera, la de Cuadritos, pero a su alrededor puro terreno pelón”, recordó con nostalgia.
Narró que aún no se construía el centro comercial, y al otro lado estaba la colonia Insurgentes, que en ese entonces se llamaba la colonia Obrera, y antes se llamaba Cantarranas, porque en tiempos de lluvia había ranas por todas partes y se escuchaban toda la noche y todavía por el día.
“A las cuatro y media de la tarde ya estábamos en el bar, que se encontraba en Morelos y Venustiano Carranza, y me puse ayudarle un rato. Entonces le dije “Papá, voy a ir al cine. Y él me dijo, anda pues”. Era el cine Celaya, hoy un estacionamiento. Estaban pasando la película Nacidos para perder. Entré al cine como a las seis de la tarde, pero a eso de las ocho de la noche, cuando veía una escena en donde están en un bar, aplastando cervezas vacías, que prenden la luz y alguien gritó “Todos pá fuera, porque el agua está aquí”. A mitad de la película nos echan a todos fuera, porque dijeron que se estaba inundando la ciudad, y que la gente sale con prisa, bien asustada, porque en el cine ya había agua”, contó con una sonrisa como quien mira una película de aventura.
Después de salir del cine, en vez de regresarse al negocio de su padre, se fue a su casa, que estaba, en ese tiempo, en el 208, de la calle Insurgentes, a la altura del templo de San Antonio, entró directo a su cuarto y se quedó dormido.
“Acompáñame, porque vamos al bar, porque se inundó la ciudad”, le dijo su papá por la mañana del siguiente día, sábado, y tanto en la calle como en la radio estaba el alboroto de que se había inundado Celaya, que no iban a vender víveres. Salimos y caminamos por calle Insurgentes, en La Merced dimos vuelta, pasamos por el jardín, ahí no había agua, y las primeras olitas se empezaron a ver en La Calzada, pero de ahí a las vías, con rumbo a las Insurgentes, todo era agua, pura agua”, dijo sin la expresión de sorpresa que tuvo en ese entonces y confesó que en aquél momento sí le asustó.
Comentó que la inundación empezó en La Calzada, se fueron caminando por Morelos, y cuando llegan al bar, casi esquina de Morelos y Venustiano Carranza, el agua les llegaba arriba de las rodillas, y en algunas partes hasta la cintura.
“No olvido la cara de mi padre, triste, triste, porque la consola se había tronado, ya no servía, y muchos cartones de cerveza y botellas de licor y vino se echaron a perder, se les desprendió las etiquetas”, narra, transportado al pasado, viendo a su padre dentro de su corazón, y entonces su mirada fue igualmente triste.
“Le encargo una igual, por favor”, pidieron dos comensales de la cantina que atiende el hombre de 71 años de edad, hizo una pausa y cuando regresó detrás de la barra, se le habían despabilado los recuerdos que hacen suspirar.
Siguió. “El domingo me mandaron a conseguir pan. Fui a la tienda grande que estaba en la esquina de Galeana e Insurgente, pero la gente se estaba peleando por la leche y por el pan. La gente agarraba la comida y se iban corriendo, sin pagar. Las mujeres eran las que más peleaban, asustadas de que ya no iba haber comida para sus criaturas”.
Mientras limpiaba con un trapo rojo el mostrador de madera desgastada, y a su espalda hileras de botellas de vino, don Jorge Nieto agarró de la nada otro recuerdo, y comentó que ese domingo fue a caminar por las vías, rumbo a la Alameda, y había unos campos de fut llamados Los Venustianos, pero estaba “tan anegado”, que sólo se veía un pedazo de portería, el palo de arriba.
“En la colonia Obrera, que después tuvo otro nombre y más tarde Las Insurgentes, sólo tenía algunas casas, no más de diez, todas dispersas, unas por allá y otras por acá, como si no se pusieran de acuerdo, y es que había tanto terreno que donde quiera podía quedarse la familia que ahí llegara, sin esperanza de que esos terrenos fueran a convertirse en algo grande”, narró como un recuerdo lejano que se le fue rápido de la memoria.
De los muertos, dijo que se hablaba de un electrocutado y de una persona que se había ido por la alcantarilla, por el drenaje.
“Acá por la Alameda entraban con lanchas. Se inundó todo Guillermo Prieto, en la esquina, donde estaba la tienda de abarrotes llamada Las Quince Letras”, así se le decía porque Las Quince Letras son quince letras, hágale la cuenta. También se anegó El Zapote, la colonia Obrera, Jardines que tenía un puño de casa, igual de desolado como la Obrera, en La Resurrección, la Central Camionera también quedó llena de agua, por allá de las comunidades de La Luz, La Cruz, y no se diga Irapuato”, comentó distraído por un cliente que le pidió otra ronda.
Contó que algunas personas salían de su casa, cuando llegaban las lanchas, pero otros se quedaron a vivir arriba de la azotea, porque hubo mucho robo, y ahí estuvieron, a la intemperie, bajo las noches despejadas de dos o tres días que duró lo peor de la inundación.
“El agua se fue poco a poco, sin prisa, y después hacer limpieza del lodazal que había quedado fuera y dentro de las casas. Había culebrillas en todas partes, ranas y zapos por todas partes. A las Insurgentes le decían Cantarranas, porque cada que llovía cruar, cruar, cruar”, comentó con una sonrisa.
Después de cobrar a los clientes, dijo que tuvieron que abrir la carretera, brincando la vía, para que el agua saliera y no se viniera para el centro de Celaya, o de otra manera, la tragedia hubiera agarrado parejo.