/ lunes 2 de septiembre de 2019

Falleció el padre Margarito Ceballos

Su cuerpo estaba siendo velado ayer en Funerales San Rafael, en la Avenida Torres Landa, en Celaya.

CELAYA, Gto. (OEM-Informex).- La madrugada de este 1o. de septiembre, fiesta de Nuestra Señora de los Remedios, ha entrado a la Casa del Padre el Pbro. Don José Margarito Ceballos Vázquez, tras haber cumplido este pasado 30 de agosto, 60 años de sacerdocio, de servicio al prójimo y de entregar toda una vida a Dios y a sus hermanos.


Este buen sacerdote, que jamás desconoció sus miserias y errores, pero que buscó siempre la misericordia de Dios y la llevó a todos, sabemos que está con Dios. Hasta el último momento y asistido por un sacerdote al que siempre orientó durante diversas etapas de su vida de formación en el seminario, dijo.

Pbro. Jesús Rico Negrete


Hombre con una sonrisa de niño, reconocía sus defectos, sus sombras. Sin embargo, nadie olvida que en medio de la aparente brusquedad un hombre, nacido en Abasolo, Guanajuato, se escondía la virtud para luego emanar el buen corazón y la misericordia que solamente puede provenir de Dios.



Siempre con la facilidad de palabra. Le caracterizaba su voz ronca que durante la homilía iba acompañada de cerrar los ojos para permitir que al paso del Espíritu Santo se pudieran afinar las palabras, las frases que como caudal de un río impetuoso le llegaban a la mente y no permitía que una sola se omitiera.

Vivió su ministerio sacerdotal en Tenería del Santuario, o en Celaya, en San Antonio de Padua o María Auxiliadora, o en Villagrán o en Empalme Escobedo, administrando los sacramentos del bautismo, la Santa Misa y la confesión o presidiendo el sacramento del Matrimonio.

Se acercaba el pecador contrito a él, y sentado en una silla o en el confesionario, recargaba el codo en su pierna, se agachaba, ponía la mano en su ceja o frente y empezaba a escuchar a aquel que de alguna manera sabía que había ofendido a Dios y buscaba el perdón y la misericordia, trayendo con el consejo y la absolución la medicina al alma necesitada de la reconciliación con el Padre Eterno, siempre dispuesto a abrazar al hijo pródigo, que en medio del excremento de los cerdos, salió limpio tras el arrepentimiento y el perdón al reconocer que ha ofendido a quien lo ha creado.


De familia muy numerosa, fue hijo de un administrador de hacienda que no faltaba a la Santa Misa dominical. La mamá del Padre Margarito le pedía a su esposo que le platicara sobre lo que el sacerdote predicaba en la homilía, y el buen Sr. Ceballos explicaba con detalle el Evangelio del día. La manera más simple y sencilla de evangelizar a los hijos y a la familia en casa.

Hasta los últimos días de vida de sus señores padres, el Padre Margarito los tuvo a su lado, para transmitirles la paz y el descanso que sólo Dios da a los hijos buenos.

Personas piadosas, los padres del sacerdote guanajuatense rezaban el Santo Rosario y ponían a sus hijos de rodillas a rezar un Padre Nuestro, tres Ave Marías y la oración que toda buena madre enseña a sus hijos: "Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día".

El Padre Margarito ya descansa, pero deja un legado grandísimo. Se cumplen en su persona las palabras de uno de sus formadores, el Padre Manuel Pérez Gil, quien luego llegaría a ser arzobispo de Tlalnepantla: "Tú no eres estrella fugaz".

CELAYA, Gto. (OEM-Informex).- La madrugada de este 1o. de septiembre, fiesta de Nuestra Señora de los Remedios, ha entrado a la Casa del Padre el Pbro. Don José Margarito Ceballos Vázquez, tras haber cumplido este pasado 30 de agosto, 60 años de sacerdocio, de servicio al prójimo y de entregar toda una vida a Dios y a sus hermanos.


Este buen sacerdote, que jamás desconoció sus miserias y errores, pero que buscó siempre la misericordia de Dios y la llevó a todos, sabemos que está con Dios. Hasta el último momento y asistido por un sacerdote al que siempre orientó durante diversas etapas de su vida de formación en el seminario, dijo.

Pbro. Jesús Rico Negrete


Hombre con una sonrisa de niño, reconocía sus defectos, sus sombras. Sin embargo, nadie olvida que en medio de la aparente brusquedad un hombre, nacido en Abasolo, Guanajuato, se escondía la virtud para luego emanar el buen corazón y la misericordia que solamente puede provenir de Dios.



Siempre con la facilidad de palabra. Le caracterizaba su voz ronca que durante la homilía iba acompañada de cerrar los ojos para permitir que al paso del Espíritu Santo se pudieran afinar las palabras, las frases que como caudal de un río impetuoso le llegaban a la mente y no permitía que una sola se omitiera.

Vivió su ministerio sacerdotal en Tenería del Santuario, o en Celaya, en San Antonio de Padua o María Auxiliadora, o en Villagrán o en Empalme Escobedo, administrando los sacramentos del bautismo, la Santa Misa y la confesión o presidiendo el sacramento del Matrimonio.

Se acercaba el pecador contrito a él, y sentado en una silla o en el confesionario, recargaba el codo en su pierna, se agachaba, ponía la mano en su ceja o frente y empezaba a escuchar a aquel que de alguna manera sabía que había ofendido a Dios y buscaba el perdón y la misericordia, trayendo con el consejo y la absolución la medicina al alma necesitada de la reconciliación con el Padre Eterno, siempre dispuesto a abrazar al hijo pródigo, que en medio del excremento de los cerdos, salió limpio tras el arrepentimiento y el perdón al reconocer que ha ofendido a quien lo ha creado.


De familia muy numerosa, fue hijo de un administrador de hacienda que no faltaba a la Santa Misa dominical. La mamá del Padre Margarito le pedía a su esposo que le platicara sobre lo que el sacerdote predicaba en la homilía, y el buen Sr. Ceballos explicaba con detalle el Evangelio del día. La manera más simple y sencilla de evangelizar a los hijos y a la familia en casa.

Hasta los últimos días de vida de sus señores padres, el Padre Margarito los tuvo a su lado, para transmitirles la paz y el descanso que sólo Dios da a los hijos buenos.

Personas piadosas, los padres del sacerdote guanajuatense rezaban el Santo Rosario y ponían a sus hijos de rodillas a rezar un Padre Nuestro, tres Ave Marías y la oración que toda buena madre enseña a sus hijos: "Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día".

El Padre Margarito ya descansa, pero deja un legado grandísimo. Se cumplen en su persona las palabras de uno de sus formadores, el Padre Manuel Pérez Gil, quien luego llegaría a ser arzobispo de Tlalnepantla: "Tú no eres estrella fugaz".

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