CELAYA, Gto.- Por problemas de salud, especialmente del corazón, Juan Manuel Ramírez Palomares no pudo asistir a su homenaje “50 años de poesía”, que le ofreció el gobierno municipal, a través del Instituto Municipal de Arte y Cultura, pero a pesar de su ausencia física, sus poemas lo hicieron presente gracias a la lectura escuchada por familiares y amigos que abarrotaron el patio del Museo Octavio Ocampo, y en donde dos hermanos de la palabra, el cronista Fernando Amate y el novelista Salvador Pérez Melesio dieron rienda suelta a la memoria para revelar el alma del autor de más de una docena de libros.
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“Quién diría que los recuerdos sanan el dolor ocasionado por el enojo”, dijo una de las tantas asistentes que al final del evento explicó que ejemplo de ello fue el homenaje a los 50 años de poesía de Juan Manuel Ramírez Palomares, quien no asistió a la tertulia, en la cual el cronista Fernando Amate y el novelista Salvador Pérez Melesio, en un principio molestos, leyeron parte de la obra y contaron anécdotas del gran amigo, pero después, a efecto de versos e historia se le perdonó todo.
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Aunque, agregó, no fue necesaria la noticia de que el poeta había enfermado, porque ya se le había perdonado su ausencia, sólo trajo un poco más de intranquilidad por la estabilidad de su corazón, que, como ha dicho el poeta, los recuerdos no lo dejan dormir.
Pero ya en el evento, el cronista fue ameno en su narración oral para contar anécdotas, y la gente pidió que contara más historias porque sabían, y sentían, que con la palabra se hacía presente al poeta.
En su momento, el novelista Salvador Pérez Melesio, dijo, con nostalgia, que conoció a Juan Manuel hace casi cuatro décadas y fueron fundadores del Consejo Municipal de Cultura.
“Curiosamente el homenaje a Juan Manuel por sus 50 años en la poesía es la misma fecha que hace 35 años el alcalde Javier Mendoza Márquez tomó protesta al Consejo en sesión del Honorable Ayuntamiento de Celaya. Tengo la fortuna de compartir la mesa con el Cronista de la Ciudad, el licenciado Fernando Amate Zúñiga, que también fuera miembro del Consejo Municipal de Cultura y quien, dueño de una elocuencia llena de recursos, conocimiento, cultura y sensibilidad artística, encontrara la sintonía perfecta entre el hombre y su obra”, dijo cubierto de medio rostro por el ala de su sombrero.
Señaló que ya antes de ese lejano enero de 1989, Juan Manuel no sólo escribía, sino que se desempeñaba como promotor cultural, dedicado principalmente a organizar ferias del libro y a la difusión de la poesía.
“Juan Manuel siempre ha sido un artista muy discreto, es decir, no hace alarde de su condición de poeta. Es un autor que no escribe para agradar a nadie más que no sea su apremiante necesidad de hacer poesía. Y con ese bajo perfil en el mundo de las letras, en el 2018 Ediciones la Rana, publicó Obra reunida 1976-2016, un volumen de casi 500 páginas con su poesía escrita hasta el 2016”, dijo ante decenas de amantes de la palabra escrita en verso y prosa.
Agregó que a través de la poesía de Juan Manuel se encuentra que las cosas sencillas de la vida, los problemas del hombre y los conflictos existenciales son melodías que acompañan, pero se desconocen.
“Aunque mi amistad con Juan Manuel va para las cuatro décadas y hemos compartido muchas horas en la promoción de la cultura, momentos sin reloj ni prisa, y bohemias memorables; en todo ese tiempo nunca le he escuchado un poema, bueno, siquiera un verso suyo. Sin embargo, he vivido junto a él, la forja de su poesía; ese día a día que, en su Monólogo del habitante, Herminio Martínez describe con una sordidez desoladora”, expone.
Explica que el poeta es un cronista de la existencia y para eso necesita vivirla; ya sea perdido en la locura del enamoramiento, encontrado en el brutal golpe del desencanto, elevado en las visiones del fracaso, confundido en los halagos del color o hundido en el gris profundo de la miseria humana; preso de albedrío, obrero en la banda de producción de la rutina, testigo del infortunio, militante del asombro, profeta de las pequeñas cosas, heraldo de la nostalgia, precursor de la rebeldía, equilibrista en el filo de la realidad y el encanto, intérprete del silencio; registro de lo inasible, faro en los tiempos oscuros, y convicto por posesión de la palabra.
Dijo de poeta a poeta, y agregó el dador de verso libre que “la poesía de Juan Manuel es la música de fondo de mi existencia, quizá sea la razón por la que me identifico y agrada. Sus versos son habitantes de mi vida desde antes de que fueran escritos. Sus palabras son tan mías que confundo sus poemas con el diario en el que guardo cada gramo de dolor, escondo pedacitos de luz, escribo en mayúsculas sostenidas que Artemisa es la única patria de mi corazón y que en el viento del sur cabalgan los sueños montados en los corceles de la plenitud; y, es el íntimo santuario donde dialogo con Dios”, impuso silencio con su decir.
Era de noche cuando terminó el homenaje, y a esa hora llegó la noticia de que el amigo Palomares no había asistido por problemas del corazón, y se entendió, sabiendo que todo poeta tarde o temprano sufre la sombra en su pecho.