/ sábado 18 de mayo de 2024

La primera generación de maestras guanajuatenses de la Escuela Normal Lancasteriana, año de 1828

José Juan Pérez Ramos

A propósito de la celebración del Día del Maestro, dentro de la historia de la educación en Guanajuato, un capítulo importante ha sido no sólo la instalación de la Escuela Normal Lancasteriana en 1825, sino también su primera generación egresada de maestras en 1828. Antes que ellas, dos generaciones de maestros habían pasado por el proceso de egreso y certificación. Cabe recordar que la institución formadora del preceptorado, no tuvo un edificio propio o construido para sus fines, ya que por cuestiones del erario, se tuvo que declarar a la 1ª. Escuela Pública de Niños, como la sede oficial de la Normal en la capital guanajuatense.

Es decir, dicho recinto prestó sus instalaciones para albergarla en sus primeras décadas de existencia; en tanto que para 1831 fue necesario acondicionar a la 1ª. Escuela de Niñas, como la segunda sede a fin de recibir en sus aulas, a las féminas interesadas en estudiar la carrera del magisterio.

Ahora bien ¿quiénes fueron esas cuatro mujeres que decidieron romper los paradigmas de aquella época en Guanajuato?, cuando aún eran fuertes los cuestionamientos en términos generales, si las personas del sexo femenino debían avanzar en su instrucción más allá de las primeras letras o incluso, no cursar la primera enseñanza y permanecer en casa. Las cuatro que tomaron la determinación fueron María Josefa Madrid de la Rocha y su hija María de la Luz Contreras, junto a María Guadalupe Moscoso y Guadalupe Tamayo. Ellas no eran improvisadas ni carecían de los conocimientos entorno a la instrucción, puesto que al momento de inscribirse a los cursos de la Cátedra de Pedagogía -programa de capacitación al preceptorado- ya se encontraban laborando en las dos escuelas públicas de niñas de la capital guanajuatense. En los casos de Madrid de la Rocha y de Contreras, tenían las funciones administrativas como directora y preceptora auxiliar en la 1ª. Escuela respectivamente; en tanto que Moscoso y Tamayo, se desempeñaban en los puestos de la dirección y de la preceptoría auxiliar, pertenecientes al segundo establecimiento público de niñas. Sus nombramientos habían sido otorgados, por la otrora Comisión de las Escuelas en los últimos años de la Nueva España. En la situación de la maestra Moscoso desde 1808 obtuvo su nombramiento y en el caso de Madrid de la Rocha hacia 1817. Las cuatro mujeres eran maestras de primeras letras certificadas por el antiguo régimen. Lograron conservar sus puestos de trabajo en la primera década de vida independiente; sin embargo para poder mantenerse y ajustándose a las nuevas disposiciones legales relacionadas con la instrucción pública en el estado de Guanajuato –expedidas entre 1827 y 1828 por el entonces gobernador Lic. Carlos Montes de Oca-, tomaron la decisión de inscribirse a los cursos iniciales de la Normal Lancasteriana. Posiblemente, lo hicieron en diciembre de 1827 tras la reapertura de la institución y les tomó varios meses concluir sus estudios. Al conjunto de todos los cursos se le llamó Cátedra de Pedagogía y fue obligatorio mostrar su certificado por cualquier maestro o maestra de escuelas públicas. Así lo exigía la ley en materia educativa y se tenía que cumplir para no ser removido del puesto laboral.

Para las cuatro mujeres, ser alumnas de la Normal no fue del todo fácil. Ya que compaginaron los estudios con sus horas de trabajo; considerando que las escuelas públicas de niñas comenzaban sus actividades a las 8:00 de la mañana, para concluir a las 17.00 horas. Además al hecho de asumirse como directoras y preceptoras auxiliares, tenían que dar clases y estar al pendiente de todos los asuntos de las niñas como la higiene, disciplina, asistencia a las misas. Si a este panorama, agregamos que en el caso de Madrid de la Rocha era madre de familia; más aparte que los salarios de las maestras Contreras y de Tamayo, fueron de $200 y $100 pesos anuales respectivamente, pues no tenían las mejores condiciones que digamos. Si a todo lo anterior, le sumamos las presiones del gobierno para tener al preceptorado de sus escuelas públicas, certificados en poco tiempo, debido a lo imperioso de sentar las bases al sistema educativo del estado; podemos imaginar la gran tarea y los retos que debieron experimentar esas cuatro preceptoras.

Finalmente, en octubre de 1828 las maestras Madrid de la Rocha, Contreras, Moscoso y Tamayo, pasaron por vez primera por un proceso de examinación distinto, al llevado por la antigua Comisión de las Escuelas. Esta vez, era una junta sinodal que llevaba a la cabeza al director de la Normal Lancasteriana y a catedráticos especializados. Además que debieron previamente, haber comprobado mediante un certificado avalado por el director, de sus conocimientos y prácticas en el sistema de enseñanza mutua; tener habilidades para la comprensión y aplicación de los principios de la Cartilla Lancasteriana y materiales didácticos o textos de la época. Tras la examinación, fueron aprobadas y esto conllevó, a que obtuvieran los certificados y el diploma correspondiente como Preceptoras de Primeras Letras. Es menester señalar, que los certificados tenían que renovarse cada dos años para comprobar la actualización del preceptorado.

Lo realizado por las cuatro maestras en 1828, abrió el camino para que otras mujeres se animaran a inscribirse a la Normal y despejar, cualquier duda sobre el tránsito femenino hacia las carreras decimonónicas. El primer paso se había dado desde el magisterio y con toda seguridad, preparó la senda para que las féminas entre las décadas de 1860 y 1880, se inscribieran en la Escuela de Artes y Oficios, lo mismo que en la Escuela de Medicina del Colegio del Estado respectivamente. Por ello, la historia de Guanajuato tiene aún pendientes por reconocer a la primera generación de maestras egresadas de la Normal Lancasteriana, pero nuevamente el tiempo dará la razón.

José Juan Pérez Ramos

A propósito de la celebración del Día del Maestro, dentro de la historia de la educación en Guanajuato, un capítulo importante ha sido no sólo la instalación de la Escuela Normal Lancasteriana en 1825, sino también su primera generación egresada de maestras en 1828. Antes que ellas, dos generaciones de maestros habían pasado por el proceso de egreso y certificación. Cabe recordar que la institución formadora del preceptorado, no tuvo un edificio propio o construido para sus fines, ya que por cuestiones del erario, se tuvo que declarar a la 1ª. Escuela Pública de Niños, como la sede oficial de la Normal en la capital guanajuatense.

Es decir, dicho recinto prestó sus instalaciones para albergarla en sus primeras décadas de existencia; en tanto que para 1831 fue necesario acondicionar a la 1ª. Escuela de Niñas, como la segunda sede a fin de recibir en sus aulas, a las féminas interesadas en estudiar la carrera del magisterio.

Ahora bien ¿quiénes fueron esas cuatro mujeres que decidieron romper los paradigmas de aquella época en Guanajuato?, cuando aún eran fuertes los cuestionamientos en términos generales, si las personas del sexo femenino debían avanzar en su instrucción más allá de las primeras letras o incluso, no cursar la primera enseñanza y permanecer en casa. Las cuatro que tomaron la determinación fueron María Josefa Madrid de la Rocha y su hija María de la Luz Contreras, junto a María Guadalupe Moscoso y Guadalupe Tamayo. Ellas no eran improvisadas ni carecían de los conocimientos entorno a la instrucción, puesto que al momento de inscribirse a los cursos de la Cátedra de Pedagogía -programa de capacitación al preceptorado- ya se encontraban laborando en las dos escuelas públicas de niñas de la capital guanajuatense. En los casos de Madrid de la Rocha y de Contreras, tenían las funciones administrativas como directora y preceptora auxiliar en la 1ª. Escuela respectivamente; en tanto que Moscoso y Tamayo, se desempeñaban en los puestos de la dirección y de la preceptoría auxiliar, pertenecientes al segundo establecimiento público de niñas. Sus nombramientos habían sido otorgados, por la otrora Comisión de las Escuelas en los últimos años de la Nueva España. En la situación de la maestra Moscoso desde 1808 obtuvo su nombramiento y en el caso de Madrid de la Rocha hacia 1817. Las cuatro mujeres eran maestras de primeras letras certificadas por el antiguo régimen. Lograron conservar sus puestos de trabajo en la primera década de vida independiente; sin embargo para poder mantenerse y ajustándose a las nuevas disposiciones legales relacionadas con la instrucción pública en el estado de Guanajuato –expedidas entre 1827 y 1828 por el entonces gobernador Lic. Carlos Montes de Oca-, tomaron la decisión de inscribirse a los cursos iniciales de la Normal Lancasteriana. Posiblemente, lo hicieron en diciembre de 1827 tras la reapertura de la institución y les tomó varios meses concluir sus estudios. Al conjunto de todos los cursos se le llamó Cátedra de Pedagogía y fue obligatorio mostrar su certificado por cualquier maestro o maestra de escuelas públicas. Así lo exigía la ley en materia educativa y se tenía que cumplir para no ser removido del puesto laboral.

Para las cuatro mujeres, ser alumnas de la Normal no fue del todo fácil. Ya que compaginaron los estudios con sus horas de trabajo; considerando que las escuelas públicas de niñas comenzaban sus actividades a las 8:00 de la mañana, para concluir a las 17.00 horas. Además al hecho de asumirse como directoras y preceptoras auxiliares, tenían que dar clases y estar al pendiente de todos los asuntos de las niñas como la higiene, disciplina, asistencia a las misas. Si a este panorama, agregamos que en el caso de Madrid de la Rocha era madre de familia; más aparte que los salarios de las maestras Contreras y de Tamayo, fueron de $200 y $100 pesos anuales respectivamente, pues no tenían las mejores condiciones que digamos. Si a todo lo anterior, le sumamos las presiones del gobierno para tener al preceptorado de sus escuelas públicas, certificados en poco tiempo, debido a lo imperioso de sentar las bases al sistema educativo del estado; podemos imaginar la gran tarea y los retos que debieron experimentar esas cuatro preceptoras.

Finalmente, en octubre de 1828 las maestras Madrid de la Rocha, Contreras, Moscoso y Tamayo, pasaron por vez primera por un proceso de examinación distinto, al llevado por la antigua Comisión de las Escuelas. Esta vez, era una junta sinodal que llevaba a la cabeza al director de la Normal Lancasteriana y a catedráticos especializados. Además que debieron previamente, haber comprobado mediante un certificado avalado por el director, de sus conocimientos y prácticas en el sistema de enseñanza mutua; tener habilidades para la comprensión y aplicación de los principios de la Cartilla Lancasteriana y materiales didácticos o textos de la época. Tras la examinación, fueron aprobadas y esto conllevó, a que obtuvieran los certificados y el diploma correspondiente como Preceptoras de Primeras Letras. Es menester señalar, que los certificados tenían que renovarse cada dos años para comprobar la actualización del preceptorado.

Lo realizado por las cuatro maestras en 1828, abrió el camino para que otras mujeres se animaran a inscribirse a la Normal y despejar, cualquier duda sobre el tránsito femenino hacia las carreras decimonónicas. El primer paso se había dado desde el magisterio y con toda seguridad, preparó la senda para que las féminas entre las décadas de 1860 y 1880, se inscribieran en la Escuela de Artes y Oficios, lo mismo que en la Escuela de Medicina del Colegio del Estado respectivamente. Por ello, la historia de Guanajuato tiene aún pendientes por reconocer a la primera generación de maestras egresadas de la Normal Lancasteriana, pero nuevamente el tiempo dará la razón.

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