/ martes 7 de noviembre de 2017

Mazapanes Toledo, toda una herencia milenaria

Turrones, galletas, pasteles y bizcochos son parte de la oferta de los Mazapanes Toledo

Sus primeras flores brotan en los albores del año como un anticipo de la primavera, es la anunciación a los días más prolongados del año, un guiño al canto de las aves. El almendro y sus frutos son asociados a la pureza, la esperanza y la renovación, valores fundamentales sobre los que se fincó Mazapanes Toledo, una tienda que brotó de la hospitalidad mexicana con los refugiados de la guerra civil española.

Rodeado de básculas y hornos que datan de mediados del siglo pasado, Javier García Galiano nos cuenta que él y su hermano son la tercera generación sobre la que se apoya la mazapanería. La cruenta guerra civil significó para la calle Uruguay del Centro Histórico una muestra del eclecticismo sobre el que se sitúa la gastronomía en México.

La tienda que en sus cristales ofrecía mazapanes y turrones decembrinos, más tarde o más temprano se convirtió en una galería de galletas, pasteles y biscochos ante la necesidad de sobrevivir todo el año, no obstante, siempre con el apego hacia la tradición ibérica. García Galiano recuerda al poeta cubano Eliseo Diego, quien profesaba la importancia de hacer bien las cosas, los mazapanes toledanos no se traicionan, pese a llevar 77 años fuera de las praderas españolas.

 

La mazapanería matriz, ahora ubicada en la calle 16 de septiembre, es un recinto que invita a la imaginación y seduce al recuerdo. Mientras los visitantes se debaten entre probar un turrón de Alicante o uno de Jijona, una torta de Santiago o un polvorón sevillano, también se aventuran a completar cada una de las historias que los objetos de las vitrinas les cuentan. Un teléfono de disco inerte, una caja registradora oxidada, unos cuadros descansando.

Sin embargo, los pasajes que las cosas no pueden narrarnos, las rememora el también periodista, escritor y traductor. Durante casi ocho décadas, algunos personajes célebres han probado los sabores almendrados de Mazapanes Toledo. Juan José Arreola colaboró con un calendario para la empresa, la viuda del torero Armilla, muerto lejos de la muleta, se paseaba por la tienda y el Tío Gamboín se alejaba de las cámaras y se acercaba a los mazapanes.

En la actualidad, Mazapanes Toledo se aloja más allá de los dos recintos del Centro Histórico. Coyoacán, Mixcoac y San Jerónimo también ya saborean un dulce que nació con los moros, saltó a la Península Ibérica por el Estrecho de Gibraltar y navegó por el Atlántico hasta llegar a las Américas.

1939 fue el año en que la almendra, el azúcar y el huevo se conocieron en el entonces Distrito Federal. Los revoloteos de los molinos toledanos ahora se esparcen por las baldosas de los barrios capitalinos, barrios que huelen a fierro viejo, saben a pulque y suenan a harmonipan. El nacido en Veracruz remarca con orgullo que su tienda es una reminiscencia a las antiguas misceláneas, los Mazapanes Toledo son los amigos del barrio.

Sus primeras flores brotan en los albores del año como un anticipo de la primavera, es la anunciación a los días más prolongados del año, un guiño al canto de las aves. El almendro y sus frutos son asociados a la pureza, la esperanza y la renovación, valores fundamentales sobre los que se fincó Mazapanes Toledo, una tienda que brotó de la hospitalidad mexicana con los refugiados de la guerra civil española.

Rodeado de básculas y hornos que datan de mediados del siglo pasado, Javier García Galiano nos cuenta que él y su hermano son la tercera generación sobre la que se apoya la mazapanería. La cruenta guerra civil significó para la calle Uruguay del Centro Histórico una muestra del eclecticismo sobre el que se sitúa la gastronomía en México.

La tienda que en sus cristales ofrecía mazapanes y turrones decembrinos, más tarde o más temprano se convirtió en una galería de galletas, pasteles y biscochos ante la necesidad de sobrevivir todo el año, no obstante, siempre con el apego hacia la tradición ibérica. García Galiano recuerda al poeta cubano Eliseo Diego, quien profesaba la importancia de hacer bien las cosas, los mazapanes toledanos no se traicionan, pese a llevar 77 años fuera de las praderas españolas.

 

La mazapanería matriz, ahora ubicada en la calle 16 de septiembre, es un recinto que invita a la imaginación y seduce al recuerdo. Mientras los visitantes se debaten entre probar un turrón de Alicante o uno de Jijona, una torta de Santiago o un polvorón sevillano, también se aventuran a completar cada una de las historias que los objetos de las vitrinas les cuentan. Un teléfono de disco inerte, una caja registradora oxidada, unos cuadros descansando.

Sin embargo, los pasajes que las cosas no pueden narrarnos, las rememora el también periodista, escritor y traductor. Durante casi ocho décadas, algunos personajes célebres han probado los sabores almendrados de Mazapanes Toledo. Juan José Arreola colaboró con un calendario para la empresa, la viuda del torero Armilla, muerto lejos de la muleta, se paseaba por la tienda y el Tío Gamboín se alejaba de las cámaras y se acercaba a los mazapanes.

En la actualidad, Mazapanes Toledo se aloja más allá de los dos recintos del Centro Histórico. Coyoacán, Mixcoac y San Jerónimo también ya saborean un dulce que nació con los moros, saltó a la Península Ibérica por el Estrecho de Gibraltar y navegó por el Atlántico hasta llegar a las Américas.

1939 fue el año en que la almendra, el azúcar y el huevo se conocieron en el entonces Distrito Federal. Los revoloteos de los molinos toledanos ahora se esparcen por las baldosas de los barrios capitalinos, barrios que huelen a fierro viejo, saben a pulque y suenan a harmonipan. El nacido en Veracruz remarca con orgullo que su tienda es una reminiscencia a las antiguas misceláneas, los Mazapanes Toledo son los amigos del barrio.

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