/ lunes 15 de abril de 2024

Corridos Tumbados

“Se les recuerda que está prohibida la contratación de cualquier grupo musical o banda en el área de playa frente al condominio Camino Al Mar concesionada al condominio”, se leyó en un cartel que causó mucho revuelo en Mazatlán, Sinaloa.

Sobre todo porque esos condominios están habitados por norteamericanos y ricos.

La indignación fue porque los mexicanos creemos que nadie tiene por qué decirnos qué basura escuchar. La música de banda es un bodrio, pero es nuestro bodrio.

Analizando el por qué los Coppel y los gringos no quieren escuchar banda y corridos tumbados en las playas de Mazatlán, y esta vez, por muy mal que me caigan lo dueños de las tiendas departamentales que tienen endeudada a casi la mitad de la población de México (la otra casi mitad le debe a Elektra), y que bajo el consejo bíblico “a la tierra que fueres has lo que vieres”, los gringos no deben decirnos qué chingaderas decidimos que son parte de nuestra cultura, por primera vez coincido con ellos.

Y es que no solo es Mazatlán, sino todo México el que ha sido asaltado por estos grupos estridentes a cuyas cacofonías no se les puede llamar música. De un momento a otro los narco corridos se extendieron como cáncer a lo largo y ancho del país.

Cuando niño, la plaza de armas de Veracruz era el lugar ideal para ir a escuchar los danzones, la marimba, huapangos y sones, pero hoy están copados por bandas que desplazaron a la verdadera música regional jarocha. ¿Cómo se puede justificar? Si Sinaloa está al otro lado de la república, en otro océano, hasta donde llegaron los valses y las polcas europeas que degeneraron en la banda regional mexicana. Decía García Márquez que “también Veracruz es Caribe”, y se lo arrebató la narco cultura del norte del país.

El chilango, que antes era salsero por excelencia, hoy se embelesa con disonantes historias de trocas, ranchos y armas, aunque muchos nunca han visto un venado o un gato montés. Bueno, para ser precisos, ni siquiera una vaca lechera. ¿Qué explicación tiene eso?

Los cacofemismos que los cantantes “belicones” carraspean con voz forzada para hacerla aguardentosa no hacer reflexión de nada, son carentes de recursos literarios; cuando mucho son una suerte de onomatopeya de hiena africana que se repite una y otra vez sin cambios de tonos o matrices y donde un bajo sexto lo domina todo del inicio hasta el fin. Alguna vez que me subí al transporte público tuve que escuchar la de “compa, que le parece esa morra” en contra de mi voluntad. Con analizar una sola pieza se puede terminar el estudio detallado de todo un subgénero y una subcultura sin morir en el intento. Me imagino que Manuel M. Ponce regresaría a su ataúd.

Y vaya que los mexicanos siempre hemos estado a la cabeza de lo que a ¿música?, bueno, sí, lo voy a apodar “música regional” y bailes ridículos se refiere, basta recordar el pasito duranguense o el tribal para sentir vergüenza ajena cuando viaja uno al extranjero. Diría lo mismo de los paisanos de Bad Bunny, pero nosotros ya tenemos lo nuestro con Dany Flow, Bellakath y resto de “músicos urbanos” que deberían ser motivo de estudio antropológico y psiquiátrico. Muestra de que si algo es muy malo, como el reguetón, nosotros lo podemos empeorar, para que no nos subestimen.

Pero si hay algo que me hace explotar los oídos peor que el reguetón, son los corridos tumbados. Y no me considero una autoridad musical, no obstante conozco del tema: estuve 3 años en un conservatorio aprendiendo armonía, he ganado concursos internacionales de poesía y literatura (para quien quiera discutir de las letras y sus figuras literarias) y estudié medicina, donde además de psiquiatría, llevamos otorrinolaringología, audiología, foniatría y en mi sub especialidad aprendí sobre los potenciales evocados (en este caso corresponderían los auditivos).

La corteza auditiva del lóbulo temporal organiza los sonidos y discrimina lo que es contaminación de armonía, pero se tiene que ejercitar a tempranas edades para evitar daños en dicha estructura cerebro vascular. Esto es que, quien no sabe distinguir entre ruido y música, es muy probable que tenga dañada esta estructura, o que por idiosincrasia se sufra de una hipotrofia (falta de crecimiento) en dicho nivel.

La psiquiatría tiene distintas teorías del porqué glorificar un tipo de vida al margen de la ley, pero el análisis es muy extenso, tanto como la historia del corrido mexicano que sobrepasa los dos siglos de vida y tuvo su auge en la Revolución.

Y sí, muchos al final de cuentas dirán que cada quien escucha lo que quiere, puede o entiende, pero no está demás ponerle mayor atención a la ciencia en lugar de dar una explicación a base de disonancias cognitivas. Pero sobre todo es importante respetar los oídos del prójimo, así como se prohibió el cigarrillo por cuidado a los pulmones ajenos de personas inconscientes que fumaban hasta en los camiones y elevadores.

Cuando los gringos se quejan de la banda, se les puede recriminar y echarles la culpa de cualquier cosa, menos de no tener un oído mejor educado que el nuestro.

“Se les recuerda que está prohibida la contratación de cualquier grupo musical o banda en el área de playa frente al condominio Camino Al Mar concesionada al condominio”, se leyó en un cartel que causó mucho revuelo en Mazatlán, Sinaloa.

Sobre todo porque esos condominios están habitados por norteamericanos y ricos.

La indignación fue porque los mexicanos creemos que nadie tiene por qué decirnos qué basura escuchar. La música de banda es un bodrio, pero es nuestro bodrio.

Analizando el por qué los Coppel y los gringos no quieren escuchar banda y corridos tumbados en las playas de Mazatlán, y esta vez, por muy mal que me caigan lo dueños de las tiendas departamentales que tienen endeudada a casi la mitad de la población de México (la otra casi mitad le debe a Elektra), y que bajo el consejo bíblico “a la tierra que fueres has lo que vieres”, los gringos no deben decirnos qué chingaderas decidimos que son parte de nuestra cultura, por primera vez coincido con ellos.

Y es que no solo es Mazatlán, sino todo México el que ha sido asaltado por estos grupos estridentes a cuyas cacofonías no se les puede llamar música. De un momento a otro los narco corridos se extendieron como cáncer a lo largo y ancho del país.

Cuando niño, la plaza de armas de Veracruz era el lugar ideal para ir a escuchar los danzones, la marimba, huapangos y sones, pero hoy están copados por bandas que desplazaron a la verdadera música regional jarocha. ¿Cómo se puede justificar? Si Sinaloa está al otro lado de la república, en otro océano, hasta donde llegaron los valses y las polcas europeas que degeneraron en la banda regional mexicana. Decía García Márquez que “también Veracruz es Caribe”, y se lo arrebató la narco cultura del norte del país.

El chilango, que antes era salsero por excelencia, hoy se embelesa con disonantes historias de trocas, ranchos y armas, aunque muchos nunca han visto un venado o un gato montés. Bueno, para ser precisos, ni siquiera una vaca lechera. ¿Qué explicación tiene eso?

Los cacofemismos que los cantantes “belicones” carraspean con voz forzada para hacerla aguardentosa no hacer reflexión de nada, son carentes de recursos literarios; cuando mucho son una suerte de onomatopeya de hiena africana que se repite una y otra vez sin cambios de tonos o matrices y donde un bajo sexto lo domina todo del inicio hasta el fin. Alguna vez que me subí al transporte público tuve que escuchar la de “compa, que le parece esa morra” en contra de mi voluntad. Con analizar una sola pieza se puede terminar el estudio detallado de todo un subgénero y una subcultura sin morir en el intento. Me imagino que Manuel M. Ponce regresaría a su ataúd.

Y vaya que los mexicanos siempre hemos estado a la cabeza de lo que a ¿música?, bueno, sí, lo voy a apodar “música regional” y bailes ridículos se refiere, basta recordar el pasito duranguense o el tribal para sentir vergüenza ajena cuando viaja uno al extranjero. Diría lo mismo de los paisanos de Bad Bunny, pero nosotros ya tenemos lo nuestro con Dany Flow, Bellakath y resto de “músicos urbanos” que deberían ser motivo de estudio antropológico y psiquiátrico. Muestra de que si algo es muy malo, como el reguetón, nosotros lo podemos empeorar, para que no nos subestimen.

Pero si hay algo que me hace explotar los oídos peor que el reguetón, son los corridos tumbados. Y no me considero una autoridad musical, no obstante conozco del tema: estuve 3 años en un conservatorio aprendiendo armonía, he ganado concursos internacionales de poesía y literatura (para quien quiera discutir de las letras y sus figuras literarias) y estudié medicina, donde además de psiquiatría, llevamos otorrinolaringología, audiología, foniatría y en mi sub especialidad aprendí sobre los potenciales evocados (en este caso corresponderían los auditivos).

La corteza auditiva del lóbulo temporal organiza los sonidos y discrimina lo que es contaminación de armonía, pero se tiene que ejercitar a tempranas edades para evitar daños en dicha estructura cerebro vascular. Esto es que, quien no sabe distinguir entre ruido y música, es muy probable que tenga dañada esta estructura, o que por idiosincrasia se sufra de una hipotrofia (falta de crecimiento) en dicho nivel.

La psiquiatría tiene distintas teorías del porqué glorificar un tipo de vida al margen de la ley, pero el análisis es muy extenso, tanto como la historia del corrido mexicano que sobrepasa los dos siglos de vida y tuvo su auge en la Revolución.

Y sí, muchos al final de cuentas dirán que cada quien escucha lo que quiere, puede o entiende, pero no está demás ponerle mayor atención a la ciencia en lugar de dar una explicación a base de disonancias cognitivas. Pero sobre todo es importante respetar los oídos del prójimo, así como se prohibió el cigarrillo por cuidado a los pulmones ajenos de personas inconscientes que fumaban hasta en los camiones y elevadores.

Cuando los gringos se quejan de la banda, se les puede recriminar y echarles la culpa de cualquier cosa, menos de no tener un oído mejor educado que el nuestro.

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