/ jueves 4 de abril de 2024

El Lenguaje y la Comunicación

El lenguaje es consustancial a la comunicación. Un lenguaje sencillo puede ser determinante para comunicar con eficacia un mensaje, pero no tiene por qué ser soez o carente de contenido.

Comunicar implica transmitir a otro una idea mediante un código común que, entre seres humanos, es la palabra, tanto oral como escrita, es decir, el lenguaje en tanto facultad del ser humano de expresarse con los demás a través del sonido articulado o de otros signos; por tanto, el lenguaje también es resultado de la razón humana; es un invento del ser humano para facilitar su convivencia y hay consenso social en torno a él, a efecto de fijar ideas comunes para comunicar; se trata, pues, de un constructo social.

Atrás han quedado el ágora griega y el foro romano, sitios en donde el ciudadano se enteraba y se hacía partícipe de la cosa pública; hoy, aquellos han sido reemplazados por los medios masivos de comunicación y por las redes sociales, cuyo eco y resonancia llegan a muchísimas personas, es decir, fungen como supermegáfonos debido a su alcance y cobertura.

El grado de instrucción de un individuo es directamente proporcional a la amplitud de su lenguaje. Si esta premisa es verdadera, entonces estamos en una situación crítica, pues el promedio nacional de lectura en México es bajo, situación particularmente grave, pues leer enseña a debatir, a argumentar, a formular propuestas, a presentar puntos de vista novedosos, a generar contextos de exigencia; no se puede demandar lo que se ignora.

En el ámbito público hay pronunciamientos en torno al lenguaje que es conveniente usar, debido a su utilidad y eficacia en la transmisión del mensaje; así, tanto algunos ordenamientos jurídicos como manuales de estilo establecen que ha de emplearse un lenguaje claro, franco, abierto, sencillo y accesible para el receptor, sin tecnicismos. Es de puntualizarse que un lenguaje sencillo y accesible de ninguna manera significa que sea soez ni vulgar, más bien se refiere a evitar el uso de epítetos, paráfrasis y perífrasis, decir lo que se quiere con las palabras adecuadas, sin rodeos ni redundancias.

El lenguaje importa, pues se integra de palabras y éstas tienen su carga de intencionalidad; además, las palabras crean realidades discursivas que pueden derivar en realidades fácticas. Sin embargo, cabe señalar que las palabras no son buenas o malas, pues estos calificativos atienden a la intencionalidad del emisor.

En ese orden de ideas surge la interrogante: ¿Cuál es el lenguaje políticamente correcto? Intuyo que el adecuado -y quizás eficaz- en un momento y espacio determinado, en palabras de Don Quijote: «Cuando a Roma fueres, haz como vieres».

Finalizo exhortando al lector a que siga leyendo, pues las ventajas de la lectura son múltiples y no se limitan a ser menos ignorante, pues inmiscuyen temas de salud mental, ocio y recreo, magnificando la imaginación y acotando el poder de otros para influir en nuestras decisiones.

germanrodriguez32@hotmail.com

El lenguaje es consustancial a la comunicación. Un lenguaje sencillo puede ser determinante para comunicar con eficacia un mensaje, pero no tiene por qué ser soez o carente de contenido.

Comunicar implica transmitir a otro una idea mediante un código común que, entre seres humanos, es la palabra, tanto oral como escrita, es decir, el lenguaje en tanto facultad del ser humano de expresarse con los demás a través del sonido articulado o de otros signos; por tanto, el lenguaje también es resultado de la razón humana; es un invento del ser humano para facilitar su convivencia y hay consenso social en torno a él, a efecto de fijar ideas comunes para comunicar; se trata, pues, de un constructo social.

Atrás han quedado el ágora griega y el foro romano, sitios en donde el ciudadano se enteraba y se hacía partícipe de la cosa pública; hoy, aquellos han sido reemplazados por los medios masivos de comunicación y por las redes sociales, cuyo eco y resonancia llegan a muchísimas personas, es decir, fungen como supermegáfonos debido a su alcance y cobertura.

El grado de instrucción de un individuo es directamente proporcional a la amplitud de su lenguaje. Si esta premisa es verdadera, entonces estamos en una situación crítica, pues el promedio nacional de lectura en México es bajo, situación particularmente grave, pues leer enseña a debatir, a argumentar, a formular propuestas, a presentar puntos de vista novedosos, a generar contextos de exigencia; no se puede demandar lo que se ignora.

En el ámbito público hay pronunciamientos en torno al lenguaje que es conveniente usar, debido a su utilidad y eficacia en la transmisión del mensaje; así, tanto algunos ordenamientos jurídicos como manuales de estilo establecen que ha de emplearse un lenguaje claro, franco, abierto, sencillo y accesible para el receptor, sin tecnicismos. Es de puntualizarse que un lenguaje sencillo y accesible de ninguna manera significa que sea soez ni vulgar, más bien se refiere a evitar el uso de epítetos, paráfrasis y perífrasis, decir lo que se quiere con las palabras adecuadas, sin rodeos ni redundancias.

El lenguaje importa, pues se integra de palabras y éstas tienen su carga de intencionalidad; además, las palabras crean realidades discursivas que pueden derivar en realidades fácticas. Sin embargo, cabe señalar que las palabras no son buenas o malas, pues estos calificativos atienden a la intencionalidad del emisor.

En ese orden de ideas surge la interrogante: ¿Cuál es el lenguaje políticamente correcto? Intuyo que el adecuado -y quizás eficaz- en un momento y espacio determinado, en palabras de Don Quijote: «Cuando a Roma fueres, haz como vieres».

Finalizo exhortando al lector a que siga leyendo, pues las ventajas de la lectura son múltiples y no se limitan a ser menos ignorante, pues inmiscuyen temas de salud mental, ocio y recreo, magnificando la imaginación y acotando el poder de otros para influir en nuestras decisiones.

germanrodriguez32@hotmail.com