/ sábado 28 de noviembre de 2020

CrónicAndo

Cuando todo pase

(I de II partes)

Porque afirma el poeta: "Todo pasa y nada queda…", lo reafirma el dicho popular: "porque no hay mal que dure cien años", porque nuestro credo lo grita: esto tendrá que terminar y vendrán tiempos mejores.

Y entonces, cuando ello suceda, tendremos que tender a orearse nuestra mejor esperanza, será menester vestirnos de domingo, lustrar los zapatos, ponernos goma en el cabello y hacer que delante de nosotros desfilen los mejores sueños, lo más granado y preciado del milagro de vivir y que por supuesto se queden de una vez y para siempre con nosotros.

Entonces los cronistas, historiadores, periodistas y todos los que ejercen el arte de atesorar historias y recuerdos, tomaremos aíre y distancia para desde otros horizontes contarle al mundo lo que pasó


Los jinetes de la desgracia

Llegaron, como suelen hacerlo, sin previo aviso, sin preámbulo sin noticia alguna que previera su arribo. Uno de ellos ataviado de un minúsculo ser, que de a poco carcome los pulmones, nos roba el aliento e inexorable nos lleva a la muerte. Le llamaron Covid 19, pero él viene precedido de un desorganizado y obsoleto sistema de salud, por la desidia personal de quienes veían en su hipertensión, diabetes y obesidad como condiciones por las que no valía la pena preocuparse, por una rampante pobreza, por un oprobioso abandono. Y el virus fue más allá, no respeto a nadie, lo mismo falleció el amante adolescente, el cura recatado, el médico sabio, el obrero diligente, el indígena taciturno. Jinete implacable, parca inclemente, verdugo para todos, sin oportunidad de redención o tiempo de arrepentimientos. Visitó hospitales, asilos, fábricas, oficinas, conventos, casas habitadas por seres de plural ralea. Simplemente llegó, vio, venció.

Pero antes del covid-19, ya se enseñoreaba en la humilde colonia, en la ranchería y en la zona residencial, la violencia. La institucional y la fortuita, la de la horrible jeta del crimen organizado, la del nauseabundo aliento de la sinrazón. Y la violencia cumplió su cuota de tragedia, víctimas las mujeres por el simple hecho de serlo, el comerciante que se opuso al chantaje, el paisano que estaba en el momento y el lugar equivocado. Inermes, asustados, llorosos vimos como el jinete de la violencia impune se paseaba por nuestras calles, y nadie en el 2020, pudo contenerlo, oponerse, combatirlo.

De las fechorías de ambas figuras quedan los registros, las notas periodísticas, las esquelas, las condolencias y como colofón la fría e insensible estadística que es tan solo un pobre número que no cuenta que detrás de cada fallecido había una madre amorosa, un novia ilusionada, un padre con proyectos, un estudiante anhelante de un futuro, un campesino con fe en el buen temporal, son una y mil historias que no aparecen agazapadas entre puntos, comas y guarismos. Cifras que son una oda al silencio humano. Mudo proceder que no dice casi nada

Cuando todo pase

(I de II partes)

Porque afirma el poeta: "Todo pasa y nada queda…", lo reafirma el dicho popular: "porque no hay mal que dure cien años", porque nuestro credo lo grita: esto tendrá que terminar y vendrán tiempos mejores.

Y entonces, cuando ello suceda, tendremos que tender a orearse nuestra mejor esperanza, será menester vestirnos de domingo, lustrar los zapatos, ponernos goma en el cabello y hacer que delante de nosotros desfilen los mejores sueños, lo más granado y preciado del milagro de vivir y que por supuesto se queden de una vez y para siempre con nosotros.

Entonces los cronistas, historiadores, periodistas y todos los que ejercen el arte de atesorar historias y recuerdos, tomaremos aíre y distancia para desde otros horizontes contarle al mundo lo que pasó


Los jinetes de la desgracia

Llegaron, como suelen hacerlo, sin previo aviso, sin preámbulo sin noticia alguna que previera su arribo. Uno de ellos ataviado de un minúsculo ser, que de a poco carcome los pulmones, nos roba el aliento e inexorable nos lleva a la muerte. Le llamaron Covid 19, pero él viene precedido de un desorganizado y obsoleto sistema de salud, por la desidia personal de quienes veían en su hipertensión, diabetes y obesidad como condiciones por las que no valía la pena preocuparse, por una rampante pobreza, por un oprobioso abandono. Y el virus fue más allá, no respeto a nadie, lo mismo falleció el amante adolescente, el cura recatado, el médico sabio, el obrero diligente, el indígena taciturno. Jinete implacable, parca inclemente, verdugo para todos, sin oportunidad de redención o tiempo de arrepentimientos. Visitó hospitales, asilos, fábricas, oficinas, conventos, casas habitadas por seres de plural ralea. Simplemente llegó, vio, venció.

Pero antes del covid-19, ya se enseñoreaba en la humilde colonia, en la ranchería y en la zona residencial, la violencia. La institucional y la fortuita, la de la horrible jeta del crimen organizado, la del nauseabundo aliento de la sinrazón. Y la violencia cumplió su cuota de tragedia, víctimas las mujeres por el simple hecho de serlo, el comerciante que se opuso al chantaje, el paisano que estaba en el momento y el lugar equivocado. Inermes, asustados, llorosos vimos como el jinete de la violencia impune se paseaba por nuestras calles, y nadie en el 2020, pudo contenerlo, oponerse, combatirlo.

De las fechorías de ambas figuras quedan los registros, las notas periodísticas, las esquelas, las condolencias y como colofón la fría e insensible estadística que es tan solo un pobre número que no cuenta que detrás de cada fallecido había una madre amorosa, un novia ilusionada, un padre con proyectos, un estudiante anhelante de un futuro, un campesino con fe en el buen temporal, son una y mil historias que no aparecen agazapadas entre puntos, comas y guarismos. Cifras que son una oda al silencio humano. Mudo proceder que no dice casi nada

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