/ sábado 5 de diciembre de 2020

CrónicAndo

Cuando Todo Pase

(II DE II)

Habrá cosas que se rompieron y no se podrán restaurar para volver a su estado original. Primero la vida, más de 100 mil personas ya no las verás cruzar el umbral y decirte: buenos días, cómo estás, qué gusto verte…no, ellos y ellas dejaron el traje en el armario, su recuerdo como huella que pervive y el eco de su voz como llamado que clama en el desierto.

Tampoco la fiesta patronal, las navidades, los cumpleaños serán iguales; nada de multitudes que se abrazan, corean, se emborrachan en honor a la vida. Ahora la prudencia y moderación, el abrazo virtual, la plática a soto voce, los regalos y parabienes virtuales.

Y mientras "la nueva realidad" se apoltrona en el sillón de las cosas diarias, nos queda el gozoso ejercicio de la memoria, la añeja y la distante. Placebo para el dolor de hoy, aspirina para el cáncer nuestro de cada día, arriesguemos pues una mirada decembrina al Celaya de ayer:

Posadas cacahuatera.

Del tiempo de los frailes franciscanos a su arribo a Celaya, viene la celebración de las "Posadas", un rememorar del pasaje bíblico de la sagrada familia buscando un lugar para que naciera el creador, pero para que el adoctrinamientos tuviera efecto, fue menester agregarle elementos lúdicos que le dieran amabilidad y color: las luces de bengala, la piñata, el ponche y los aguinaldos, entre otros.

Cuando los bostezos de la década de los cincuenta, las posada se celebraban los mismo en casas particulares, la calle, el barrio y obvio el atrio de los templos.

La mecánica era la misma. La muchedumbre, ancianos, adultos, niños y más niños, formaditos y disciplinados elevando cánticos pidiendo posada, puertas que no cedían, y la persistente cantada en cuyo inter un chamaco travieso quemaba con una velita o una bengala a la niña que le precedía quien de pronto el pelo se le ahumaba y el típico olor de los pelos quemados invadía a todos.

Chamaco sacado de la procesión y veto inapelable para que participara en el rompimiento de la piñata. Chillidos, mocos y pataletas no amenguaban el castigo.

Llegado el momento de pegarle de palos a la olla de barro ricamente adornada, los infantes eran vendados de los ojos, el reto era moler a palos a la inocente olla hasta que los tepalcaltes cediran, cayeran sobre la cabeza de algún imberbe, más mocos, pataletas y chillidos esta vez aderezados con un chichón el cráneo

Aquello era el placer salvaje e inocente de la gente, aquello se fue para embarcarse en viaje sin retorno y quedar como una anécdota que hoy los hombres de la tercera edad nos contentamos con narrar


Cuando Todo Pase

(II DE II)

Habrá cosas que se rompieron y no se podrán restaurar para volver a su estado original. Primero la vida, más de 100 mil personas ya no las verás cruzar el umbral y decirte: buenos días, cómo estás, qué gusto verte…no, ellos y ellas dejaron el traje en el armario, su recuerdo como huella que pervive y el eco de su voz como llamado que clama en el desierto.

Tampoco la fiesta patronal, las navidades, los cumpleaños serán iguales; nada de multitudes que se abrazan, corean, se emborrachan en honor a la vida. Ahora la prudencia y moderación, el abrazo virtual, la plática a soto voce, los regalos y parabienes virtuales.

Y mientras "la nueva realidad" se apoltrona en el sillón de las cosas diarias, nos queda el gozoso ejercicio de la memoria, la añeja y la distante. Placebo para el dolor de hoy, aspirina para el cáncer nuestro de cada día, arriesguemos pues una mirada decembrina al Celaya de ayer:

Posadas cacahuatera.

Del tiempo de los frailes franciscanos a su arribo a Celaya, viene la celebración de las "Posadas", un rememorar del pasaje bíblico de la sagrada familia buscando un lugar para que naciera el creador, pero para que el adoctrinamientos tuviera efecto, fue menester agregarle elementos lúdicos que le dieran amabilidad y color: las luces de bengala, la piñata, el ponche y los aguinaldos, entre otros.

Cuando los bostezos de la década de los cincuenta, las posada se celebraban los mismo en casas particulares, la calle, el barrio y obvio el atrio de los templos.

La mecánica era la misma. La muchedumbre, ancianos, adultos, niños y más niños, formaditos y disciplinados elevando cánticos pidiendo posada, puertas que no cedían, y la persistente cantada en cuyo inter un chamaco travieso quemaba con una velita o una bengala a la niña que le precedía quien de pronto el pelo se le ahumaba y el típico olor de los pelos quemados invadía a todos.

Chamaco sacado de la procesión y veto inapelable para que participara en el rompimiento de la piñata. Chillidos, mocos y pataletas no amenguaban el castigo.

Llegado el momento de pegarle de palos a la olla de barro ricamente adornada, los infantes eran vendados de los ojos, el reto era moler a palos a la inocente olla hasta que los tepalcaltes cediran, cayeran sobre la cabeza de algún imberbe, más mocos, pataletas y chillidos esta vez aderezados con un chichón el cráneo

Aquello era el placer salvaje e inocente de la gente, aquello se fue para embarcarse en viaje sin retorno y quedar como una anécdota que hoy los hombres de la tercera edad nos contentamos con narrar


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