“No basta con oír la música; además hay que verla. No he entendido un compás de música en mi vida, pero la he sentido”. Igor Stravinski
La música como toda manifestación artística cumple la finalidad de causar una experiencia estética en el que la escucha, suele expresar circunstancias, sentimientos o emociones del compositor. Algunas veces como un escape a un estado de ánimo especial en que se encuentra el músico en el momento en que la escribe. Otras, cumple la función de complacer a un mecenas que le podríamos llamar incorrectamente “música por encargo” sirviendo de ejemplo algunas obras de Georg Friedrich Händel para complacer al rey Jorge I de Inglaterra que le pidió componer para el día de su cumpleaños, temiendo el compositor alemán la libertad de elegir la temática. Así podríamos hablar de la música absoluta, la de programa y otras, expresadas en sonatas, sinfonías, conciertos, fugas, etc.
La que ocupa esta entrega es la música inspirada en lo que nos rodea. Desde los tiempos remotos encontramos en canciones y melodías el afán por imitar los sonidos de la naturaleza. Las primeras composiciones que podemos considerar como música de estas características son del compositor renacentista, el francés de las “chanson,” Clement Janequin, principalmente por la obra llamada “La batalla” que hace referencia a la Guerra de Maringan o de Marignano del año 1515. Música descriptiva que evoca ideas, sentimientos e imágenes extra musicales en la persona que escucha, reviviendo imágenes mentales de escenas que motivaron la composición. Señalo por lo descriptivo y por conocida, la parte final de la Obertura 1812 de Tchaikovski en que los instrumentos imitan el sonido de los cañones y el repicar de las campanas de la catedral de San Basilio en la ahora Plaza Roja de Moscú, que celebran la derrota de las fuerzas imperiales de Napoleón en su intento de conquistar el imperio ruso.
Los filósofos del siglo XVIII demandaban que toda expresión artística debería imitar la naturaleza en lo mejor posible, lógico que en las artes plásticas, las obras de escultores y pintores en buena parte de sus obras no requieren explicación para entender y admirar lo que representan. En cambio, la música tiene sus bemoles y requiere echar vuelo a la imaginación para interpretar el mensaje musical del compositor. Una composición que hace un par de años me ocupó glosar en este espacio fue la célebre sonata No. 5 Opus 24 Primavera de Beethoven.
Un motivo musical expresado lo mismo en canciones populares que en la música clásica es la época que en nuestro hemisferio está por terminar para dar entrada al verano Boreal mientras en la mitad sur del globo terrestre finaliza el otoño para comenzar el invierno Austral.
Desandando un siglo, damos con el Opus 8 de Antonio Vivaldi, doce conciertos para violín y orquesta, donde los cuatro primeros comprenden “Las Estaciones” conciertos que cada uno pretende describir una estación del año y constituyen la culminación de los experimentos de Vivaldi en música pictórica. Música descriptiva de la naturaleza y de la vida campestre que impresionó a compositores posteriores, en particular de la época romántica del siglo XIX, una tradición pastoral que culminó con la sinónima “Las Estaciones” de Joseph Haydn que si bien poseen el mismo leitmotiv, tienen diferencias notables, sin olvidar la belleza de la sexta sinfonía “Pastoral” de Beethoven.
El primer concierto de Las Estaciones del cura Vivaldi, Primavera, es, en mi opinión, el que contiene más elementos que imitan mejor los sonidos de la naturaleza.
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