/ sábado 2 de marzo de 2024

Las Mujeres y la Enseñanza Elemental en la Ciudad de Guanajuato a Fines de la Colonia

Sin lugar a dudas, uno de los temas menos explorado en la historia de Guanajuato, ha sido el papel que desempeñaron las primeras mujeres en el ámbito de la enseñanza. Si bien fue cierto, que su acceso al entonces Colegio de la Purísima no se dio a la par que la de los hombres, esto no significó que estuvieran ajenas al ejercicio de la instrucción. Por lo menos de 1771 a 1821 existen documentos que en la capital provincial, obtuvieron el nombramiento como maestras de primeras letras, María Magdalena Salinas, Francisca de Altamirano, Juana María de Seria, María Lucía Gadea, María Guadalupe Moscoso, María Josefa Madrid de la Rocha, María de la Luz Contreras, Guadalupe Tamayo; aunque Ana María de los Ríos logró certificarse en la ciudad de México.

Por otro lado, hubo una quien formó parte de la Comisión de las Escuelas Públicas para examinar a las preceptoras. Tal fue el caso de Doña Bartola Montes de Oca, hermana de quien sería el primer gobernador constitucional de la entidad. La función de ésta ha sido importante, ya que regularmente en otras ciudades del interior del país, las instructoras por aquella época no tenían participación en los procesos de examinación, algo que en Guanajuato si ocurrió. Pero ¿Qué calificaba Doña Bartola a las maestras? La respuesta va relacionada con aquellos ramos considerados por su condición de mujeres; como la observación y práctica de las técnicas aplicadas a la costura y al bordado. Ámbitos que preparaban a las féminas para el desempeño en casa, pero también a aquellas dedicadas al negocio de la confección de ropa. Dichos ramos, se instruyeron a las niñas en las llamadas Escuelas de las Amigas y en el nivel de la instrucción elemental, de las recientes escuelas públicas abiertas en la capital guanajuatense.

Con la Real Cédula de 1771 en lo tocante a la enseñanza, estipuló que las mujeres aspirantes a la certificación en Primeras Letras, deberían presentar un examen, en la que fueron considerados demostrar el dominio en los ramos de Doctrina Cristiana, Catecismo, Historia de la Religión, Política y Buen Gobierno, Lectura y Escritura, Buenas Costumbres, Costura y Bordado. Datos corroborados en los informes de 1813, de Doña María Lucía Gadea y Doña María Guadalupe Moscoso, directoras en la 1ª. y 2ª. Escuelas Públicas de Niñas respectivamente. A falta de una Escuela Normal que las capacitara, las mujeres tuvieron que ingeniárselas para memorizar los catones, silabarios y textos solicitados durante el proceso de la examinación. Una vez aprobadas, las mujeres certificadas como maestras de primeras letras, pudieron aspirar a los puestos administrativos de directora y de preceptora auxiliar en las escuelas de niñas.

En la capital de la entonces provincia de Guanajuato, funcionó la 1ª. Escuela Pública de Niñas en salones designados del Hospital de Belén, posiblemente desde 1792. En tanto que el 2º . establecimiento, estuvo ubicado en una casa del barrio de San Roque, probablemente hacia 1796 o incluso antes.

Cabe destacar que a pesar de que la directora tenía dicho reconocimiento por el Ayuntamiento, no la exentaba de dar clases. Mientras que la encargada de la preceptoría auxiliar, aparte de ejercer la instrucción, también podía ser directora interina cuando se ausentaba la titular. Lo expuesto, es tan sólo una mirada distinta en la forma de concebir el papel de las mujeres, en la historia de la educación guanajuatense. Hubo maestras que a partir de 1771, forjaron experiencias que abrieron la brecha para aquellas, que tras la llegada de la Compañía Lancasteriana a la entidad en 1825, comenzaron a inscribirse en la Escuela Normal de esta institución a fines de 1827 y poder diplomarse al año siguiente. Eran otros tiempos con diferente método al igual que la pedagogía implícita. Sin embargo, el legado de las primeras maestras certificadas en el ocaso de la Colonia, merecen por lo menos visibilizarse; revalorarlas por la decisión que tomaron por abrirse paso, a una vida económica ciertamente independiente y hacer presencia en la instrucción elemental. Este último espacio, tradicionalmente experimentado por hombres, pero que innegablemente tenía que trastocarse por las mujeres ávidas de conocimiento.

Sin lugar a dudas, uno de los temas menos explorado en la historia de Guanajuato, ha sido el papel que desempeñaron las primeras mujeres en el ámbito de la enseñanza. Si bien fue cierto, que su acceso al entonces Colegio de la Purísima no se dio a la par que la de los hombres, esto no significó que estuvieran ajenas al ejercicio de la instrucción. Por lo menos de 1771 a 1821 existen documentos que en la capital provincial, obtuvieron el nombramiento como maestras de primeras letras, María Magdalena Salinas, Francisca de Altamirano, Juana María de Seria, María Lucía Gadea, María Guadalupe Moscoso, María Josefa Madrid de la Rocha, María de la Luz Contreras, Guadalupe Tamayo; aunque Ana María de los Ríos logró certificarse en la ciudad de México.

Por otro lado, hubo una quien formó parte de la Comisión de las Escuelas Públicas para examinar a las preceptoras. Tal fue el caso de Doña Bartola Montes de Oca, hermana de quien sería el primer gobernador constitucional de la entidad. La función de ésta ha sido importante, ya que regularmente en otras ciudades del interior del país, las instructoras por aquella época no tenían participación en los procesos de examinación, algo que en Guanajuato si ocurrió. Pero ¿Qué calificaba Doña Bartola a las maestras? La respuesta va relacionada con aquellos ramos considerados por su condición de mujeres; como la observación y práctica de las técnicas aplicadas a la costura y al bordado. Ámbitos que preparaban a las féminas para el desempeño en casa, pero también a aquellas dedicadas al negocio de la confección de ropa. Dichos ramos, se instruyeron a las niñas en las llamadas Escuelas de las Amigas y en el nivel de la instrucción elemental, de las recientes escuelas públicas abiertas en la capital guanajuatense.

Con la Real Cédula de 1771 en lo tocante a la enseñanza, estipuló que las mujeres aspirantes a la certificación en Primeras Letras, deberían presentar un examen, en la que fueron considerados demostrar el dominio en los ramos de Doctrina Cristiana, Catecismo, Historia de la Religión, Política y Buen Gobierno, Lectura y Escritura, Buenas Costumbres, Costura y Bordado. Datos corroborados en los informes de 1813, de Doña María Lucía Gadea y Doña María Guadalupe Moscoso, directoras en la 1ª. y 2ª. Escuelas Públicas de Niñas respectivamente. A falta de una Escuela Normal que las capacitara, las mujeres tuvieron que ingeniárselas para memorizar los catones, silabarios y textos solicitados durante el proceso de la examinación. Una vez aprobadas, las mujeres certificadas como maestras de primeras letras, pudieron aspirar a los puestos administrativos de directora y de preceptora auxiliar en las escuelas de niñas.

En la capital de la entonces provincia de Guanajuato, funcionó la 1ª. Escuela Pública de Niñas en salones designados del Hospital de Belén, posiblemente desde 1792. En tanto que el 2º . establecimiento, estuvo ubicado en una casa del barrio de San Roque, probablemente hacia 1796 o incluso antes.

Cabe destacar que a pesar de que la directora tenía dicho reconocimiento por el Ayuntamiento, no la exentaba de dar clases. Mientras que la encargada de la preceptoría auxiliar, aparte de ejercer la instrucción, también podía ser directora interina cuando se ausentaba la titular. Lo expuesto, es tan sólo una mirada distinta en la forma de concebir el papel de las mujeres, en la historia de la educación guanajuatense. Hubo maestras que a partir de 1771, forjaron experiencias que abrieron la brecha para aquellas, que tras la llegada de la Compañía Lancasteriana a la entidad en 1825, comenzaron a inscribirse en la Escuela Normal de esta institución a fines de 1827 y poder diplomarse al año siguiente. Eran otros tiempos con diferente método al igual que la pedagogía implícita. Sin embargo, el legado de las primeras maestras certificadas en el ocaso de la Colonia, merecen por lo menos visibilizarse; revalorarlas por la decisión que tomaron por abrirse paso, a una vida económica ciertamente independiente y hacer presencia en la instrucción elemental. Este último espacio, tradicionalmente experimentado por hombres, pero que innegablemente tenía que trastocarse por las mujeres ávidas de conocimiento.