/ jueves 22 de febrero de 2024

Roma soy yo

Siempre he tenido fascinación por la cultura romana. Probablemente por mi formación académica considero a Roma como la cuna de la cultura occidental, específicamente en materia jurídica, pues gran parte del entramado normativo actual en México -y en Latinoamérica- tiene sustento dogmático y práctico en el derecho romano (por supuesto, con las respectivas actualizaciones a algunas instituciones). De hecho, en las aulas universitarias, el Derecho Romano es (¿o fue?) asignatura fundamental para los futuros abogados.

Estuve en Roma hace algunos años y siguen siendo imponentes los monumentos como el Coliseo, el Circo, la Ciudad del Vaticano, por supuesto, aún siendo un país distinto dentro de Roma y, en general, las vías por las que transité. Pensar los espectáculos ofrecidos en el auge de la cultura romana, en la víspera de la nueva era, tanto los políticos como los orientados a saciar el ocio, me resultan muy atractivos.

Roma transitó en su organización política de la república al imperio. Curioso. Una república (res publica o cosa de todos) muy peculiar pues, acorde a las normas del momento, no todas las personas tenían los mismos derechos, no eran consideradas iguales y las mujeres y esclavos eran vistos como cosas. Una república que, debido a los abusos y corrupción de sus gobernantes se degeneró. Una república que derivó en imperio. Valdría la pena el análisis en torno a los beneficios que el pueblo tuvo con ambas formas de gobierno. Ambas legítimas, por cierto.

Los comentarios previos, a manera de prolegómeno para recomendar Roma soy yo, autoría de Santiago Postegillo (Penguín Random House, Serie Julio César, pp. 752; ya está el segundo libro, la continuación: Maldita Roma).

La novela me parece altamente recomendable: tiene al lector con la avidez propia de quien quiere conocer qué sigue en la historia; el lenguaje facilita la lectura, pues es sencillo y muy comprensible, aún y cuando aparecen palabras en latín. El libro trata del surgimiento del emperador Julio César y abarca sus primeros veintitrés años, los cuales vivió en el primer siglo antes de Cristo.

El argumento central es cómo Julio César representó en juicio a unos extranjeros que, precisamente por ese estatus, carecían de legitimación para demandar la corrupción de un senador romano, a quien se le acusaba de saqueo, desvío de recursos públicos y violación.

Julio César mostró grandes dotes oratorias, argumentativas y persuasivas y, aunque perdió el juicio, lo cual era previsible, pues el jurado se constituía por senadores romanos afines al acusado, ganó en política y fue visto por el pueblo como un digno representante.

Julio César aprendió muy bien que lo importante es la victoria final, dejando de lado en el trayecto insultos, o bien, fingirse con cobardía o torpeza; abstenerse del combate hasta tener indicios de una victoria; no pelear si no se puede ganar. Así, este abogado pugnaba por una redistribución de derechos: acceso a beneficios como la redistribución de tierras, la extensión del derecho de voto o, incluso, de la ciudadanía romana.

Roma soy yo lo recomiendo ampliamente. Leeré enseguida una novela de piratas, pero volveré con Maldita Roma. También espero volver en breve al Coliseo y al Circo y recordar in locco, lo que la Historia nos ha enseñado.

germanrodriguez32@hotmail.com

Siempre he tenido fascinación por la cultura romana. Probablemente por mi formación académica considero a Roma como la cuna de la cultura occidental, específicamente en materia jurídica, pues gran parte del entramado normativo actual en México -y en Latinoamérica- tiene sustento dogmático y práctico en el derecho romano (por supuesto, con las respectivas actualizaciones a algunas instituciones). De hecho, en las aulas universitarias, el Derecho Romano es (¿o fue?) asignatura fundamental para los futuros abogados.

Estuve en Roma hace algunos años y siguen siendo imponentes los monumentos como el Coliseo, el Circo, la Ciudad del Vaticano, por supuesto, aún siendo un país distinto dentro de Roma y, en general, las vías por las que transité. Pensar los espectáculos ofrecidos en el auge de la cultura romana, en la víspera de la nueva era, tanto los políticos como los orientados a saciar el ocio, me resultan muy atractivos.

Roma transitó en su organización política de la república al imperio. Curioso. Una república (res publica o cosa de todos) muy peculiar pues, acorde a las normas del momento, no todas las personas tenían los mismos derechos, no eran consideradas iguales y las mujeres y esclavos eran vistos como cosas. Una república que, debido a los abusos y corrupción de sus gobernantes se degeneró. Una república que derivó en imperio. Valdría la pena el análisis en torno a los beneficios que el pueblo tuvo con ambas formas de gobierno. Ambas legítimas, por cierto.

Los comentarios previos, a manera de prolegómeno para recomendar Roma soy yo, autoría de Santiago Postegillo (Penguín Random House, Serie Julio César, pp. 752; ya está el segundo libro, la continuación: Maldita Roma).

La novela me parece altamente recomendable: tiene al lector con la avidez propia de quien quiere conocer qué sigue en la historia; el lenguaje facilita la lectura, pues es sencillo y muy comprensible, aún y cuando aparecen palabras en latín. El libro trata del surgimiento del emperador Julio César y abarca sus primeros veintitrés años, los cuales vivió en el primer siglo antes de Cristo.

El argumento central es cómo Julio César representó en juicio a unos extranjeros que, precisamente por ese estatus, carecían de legitimación para demandar la corrupción de un senador romano, a quien se le acusaba de saqueo, desvío de recursos públicos y violación.

Julio César mostró grandes dotes oratorias, argumentativas y persuasivas y, aunque perdió el juicio, lo cual era previsible, pues el jurado se constituía por senadores romanos afines al acusado, ganó en política y fue visto por el pueblo como un digno representante.

Julio César aprendió muy bien que lo importante es la victoria final, dejando de lado en el trayecto insultos, o bien, fingirse con cobardía o torpeza; abstenerse del combate hasta tener indicios de una victoria; no pelear si no se puede ganar. Así, este abogado pugnaba por una redistribución de derechos: acceso a beneficios como la redistribución de tierras, la extensión del derecho de voto o, incluso, de la ciudadanía romana.

Roma soy yo lo recomiendo ampliamente. Leeré enseguida una novela de piratas, pero volveré con Maldita Roma. También espero volver en breve al Coliseo y al Circo y recordar in locco, lo que la Historia nos ha enseñado.

germanrodriguez32@hotmail.com