Chile es un extremoso país de cono sur americano y no me refiero, necesariamente, a la conjunción de ecosistemas, pues, como es conocido, en ese país podemos visitar y quedar maravillados igualmente del desierto de Atacama y sus hirvientes géiseres o degustar un whiskey con hielo de la Patagonia chilena (por supuesto, indebido robar, para gusto personal, material glacial). Pero los extremos no se limitan al medioambiente natural, también se extienden al social.
Aún pesa en el país andino el año 1973, debido al golpe de Estado al Presidente izquierdista Salvador Allende; se impuso Augusto Pinochet para ejecutar un proyecto político de derecha, sustentado en la Constitución Política de 1980 y cuyas consecuencias están a la vista, no solamente por el desarrollo macroeconómico chileno, reflejado nítidamente en la zona de Vitacura, también por el desencanto social, pues la gente se encuentra endeudada hasta la médula, debido a los servicios de salud y educación, fundamentalmente, que derivaron en la protesta social, cuyo estallido y dimensiones en 2019 fue la fuente más visible del ejercicio democráticamente llevado a cabo el domingo pasado (25 de octubre de 2020), el plebiscito para determinar si se aprueba o desaprueba la creación de una nueva constitución, y en caso de aprobarse, resolver si esta sería proyectada o redactada por una convención constitucional o por una mixta.
Una Constitución Política es un documento que recoge las aspiraciones de un pueblo, determina cómo es que ejercerá su soberanía, estableciendo los derechos fundamentales de cada individuo, su relación con el Poder público y los vínculos que éste tiene entre sí con el individuo, de ahí la importancia de su legitimidad, cualidad que solamente se logra con el respaldo popular, con las decisiones tomadas democráticamente, por la fuerza de la razón y del Derecho, aunque hoy el apotegma chileno sigue vigente: Por la razón o por la fuerza. Veremos.
El ejercicio chileno del domingo pasado es un ejemplo clásico de democracia participativa, en la categoría de fundacional, es decir, redefiniendo al propio estado, sus alcances y límites frente al individuo, así como al tipo de políticas públicas que habrán de implementarse, a efecto de resolver los problemas colectivos.
Chile es un país que tiene vínculos cercanos con México: en San Miguel de Allende aún se recuerda la estancia de Gabriela Mistral y de Pablo Neruda, quien, por cierto, invitó a David Alfaro Siqueiros a la escuela La República, en Chillán, Chile, en donde el muralista mexicano pintó Muerte al invasor, pieza donada por el General Lázaro Cárdenas a aquel país. En la música, parte del folclor mexicano se identifica con la cueca y la letra de Pelea de Gallos (canción con la que de inmediato identificamos la Feria de San Marcos, del merito Aguascalientes), fue escrita por el chileno Juan Santiago Garrido Vargas.
El resultado del plebiscito fue abrumador, según reporta EL MERCURIO (https://digital.elmercurio.com/2020/10/26/A): se aprobó por amplia mayoría (78.3%) elaborar una nueva Constitución Política por una Convención íntegramente elegida (79%), por tanto, los chilenos quieren que se considere su opinión, es decir, que se reconozca el ejercicio de sus derechos ciudadanos.
La participación ciudadana directa es esencial en democracia; solo hay qué ejercerla adecuadamente.