“La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos” Aristóteles.
Aquí y en casi todo el mundo se habla de Democracia. Unos países alardeando de ser la base en que se funda, se establece y pone en práctica como forma de gobierno. Otros callan ante la crítica de faltar al principio de escuchar y acatar la voluntad popular. Cualesquiera que sean las predilecciones políticas, el ciudadano con un puesto de elección se dice demócrata. A ningún político le parece ser contrario a ella. El concepto propuesto por primera vez en la Grecia antigua por los clásicos Platón, Aristóteles y Cicerón. Bases en que se funda el conjunto de normas jurídicas sintetizadas en lo que siglos después establecieron los romanos en lo que llamamos Derecho Romano.
En la Edad Media, destaca el pensamiento democrático de Santo Tomás de Aquino. En la era moderna, el escritor francés del siglo XVIII Montesquieu, autor de “El espíritu de las leyes” expuso con tino la división de poderes en el Estado, para, en los años previos a la Revolución francesa Rousseau contribuir notablemente en la transformación de las sociedades estableciendo la figura del ciudadano y el derecho a la libertad, los valores individuales que la Revolución Francesa rescatara los principios griegos y romanos de la Democracia abandonados por las monarquías cuya única ley era la palabra del soberano en turno. Así llegamos a la etapa de lo desarrollado durante la Revolución Industrial (1780-1850) que se dejó de depender de la agricultura y la ganadería y entrar al taller, a las fábricas y el origen de las uniones de obreros en la Europa del siglo XIX caracterizado por el nacimiento de las nuevas democracias con derechos de huelga y el ocaso de las monarquías absolutas.
El panorama conduce a encontrar diferencias en la aplicación de la Democracia de la antigüedad a la de ahora. En la Grecia antigua, el gobierno estaba en manos de los ciudadanos, en la actualidad la voz del elector está en manos de sus representantes congregados en una Cámara de Diputados. Asimismo, la Democracia de los clásicos griegos que, si bien sigue en cierta forma vigente, hay diferencias de cómo fue concebida por los atenienses y cómo se entiende hoy como modelo político de la civilización occidental en que se ejerce el poder del y para el pueblo. Término o definición muy trillada entre naciones subdesarrolladas y en desarrollo que no es más que demagogia o palabras para embaucar a los que por ignorancia se dejan llevar por palabrería vana que se lleva el viento creando un vasallaje de mayorías con perfil de baja educación. Sin embargo, el voto de estos tiene el mismo valor que el del ciudadano que razona, analiza y decide. Aquí acomodo las palabras de Albert Einstein “Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser divinizado”, idea opuesta a la Autocracia o sistema político ideado por Platón y Aristóteles encabezada por una élite que sobresale por su sabiduría, su virtud y su experiencia del mundo.
Por lo que, para no caer en extremos, la idea del Barón de Montesquieu señala que “la Democracia debe guardarse de los excesos: el espíritu de desigualdad que conduce a la aristocracia y el espíritu de igualdad extrema que la conduce al despotismo”. Haciendo a un lado lo dicho por Vargas Llosa al referirse a nuestro sistema político durante la hegemonía del PRI, no existe en el mundo un país que gobierne bajo un sistema 100% democrático.
Este es el precio de la Democracia.
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