1.- El villancico indica: “El camino que lleva a Belén/ baja hasta el valle que la nieve cubrió. / Los pastorcillos quieren ver a su Rey, le traen regalos en su humilde zurrón al Redentor, al Redentor. / Yo quisiera poner a tus pies algún presente que te agrade Señor, /mas Tú ya sabes que soy pobre también, y no poseo más que un viejo tambor. (…) El camino que lleva a Belén voy marcando con mi viejo tambor, nada hay mejor que yo pueda ofrecer, /su ronco acento es un canto de amor (…).”
2.- ¿Cuantos viejos tambores tenemos?; ¿cuantos caminos a Belén no hemos recorrido? ¿Cuántos regalos hemos desviado u omitido? ¿Cuántos ruidos hemos producido que no son cantos, sino quejas y pedimentos vacuos?
3.- Alguna vez soñé en pisar Belem, una pequeña ciudad cerca de la amurallada Jerusalén; cuyo significado, ahora me entero, es casa de pan, y que está allá en Palestina; ahora sé que estuvo llena de musulmanes y de cristianos, pero ahora el porcentaje de cristianos en muy pobre, casi no hay…. Metafóricamente no hay viejos tambores.
4.- Hoy en medio de los ruidos modernos, nos olvidamos de muchas cosas: en la misa del domingo un sacerdote mencionó una plegaria para los niños encarcelados y separados de sus padres en los Estados Unidos. Ahora sé que, a mitad de este año, eran más de catorce mil, enjaulados, arrancados de sus progenitores; ahora sé que esa Noche Buena debió ser espantosa, más fría; que esta Navidad, no hubo ni un viejo tambor, y que no hay preocupación mundial por esos rehenes del odio, por esos secuestrados, en ese país y en muchos, archivamos en el olvido, nuestra pobreza de solidaridad, para dejarlos solos en medio de otros quehaceres.