/ lunes 6 de abril de 2020

Espíritus Superiores

En épocas de crisis no existen héroes, solo surgen a la luz los espíritus superiores. Se ve en su justa dimensión el valor de un deportista, del mejor pagado de los artistas de Hollywood, de un banquero o de un político de cualquier parte del mundo.

Hace ya algún tiempo leí “La Peste” de Albert Camus , y aunque no he tenido oportunidad de releerla, es un libro de suma importancia para comprender el comportamiento humano dentro de las pandemias, relatado por la pluma de uno de los más geniales filósofos del siglo pasado.

Y tal vez sea eso, la filosofía, lo que me anima a seguir adelante ante el miedo que siento todos los días al llegar y meter la mano en el bihométrico para checar mi entrada al hospital donde laboro 6 horas, sin tener la certeza de no salir contagiado del nuevo Coronavirus. En casa me esperan, me necesitan, y tengo padres con factores de riesgo a los que les puedo llevar la muerte.

Entre nosotros los médicos, enfermeras y paramédicos, cada que nos saludamos investigamos, porque nadie nos lo informa, cuántas muertes hubo de neumonía atípica en la guardia saliente (desde el AH1N1 ya sabemos lo que significa ese eufemismo que se plasma en los certificados de defunción y su utilidad para las estadísticas).

No es en vano: al inicio se nos prohibió, incluso, el uso de cubrebocas bajo el pretexto de no causar pánico a los pacientes, como si nuestra profesión fuera la de ser payasos y ponernos zapatos y nariz de goma para divertir o espantar al público. De ese tamaño fueron las estulticias que debimos soportar, hasta que la realidad alcanzó a los directivos cuando varios hospitales y personal del estado de Coahuila debieron entrar en cuarentena por un contagio masivo iniciado en el HGZ7 de Monclova. Entonces, las órdenes de los médicos de escritorio, dadas a los que vemos cara a cara a la muerte que nos tose y nos estornuda, cambiaron. Hoy nos acarician la espalda, porque al caballo se le soba el lomo para poderlo montar. Ahora si están contratando médicos pagando por adelantado cuando no hace ni medio año los recortaron.

Entre el personal sanitario no hay héroes, porque los verdaderos héroes ni escogen serlo, un accidente los convierte como a Spiderman; no tienen miedo, cuentan con poderes sobrehumanos, algunos, como supermán llegaron del espacio, y otros, como Rambo, están entrenados para cumplir órdenes sin cuestionarlas. Héroes, nuestros policías, nuestras fuerzas armadas, los bomberos.

A nosotros nos malpagan para mantener la homeostasis del pueblo con los mínimos recursos, como si quisieran que un piloto, estresado, desvelado y malcomido no termine por estrellarse en su avión. Se nos criminaliza, se nos exhibe en redes, les quitan las becas y los apoyos a nuestros pasantes, pero eso sí, cuando hay una crisis sanitaria, de pronto dejan de tratarnos como matasanos, insensibles, dinereros, y el mismo estado que nos lleva criminalizando décadas, ahora nos apapacha y nos quiere convertir en héroes, porque saben que siempre hay una cruz para cada mártir y nos tienen que convencer de ello, de que subamos desnudos al patíbulo para rescatar al mundo, ya luego, como el homenaje al soldado que muere en batalla y es enterrado en una fosa común, habrá también algún monumento al médico desconocido, mientras que al igual que con las familias de los soldados muertos en cumplimiento de su deber, su futuro será la pobreza, marginación e incertidumbre social.

Mis compañeros y yo, en vez de héroes, queremos ser profesionistas dignificados y respetados en lo subsecuente, con o sin contingencia. Que haya leyes que nos protejan para no ser solo carne de ataúd. Sabemos que se avecina una crisis económica severa y no hay manera de que en este momento nos paguen compensaciones por conceptos de insalubridad y alto riesgo, pero queremos, si sobrevivimos, tener un contrato colectivo de trabajo justo, certidumbre laboral, una vejez digna, y una actividad profesional libre de miedos y amenazas por leyes mal hechas y peor aplicadas.

Ya se comprobó que es más útil a la humanidad una enfermera, un camillero o el intendente de cualquier hospital que un equipo completo de la Champions League, solo que a la enfermera nadie le aplaude cuando vela por la vida de un paciente.

Y por eso me resisto a ser héroe, porque cuando todo esto termine, quiero volver a abrazar a mi familia, pasear a mi perro mientras pienso en la filosofía de levantar su caca en una bolsa que no es biodegradable, juntarme con mis amigos, mis hijos, mis seres amados, y por qué no, bailar otra vez danzón sobre un escenario repleto de gente.

Yo también tengo mis maneras de arrancar aplausos.

Por eso ni héroes, ni mártires, ni santos (es mejor no esperar mucho de seres humanos comunes y corrientes para que pueda emerger sin presiones el verdadero espíritu superior que cada quien alberga dentro) y que todos mis compañeros médicos, enfermeras y paramédicos, salgamos bien librados de esta crisis.

La salud está acéfala, la información se modifica cada hora y la desinformación todavía más rápido. La pobreza intelectual de nuestras autoridades se cambia con frecuencia de vestido y si no nos cuidamos entre nosotros nadie más lo hará.

En épocas de crisis no existen héroes, solo surgen a la luz los espíritus superiores. Se ve en su justa dimensión el valor de un deportista, del mejor pagado de los artistas de Hollywood, de un banquero o de un político de cualquier parte del mundo.

Hace ya algún tiempo leí “La Peste” de Albert Camus , y aunque no he tenido oportunidad de releerla, es un libro de suma importancia para comprender el comportamiento humano dentro de las pandemias, relatado por la pluma de uno de los más geniales filósofos del siglo pasado.

Y tal vez sea eso, la filosofía, lo que me anima a seguir adelante ante el miedo que siento todos los días al llegar y meter la mano en el bihométrico para checar mi entrada al hospital donde laboro 6 horas, sin tener la certeza de no salir contagiado del nuevo Coronavirus. En casa me esperan, me necesitan, y tengo padres con factores de riesgo a los que les puedo llevar la muerte.

Entre nosotros los médicos, enfermeras y paramédicos, cada que nos saludamos investigamos, porque nadie nos lo informa, cuántas muertes hubo de neumonía atípica en la guardia saliente (desde el AH1N1 ya sabemos lo que significa ese eufemismo que se plasma en los certificados de defunción y su utilidad para las estadísticas).

No es en vano: al inicio se nos prohibió, incluso, el uso de cubrebocas bajo el pretexto de no causar pánico a los pacientes, como si nuestra profesión fuera la de ser payasos y ponernos zapatos y nariz de goma para divertir o espantar al público. De ese tamaño fueron las estulticias que debimos soportar, hasta que la realidad alcanzó a los directivos cuando varios hospitales y personal del estado de Coahuila debieron entrar en cuarentena por un contagio masivo iniciado en el HGZ7 de Monclova. Entonces, las órdenes de los médicos de escritorio, dadas a los que vemos cara a cara a la muerte que nos tose y nos estornuda, cambiaron. Hoy nos acarician la espalda, porque al caballo se le soba el lomo para poderlo montar. Ahora si están contratando médicos pagando por adelantado cuando no hace ni medio año los recortaron.

Entre el personal sanitario no hay héroes, porque los verdaderos héroes ni escogen serlo, un accidente los convierte como a Spiderman; no tienen miedo, cuentan con poderes sobrehumanos, algunos, como supermán llegaron del espacio, y otros, como Rambo, están entrenados para cumplir órdenes sin cuestionarlas. Héroes, nuestros policías, nuestras fuerzas armadas, los bomberos.

A nosotros nos malpagan para mantener la homeostasis del pueblo con los mínimos recursos, como si quisieran que un piloto, estresado, desvelado y malcomido no termine por estrellarse en su avión. Se nos criminaliza, se nos exhibe en redes, les quitan las becas y los apoyos a nuestros pasantes, pero eso sí, cuando hay una crisis sanitaria, de pronto dejan de tratarnos como matasanos, insensibles, dinereros, y el mismo estado que nos lleva criminalizando décadas, ahora nos apapacha y nos quiere convertir en héroes, porque saben que siempre hay una cruz para cada mártir y nos tienen que convencer de ello, de que subamos desnudos al patíbulo para rescatar al mundo, ya luego, como el homenaje al soldado que muere en batalla y es enterrado en una fosa común, habrá también algún monumento al médico desconocido, mientras que al igual que con las familias de los soldados muertos en cumplimiento de su deber, su futuro será la pobreza, marginación e incertidumbre social.

Mis compañeros y yo, en vez de héroes, queremos ser profesionistas dignificados y respetados en lo subsecuente, con o sin contingencia. Que haya leyes que nos protejan para no ser solo carne de ataúd. Sabemos que se avecina una crisis económica severa y no hay manera de que en este momento nos paguen compensaciones por conceptos de insalubridad y alto riesgo, pero queremos, si sobrevivimos, tener un contrato colectivo de trabajo justo, certidumbre laboral, una vejez digna, y una actividad profesional libre de miedos y amenazas por leyes mal hechas y peor aplicadas.

Ya se comprobó que es más útil a la humanidad una enfermera, un camillero o el intendente de cualquier hospital que un equipo completo de la Champions League, solo que a la enfermera nadie le aplaude cuando vela por la vida de un paciente.

Y por eso me resisto a ser héroe, porque cuando todo esto termine, quiero volver a abrazar a mi familia, pasear a mi perro mientras pienso en la filosofía de levantar su caca en una bolsa que no es biodegradable, juntarme con mis amigos, mis hijos, mis seres amados, y por qué no, bailar otra vez danzón sobre un escenario repleto de gente.

Yo también tengo mis maneras de arrancar aplausos.

Por eso ni héroes, ni mártires, ni santos (es mejor no esperar mucho de seres humanos comunes y corrientes para que pueda emerger sin presiones el verdadero espíritu superior que cada quien alberga dentro) y que todos mis compañeros médicos, enfermeras y paramédicos, salgamos bien librados de esta crisis.

La salud está acéfala, la información se modifica cada hora y la desinformación todavía más rápido. La pobreza intelectual de nuestras autoridades se cambia con frecuencia de vestido y si no nos cuidamos entre nosotros nadie más lo hará.

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