En México, buena parte de la economía se sustenta en las remesas que llegan de los Estados Unidos, ya sea que las transfieran paisanos indocumentados, residentes legales o braceros con visa temporal de trabajo. Estás últimas las tramita un patrón a quienes cumplen los requisitos para que vayan ciertos periodos de tiempo a la siembra y recolección del campo.
El problema para el visado de trabajo es ahora el tema de las vacunas anti COVID, pero no si están o no inmunizados los eventuales trabajadores, sino la marca específica de la vacuna.
Como no es desconocido para nadie, en México te aplican el biológico que te toque y en un díaseñalado de acuerdo a la edad. Aquí no hay opciones de escoger, se toma lo que hay en determinado municipio: Cancino, Pfizer, AstraZeneca, Sinovac o Spuntik que son las de mayor circulación en el país. Eso de ponerse sus moños para vacunarse es la peor y última tontería que han cometido miles.
El problema es, y eso lo considero realmente una guerra comercial de la peor bajeza, que existen vacunas que han probado su eficacia, pero no son aceptadas para viajar a EU o la Unión Europea. No estamos hablando de teléfonos celulares o tarjetas de crédito para que sean o no aceptadas, sino de vidas humanas. No comprendo las razones por las cuales negar la entrada a personas inmunizadas con la que para mí es la más adelantada de todas las vacunas: Spuntik V, misma que le aplicaron a la población más joven y activa de Guanajuato y la que según estudios, ofrece mejor protección contra la variante Omicron.
Habrá que ver los efectos económicos a uno y otro lado de la frontera norte, ahora que cientos de adultos jóvenes que cada año eran contratados por ranchos y empresas estadounidenses para recoger la siembra, no puedan tramitar su visa de trabajo por una situación de intereses económicos de las grandes transnacionales que lucran con la salud y la economía de las naciones emergentes.
Vaya dilema moral, ¿no es así?