PENSAR Y ACTUAR
Dos acciones que no siempre van de la mano, aunque deberían y en tal orden, pues actuar para luego pensar, no siempre trae buenos resultados, aunque la excepción es, por lo menos una reacción, incluso, refleja cuando lo requiere, por ejemplo, salvar un obstáculo sin importar en ese momento, en ese preciso y, precioso instante: La salvaguarda, más cuando se trata de la vida.
Y qué decir, en la política. ¿Se vale actuar para luego pensar? O se debe seguir esa regla de oro, contraria, tal y como se intitula la colaboración de hoy. Luego, las ocurrencias hechas públicas por determinado individuo o grupo político, sin previo análisis racional, traerá, dicho sin exagerar, lo indefectiblemente erróneo, perjudicial, o malo.
En el caso de una acción impensada, que puede ser inconsciente, instintiva, o hasta automática, como sucede cuando vamos manejando un auto, con rumbo ya conocido y que francamente, no sabemos cómo llegamos, sino hasta que estamos en el lugar destinado; es una muestra que, sin ahondar, puede tener un resultado azaroso que no tiene caso explicar tanto. Pero, no es así cuando una decisión o una acción lleva a resultados, como digo: erróneos, perjudiciales, malos o caóticos. Eso puede pasar con las decisiones políticas, producto de una postura de fanfarronería, de distracción o desviación, de simple complacencia de poder, de un arrebato egocéntrico, etcétera.
Ya ustedes, mis estimados, con su mente aguda que los caracteriza, saben que hay un patente ejemplo de esa manera irresponsable de ejercer la política pública: El inquilino forzado de Palacio Nacional. En días pasados, aunque pareciera que sí lo pensó previamente, pues supone su propuesta toda una gama de preparativos, de estudios analíticos, que van desde la ingeniería especializada, costos, viabilidad o factibilidad, impactos ambientales, pertinencia de rutas -sin perjuicio de que ya estén trazadas, son para carga, no pensadas para transporte de personas- la velocidad, tiempo de viajes, etcétera.
Hay estudios que indican un costo de 200 millones de pesos, por kilómetro de vía. Y según datos oficiales, hay actualmente unos 20 mil kilómetros de esas paralelas de hierro o acero laminado, amén de que el mantenimiento no ha sido al cien por ciento: balastros, agujas para giro, circuitos de vía, las catenarias. Y muy relevante: ¿Quién va a invertir semejantes millonadas? Y, en consecuencia, su recuperación como se proyectará, es pues, ¿Rentable? ¿Será subsidiada la obra?
No está demás, hacer reflexión sobre los resultados de todas esas ocurrencias, o cordialmente dicho: “proyectos” del Ejecutivo Nacional, a la fecha multiplicaron costos, tiempos, opacidad, falta de rendición de cuentas, deuda, en fin y, falacias. Y falta saber en realidad, la situación de las finanzas públicas que analistas serios insisten en que vamos a un déficit mayor. En fin.
Lo que nos lleva a considerar que pasará aquí en Celaya. El tema ya lo traen planchado, aunque igual con opacidad, falta de información, y claro, será (O ya es) bandera electoral, pero igual, sin concreción. Falta un slogan de mercadotecnia política: ¡Ciudadanos, súbanle al tren!
LA CONDICIÓN SINE QUA NON: ¡No alcanza con un Decreto! Se requiere de planeación, de recursos en todos los órdenes y, por más que lo diga hasta el enfado, YSQ, no es nada más dar un manotazo mañanero como se planifica una obra de tal magnitud, y para colmo, si no hay inversionistas, entonces, la consigna es dárselo al Ejército. No es difícil imaginar el resultado. El tren de pasajeros, es al fin una buena idea, como otras salidas del sombrero de mago, pero falta un plan viable, sustentable, diáfano, congruente. La vida tan vertiginosa que hoy sucede, no concuerda con largas jornadas de viaje, eso está bien para las mercancías y hasta cierto punto, pues depende la urgencia del consumo y claro, de si son perecederos o no. Porque no se trata de un “tren bala”, ni hay instalaciones con tal fin eléctrico. Aunque sí usted, cree lo contrario, pues tiene esa opción. Es lo que hay. Cuídense porque: ¡Hay viene el tren!...