/ domingo 17 de febrero de 2019

De la altivez a la ternura

Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió

Enrique Jardiel Poncela



Un libro se glosa diferente si se trata de una biografía, propia o ajena o si es una obra de ficción. El relato de la vida de un personaje ambientado por el rededor donde estuvo el protagonista a diferencia de un escrito creado por la imaginación del literato. Para lo último sirva de ejemplo una novela corta y no menos famosa del francés Antoine de Sant-Exupéry, “El principito”. Y de mezcla de ambos las obras de Gabo García Márquez, mucha ficción, pero inspiradas en hechos que pudieron haber sucedido que muestran la realidad humana o los eventos que suceden en torno a la sociedad que nos rodea.

A veces es difícil delimitar diferenciar entre relatos de personas o dichos de una cosa que adjetivamos como fabulosa, de maravilla o fantástica frente a la literatura fácil de hechos curiosos que se emplean para ilustrar algo o para entretener. De todas maneras, la imaginación nos sitúa en las escenas, reales o ilusorias para el deleite personal. Sin embargo, las anécdotas son tan frágiles que se modifican o agregan detalles que mejoran o empeoran la fábula o la anécdota y establecen situaciones fingidas que, o desaparecen por la incredibilidad de las mismas o trascienden intactas por su calidad literaria.

Cuando en noviembre pasado escribí sobre Rossini en que relaté una anécdota del compositor operístico, una persona de mi aprecio me señaló que las novelas y mi comentario eran “puras mentiras”. Lo objeté, la mentira o expresión que se dice sabiendo que está faltando a la verdad, es una palabra que implícitamente lleva maldad, no así el arte de expresión literaria, verbal o escrita en oposición al lenguaje ordinario sin intención de la “estética de la palabra” con la que nos transportan los escritores preclaros.

Lo anterior lo utilizo para relatar un par de anécdotas motivado por llamadas a mi programa “Los Amigos de la Buena Música” (XEITC Radio Tecnológico de Celaya, 89.9 FM, jueves de 9 a 10 de la mañana) con motivo de un ciclo dedicado a Beethoven ya que hacía tiempo que no ofrecía obras del gran compositor alemán.

Las historias de Beethoven giran alrededor de una personalidad marcada por una dura niñez y la convivencia con un padre alcohólico, irresponsable y abusador que creó a un niño retraído y solitario que encontró en su abuelo la figura paterna. Sus biógrafos lo muestran como hombre sombrío y abstraído en sus propios pensamientos, quizá ahí encontró la inspiración para la grandiosa obra que legó a la humanidad. Una defensa contra esos abatimientos fue la altivez en su conducta y la ternura cuando se presentó la ocasión.

Una anécdota interesante que revela el primer temple que menciono, es el llamado “El incidente de Teplice” relacionado con la Obertura “Egmont”, música incidental inspirada en la obra del mismo nombre de Johann Wolfgang von Goethe. Se cuenta que cuando el compositor estaba en la pequeña ciudad de aguas termales Teplice por recomendación médica, su estancia coincidió con ya anciano dramaturgo. Una ocasión ambos genios se toparon con la emperatriz y el archiduque Rodolfo. Al cruzarse los príncipes imperiales, Beethoven le susurró a Goethe al oído, tómeme del brazo, siga caminando, son ellos los que tienen que darnos el paso, no al revés. Pero el poeta, respetuosamente, se hizo a un lado y se quitó el sombrero, Beethoven por el contrario continuó su marcha impertérrito y altivo.

El lado tierno de Beethoven destella en la sonata “Quasi una fantasía”, conocida como “Claro de Luna”. Hay dos versiones sobre su creación, una que fue dedicada a su alumna de 17 años, la Condesa Gulietta Guicciardi de quien se decía estaba enamorado. De la otra versión se dice que una tarde, Beethoven caminaba por un barrio pobre de Bonn y escuchó las notas de un piano en una pequeña casa, el compositor con su habitual intrepidez ingresó a la casa sin anunciarse donde se encontraba un joven trabajando sobre un banco de zapatero y en un viejo piano tocaba una pequeña niña. El compositor le preguntó dónde había aprendido a tocar, a lo que ella respondió que aprendió oyendo a una mujer que estudiaba música y practicaba las obras del gran maestro Beethoven. Entonces, se sentó junto a ella y comenzó a tocar, al escuchar la música, la niña, con lágrimas en los ojos comprendió que estaba junto a mismísimo Beethoven. Fue entonces que el compositor se dio cuenta que la pequeña pianista era ciega. Los movimientos de la sonata reflejan los hechos, el primero es un Adagio sostenuto, tranquilo, apacible, tierno. El segundo es un Allegretto y el tercero un presto agitato que expresa la frustración ante una niña invidente.

Para terminar: “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”. Beethoven.



Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió

Enrique Jardiel Poncela



Un libro se glosa diferente si se trata de una biografía, propia o ajena o si es una obra de ficción. El relato de la vida de un personaje ambientado por el rededor donde estuvo el protagonista a diferencia de un escrito creado por la imaginación del literato. Para lo último sirva de ejemplo una novela corta y no menos famosa del francés Antoine de Sant-Exupéry, “El principito”. Y de mezcla de ambos las obras de Gabo García Márquez, mucha ficción, pero inspiradas en hechos que pudieron haber sucedido que muestran la realidad humana o los eventos que suceden en torno a la sociedad que nos rodea.

A veces es difícil delimitar diferenciar entre relatos de personas o dichos de una cosa que adjetivamos como fabulosa, de maravilla o fantástica frente a la literatura fácil de hechos curiosos que se emplean para ilustrar algo o para entretener. De todas maneras, la imaginación nos sitúa en las escenas, reales o ilusorias para el deleite personal. Sin embargo, las anécdotas son tan frágiles que se modifican o agregan detalles que mejoran o empeoran la fábula o la anécdota y establecen situaciones fingidas que, o desaparecen por la incredibilidad de las mismas o trascienden intactas por su calidad literaria.

Cuando en noviembre pasado escribí sobre Rossini en que relaté una anécdota del compositor operístico, una persona de mi aprecio me señaló que las novelas y mi comentario eran “puras mentiras”. Lo objeté, la mentira o expresión que se dice sabiendo que está faltando a la verdad, es una palabra que implícitamente lleva maldad, no así el arte de expresión literaria, verbal o escrita en oposición al lenguaje ordinario sin intención de la “estética de la palabra” con la que nos transportan los escritores preclaros.

Lo anterior lo utilizo para relatar un par de anécdotas motivado por llamadas a mi programa “Los Amigos de la Buena Música” (XEITC Radio Tecnológico de Celaya, 89.9 FM, jueves de 9 a 10 de la mañana) con motivo de un ciclo dedicado a Beethoven ya que hacía tiempo que no ofrecía obras del gran compositor alemán.

Las historias de Beethoven giran alrededor de una personalidad marcada por una dura niñez y la convivencia con un padre alcohólico, irresponsable y abusador que creó a un niño retraído y solitario que encontró en su abuelo la figura paterna. Sus biógrafos lo muestran como hombre sombrío y abstraído en sus propios pensamientos, quizá ahí encontró la inspiración para la grandiosa obra que legó a la humanidad. Una defensa contra esos abatimientos fue la altivez en su conducta y la ternura cuando se presentó la ocasión.

Una anécdota interesante que revela el primer temple que menciono, es el llamado “El incidente de Teplice” relacionado con la Obertura “Egmont”, música incidental inspirada en la obra del mismo nombre de Johann Wolfgang von Goethe. Se cuenta que cuando el compositor estaba en la pequeña ciudad de aguas termales Teplice por recomendación médica, su estancia coincidió con ya anciano dramaturgo. Una ocasión ambos genios se toparon con la emperatriz y el archiduque Rodolfo. Al cruzarse los príncipes imperiales, Beethoven le susurró a Goethe al oído, tómeme del brazo, siga caminando, son ellos los que tienen que darnos el paso, no al revés. Pero el poeta, respetuosamente, se hizo a un lado y se quitó el sombrero, Beethoven por el contrario continuó su marcha impertérrito y altivo.

El lado tierno de Beethoven destella en la sonata “Quasi una fantasía”, conocida como “Claro de Luna”. Hay dos versiones sobre su creación, una que fue dedicada a su alumna de 17 años, la Condesa Gulietta Guicciardi de quien se decía estaba enamorado. De la otra versión se dice que una tarde, Beethoven caminaba por un barrio pobre de Bonn y escuchó las notas de un piano en una pequeña casa, el compositor con su habitual intrepidez ingresó a la casa sin anunciarse donde se encontraba un joven trabajando sobre un banco de zapatero y en un viejo piano tocaba una pequeña niña. El compositor le preguntó dónde había aprendido a tocar, a lo que ella respondió que aprendió oyendo a una mujer que estudiaba música y practicaba las obras del gran maestro Beethoven. Entonces, se sentó junto a ella y comenzó a tocar, al escuchar la música, la niña, con lágrimas en los ojos comprendió que estaba junto a mismísimo Beethoven. Fue entonces que el compositor se dio cuenta que la pequeña pianista era ciega. Los movimientos de la sonata reflejan los hechos, el primero es un Adagio sostenuto, tranquilo, apacible, tierno. El segundo es un Allegretto y el tercero un presto agitato que expresa la frustración ante una niña invidente.

Para terminar: “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”. Beethoven.