/ domingo 20 de enero de 2019

SINE QUA NON

Estimados lectores, las circunstancias y alcances de un problema compartido por mexicanos y centroamericanos, como la migración humana, ésa diáspora latina que aquí conocemos como la “marcha”, la vemos tal vez, con “ojos distintos”, incluso, en el peor de los casos, como un asunto ajeno.

Sin embargo, la raíz es del mismo tenor: La pobreza, sumada a la desesperación y no pocas veces, aderezada de una supina ignorancia de la realidad: Qué no hay tal “sueño americano” para los latinoamericanos. Es esencialmente para los “americanos”, quienes creen a pie juntillas que “América” es sólo al sur de las cataratas del Niágara y varios estados norteamericanos –con una extensión fronteriza longitudinal de las más grandes del mundo (8,891 km.)- y el norte del río Bravo, también con varios estados de la Unión Americana, (3,189 Km.)

Y todavía hay que ver las sandeces irracionales de Mr. Trump, en relación al tema migratorio de mexicanos y centroamericanos –de éstos últimos, más álgida en los últimos meses- y el “muro”, asegurando que se pagará con el nuevo tratado comercial. Igual, la reacción del nuevo gobierno mexicano, en ambos temas, que para algunos –incluso organizaciones extranjeras como la WOLA, por siglas en inglés (Washington Office on Latin American) cuyo lema es, <Advocacy for Human Rights in the Americas> (“Defensa de los Derechos Humanos en las Américas”), que han enviado recomendaciones a los titulares, en México, de Gobernación, Relaciones Exteriores y de la Presidencia de la República, para decirnos que no es legal –en este caso viola acuerdos internacionales- la postura mexicana de tener en nuestro suelo a los centroamericanos que han solicitado asilo en EUA, mientras éste País resuelve la situación de tales pedimentos de inmigrantes, por citar un ejemplo. Y por supuesto hay disenso en otros temas como el de la institucionalización de la “Guardia Nacional”, refiriendo sólo el rubro de los Derechos Humanos. En fin.

Todo esto trajo a mi memoria un relato que escribí hace tiempo, que va como pintado al tema y que hoy, en una pequeña parte del cuento “Desde la cornisa de mi ventana”, comparto con ustedes, un tanto para salir un poco del estilo acostumbrado en esta columna. Espero, que sea didáctico al asunto:

“... No hay mejor esperanza, ni más pura y simple, que la de aquéllos que siembran su maíz en tierras nobles, aunque inciertas. Creen en cada ciclo que el temporal será ’ora sí del mero bueno, porque Dios aprieta, pero no ahorca. Así se preparan del amanecer a la noche, dan vueltas infinitas, tantas como su ilusión les dicta, haciendo un surco y otro, por muy secos, por muy superficiales que resulten… Han de sacarle sangre a las piedras, pues siembran y siembran, aún a costa de sus pobres humanidades. El hambre les da fuerza, en una gran contradicción o ironía que nadie se explica, es cosa Divina. Caminan dónde otros ni se animan a pasar. Creen en donde otros ya no… Pero al final, y no pocas veces, vence la maligna hambruna y más, la de los chilpayates de esos héroes anónimos de la supervivencia, campesinos de tierras sin promisión, de frutos raquíticos o nulos y entonces, emigran…

Uno de ellos, de rostro adusto, endurecido por faenas interminables, que parecía perder la mirada afable y sonrisa a flor de labios, que en su tierra lo caracterizaba, a pesar de todo; miró con tristeza hacia arriba, pensando en aquél tan suyo cielo suave, azul, lento, de su tierra lejana. Ahora, en Tijuana, tornado grisáceo, irreconocible por tanta tolvanera y la polución. Alturas y nostalgia inspirando temor, desconfianza en el hombre sencillo, de campo abierto, como Casimiro. El miedo, su recién enemigo, casi se tragó de una dentellada su esperanza pura y simple. Dejándole un pequeño resquicio. Le ganó el temor en que de seguir así, dejaría a sus hijos y ascendientes sin otra, que esperar con estoicismo la muerte, allá en su pueblo, ahora casi un pueblo fantasma. Razones, sin discusión, que lo llevaron hasta el borde fronterizo…

Pero a la memoria no le importan espacios, lugares o circunstancias y es a veces traicionera, como ahora más que nunca. Hacía que Casimiro extrañara su lugar de origen. Nomás le rodaban las lágrimas, se acordaba de su tierra, que cree despreció y quiere ahora, arrepentido. Como los amores de vendaval, quitándole ilusiones, fuerza, familia, su anhelo, ése que lo conservó erguido y le quitó un ventarrón de miseria, arrancándole casi toda la esperanza, de su piel viva. Llanto que le hace, sin querer, oler la tierra mojada, hasta creyó oír los sollozos de sus hijos, cuando les ganaba el hambre. Ahora a él le tronaban las tripas, contraídas, duras, reclamando secas, la falta de alimento. Nada vale el hambre para un pobre, si no tiene un mendrugo con que callarla, con que atajarla y reírse de sus intentos de doblegarlo… A Casimiro y su compadre, les había invadido otra nueva y poderosa ilusión. Esa que logra mover grandes contingentes. No les importó vender casi su alma, con el fin de irse de mojados, en pos de los dólares americanos, esos papelillos verdes tan pequeños y sin embargo, podían resolver grandes problemas, adueñarse de Naciones, de conciencias, eran producto de vida y muerte, de edificación y destrucción… Sus problemas se reducían a la sobrevivencia de ellos mismos y su prole, e irónicamente, en su desesperación que los cegaba, se habían contagiado de la “peste verde”, esa que enajena y destruye, que es extraña a la real esperanza, pues hay que pagar un precio muy alto, a veces, hasta con la vida se responde.

-No se agüite compadre, ‘ora verá, nomás empezamos a ganar hartos dólares y pinches gringos nos harán los mandaos… Sentenció con gran fe y entusiasmo, Eulogio, el compañero de ilusiones de Casimiro. Este no acertó respuesta, sólo se relamió la mucosidad que le escurría de su recia nariz. Apretó con ganas, unas pocas monedas que le quedaban en su bolsillo, como si con ello le fueran a rendir. Miró en lontananza las luces que cintilaban más allá del bordo fronterizo. Se sintió por un momento confiado, aferrado al pequeño resto de ilusión. Y ahora tuvo luz para responder al amigo, en aquél hotel de mala muerte, en donde pasarían su víspera antes de cruzar al otro lado y recordó cómo le dolieron esos doscientos pesos que les cobraron por esa noche lóbrega, luego de pagar al “coyote” que aseguró los pasaría. La incertidumbre les roía la poca fe. Se quedó Casimiro, viendo al infinito, desde la cornisa de la ventana, en qué asía sus manos rudas y apoyaba la poca expectativa. Con un contundente sentido común y filosofía de lo concreto, que caracteriza al hombre de campo abierto, dijo:

-Pue’que, compadre, pue’que...”

Como siempre, mis estimados lectores, tienen la última opinión. Salud, Alegría y Prosperidad.

Estimados lectores, las circunstancias y alcances de un problema compartido por mexicanos y centroamericanos, como la migración humana, ésa diáspora latina que aquí conocemos como la “marcha”, la vemos tal vez, con “ojos distintos”, incluso, en el peor de los casos, como un asunto ajeno.

Sin embargo, la raíz es del mismo tenor: La pobreza, sumada a la desesperación y no pocas veces, aderezada de una supina ignorancia de la realidad: Qué no hay tal “sueño americano” para los latinoamericanos. Es esencialmente para los “americanos”, quienes creen a pie juntillas que “América” es sólo al sur de las cataratas del Niágara y varios estados norteamericanos –con una extensión fronteriza longitudinal de las más grandes del mundo (8,891 km.)- y el norte del río Bravo, también con varios estados de la Unión Americana, (3,189 Km.)

Y todavía hay que ver las sandeces irracionales de Mr. Trump, en relación al tema migratorio de mexicanos y centroamericanos –de éstos últimos, más álgida en los últimos meses- y el “muro”, asegurando que se pagará con el nuevo tratado comercial. Igual, la reacción del nuevo gobierno mexicano, en ambos temas, que para algunos –incluso organizaciones extranjeras como la WOLA, por siglas en inglés (Washington Office on Latin American) cuyo lema es, <Advocacy for Human Rights in the Americas> (“Defensa de los Derechos Humanos en las Américas”), que han enviado recomendaciones a los titulares, en México, de Gobernación, Relaciones Exteriores y de la Presidencia de la República, para decirnos que no es legal –en este caso viola acuerdos internacionales- la postura mexicana de tener en nuestro suelo a los centroamericanos que han solicitado asilo en EUA, mientras éste País resuelve la situación de tales pedimentos de inmigrantes, por citar un ejemplo. Y por supuesto hay disenso en otros temas como el de la institucionalización de la “Guardia Nacional”, refiriendo sólo el rubro de los Derechos Humanos. En fin.

Todo esto trajo a mi memoria un relato que escribí hace tiempo, que va como pintado al tema y que hoy, en una pequeña parte del cuento “Desde la cornisa de mi ventana”, comparto con ustedes, un tanto para salir un poco del estilo acostumbrado en esta columna. Espero, que sea didáctico al asunto:

“... No hay mejor esperanza, ni más pura y simple, que la de aquéllos que siembran su maíz en tierras nobles, aunque inciertas. Creen en cada ciclo que el temporal será ’ora sí del mero bueno, porque Dios aprieta, pero no ahorca. Así se preparan del amanecer a la noche, dan vueltas infinitas, tantas como su ilusión les dicta, haciendo un surco y otro, por muy secos, por muy superficiales que resulten… Han de sacarle sangre a las piedras, pues siembran y siembran, aún a costa de sus pobres humanidades. El hambre les da fuerza, en una gran contradicción o ironía que nadie se explica, es cosa Divina. Caminan dónde otros ni se animan a pasar. Creen en donde otros ya no… Pero al final, y no pocas veces, vence la maligna hambruna y más, la de los chilpayates de esos héroes anónimos de la supervivencia, campesinos de tierras sin promisión, de frutos raquíticos o nulos y entonces, emigran…

Uno de ellos, de rostro adusto, endurecido por faenas interminables, que parecía perder la mirada afable y sonrisa a flor de labios, que en su tierra lo caracterizaba, a pesar de todo; miró con tristeza hacia arriba, pensando en aquél tan suyo cielo suave, azul, lento, de su tierra lejana. Ahora, en Tijuana, tornado grisáceo, irreconocible por tanta tolvanera y la polución. Alturas y nostalgia inspirando temor, desconfianza en el hombre sencillo, de campo abierto, como Casimiro. El miedo, su recién enemigo, casi se tragó de una dentellada su esperanza pura y simple. Dejándole un pequeño resquicio. Le ganó el temor en que de seguir así, dejaría a sus hijos y ascendientes sin otra, que esperar con estoicismo la muerte, allá en su pueblo, ahora casi un pueblo fantasma. Razones, sin discusión, que lo llevaron hasta el borde fronterizo…

Pero a la memoria no le importan espacios, lugares o circunstancias y es a veces traicionera, como ahora más que nunca. Hacía que Casimiro extrañara su lugar de origen. Nomás le rodaban las lágrimas, se acordaba de su tierra, que cree despreció y quiere ahora, arrepentido. Como los amores de vendaval, quitándole ilusiones, fuerza, familia, su anhelo, ése que lo conservó erguido y le quitó un ventarrón de miseria, arrancándole casi toda la esperanza, de su piel viva. Llanto que le hace, sin querer, oler la tierra mojada, hasta creyó oír los sollozos de sus hijos, cuando les ganaba el hambre. Ahora a él le tronaban las tripas, contraídas, duras, reclamando secas, la falta de alimento. Nada vale el hambre para un pobre, si no tiene un mendrugo con que callarla, con que atajarla y reírse de sus intentos de doblegarlo… A Casimiro y su compadre, les había invadido otra nueva y poderosa ilusión. Esa que logra mover grandes contingentes. No les importó vender casi su alma, con el fin de irse de mojados, en pos de los dólares americanos, esos papelillos verdes tan pequeños y sin embargo, podían resolver grandes problemas, adueñarse de Naciones, de conciencias, eran producto de vida y muerte, de edificación y destrucción… Sus problemas se reducían a la sobrevivencia de ellos mismos y su prole, e irónicamente, en su desesperación que los cegaba, se habían contagiado de la “peste verde”, esa que enajena y destruye, que es extraña a la real esperanza, pues hay que pagar un precio muy alto, a veces, hasta con la vida se responde.

-No se agüite compadre, ‘ora verá, nomás empezamos a ganar hartos dólares y pinches gringos nos harán los mandaos… Sentenció con gran fe y entusiasmo, Eulogio, el compañero de ilusiones de Casimiro. Este no acertó respuesta, sólo se relamió la mucosidad que le escurría de su recia nariz. Apretó con ganas, unas pocas monedas que le quedaban en su bolsillo, como si con ello le fueran a rendir. Miró en lontananza las luces que cintilaban más allá del bordo fronterizo. Se sintió por un momento confiado, aferrado al pequeño resto de ilusión. Y ahora tuvo luz para responder al amigo, en aquél hotel de mala muerte, en donde pasarían su víspera antes de cruzar al otro lado y recordó cómo le dolieron esos doscientos pesos que les cobraron por esa noche lóbrega, luego de pagar al “coyote” que aseguró los pasaría. La incertidumbre les roía la poca fe. Se quedó Casimiro, viendo al infinito, desde la cornisa de la ventana, en qué asía sus manos rudas y apoyaba la poca expectativa. Con un contundente sentido común y filosofía de lo concreto, que caracteriza al hombre de campo abierto, dijo:

-Pue’que, compadre, pue’que...”

Como siempre, mis estimados lectores, tienen la última opinión. Salud, Alegría y Prosperidad.

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