/ domingo 16 de enero de 2022

Un Hito De Esperanza

“La esperanza y el temor son inseparables, no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor” François de La Rochefoucauld

Esclarecer la naturaleza, el cómo se generan y desarrollan los acontecimientos y las cosas, está en la mente de los estudiosos de la ciencia. Al resolver una duda siempre encuentran otra más allá que implica más investigación que suele incluir aspectos sociales, éticos o religiosas al toparse con un muro imaginario que motiva a investigar qué habrá detrás.

En lo práctico mezclado con el complejo término tiempo que cité en entrega pasada. ¿Qué nos depara el futuro? ¿Quién no quisiera saber el acontecer del mañana? Preguntas que surgen desde cualquier rama del saber. El hombre y el tiempo lo irán resolviendo poco a poco, pero cada vez se abre un abanico de nunca acabar.

La pandemia nos ha envuelto en una maraña de temor e incertidumbre por información cambiante e imperfecta para aplicar el vaticinio al futuro. Tanto los científicos enclavados en los laboratorios de investigación y los que recopilan datos, elaboran estadísticas, crean curvas y gráficas epidemiológicas, se quiebran la cabeza en busca de explicar y predecir, así sea con aproximación, cuando terminará la pesadilla que ha causado millones de muertes que hace dos años jamás nos imaginamos. Estamos hundidos en un estado de conocimiento limitado, donde es cerca de lo imposible decir cuándo es el ansiado final para encarar un mundo modificado en conceptos laborales, educativos, económicos y sociales, asimismo acrecentado la fe religiosa.

Muchos son los héroes que surgieron con la calamidad, y muchos más son los que en el anonimato han contribuido para atender la contingencia sanitaria, así sea en áreas limitadas y en el ámbito global. Sin embargo, no faltan los que por protagonismo e ignorancia y los que buscan beneficios personales han invadido las redes sociales con conceptos equívocos. Otros no menos nefastos son los que ponen en boca de renombrados científicos versiones falsas que han sido freno a la recuperación de la salud, valga decir, salud del planeta.

Por encima de los reacios al uso del cubrebocas, empezando por el presidente López, los antivacunas que hay por todo el mundo y los que emergen en protestas por la imposición de medidas preventivas como está sucediendo en varios países europeos, están los que se afanan para encontrar soluciones en Institutos, Universidades y en trabajo de campo.

Hace un par de semanas, con argumentos científicos los eminentes médicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Zvika Granor y Amnón Lahad señalaron que la cepa Ómicron es preocupante pero augura el final de la pandemia. Por mi parte, en base a lo acontecido y evolución de la virosis similar a la actual al término de la primera guerra mundial, cuya disminución sustancial de casos y final se manifestó a los dos años, en mi círculo de amigos y familiares he expresado la esperanza que el ansiado final sucederá en período similar, a los 24 meses de haber sido declarada como pandemia o sea más o menos en marzo próximo, al final del invierno boreal. Teniendo en cuenta que hace un siglo no había el movimiento de personas de ahora que favorecen el contagio, en compensación hoy tenemos, aunque sean imperfectas, las vacunas que entonces carecían. Cruzo los dedos.

flokay33@gmail.com

“La esperanza y el temor son inseparables, no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor” François de La Rochefoucauld

Esclarecer la naturaleza, el cómo se generan y desarrollan los acontecimientos y las cosas, está en la mente de los estudiosos de la ciencia. Al resolver una duda siempre encuentran otra más allá que implica más investigación que suele incluir aspectos sociales, éticos o religiosas al toparse con un muro imaginario que motiva a investigar qué habrá detrás.

En lo práctico mezclado con el complejo término tiempo que cité en entrega pasada. ¿Qué nos depara el futuro? ¿Quién no quisiera saber el acontecer del mañana? Preguntas que surgen desde cualquier rama del saber. El hombre y el tiempo lo irán resolviendo poco a poco, pero cada vez se abre un abanico de nunca acabar.

La pandemia nos ha envuelto en una maraña de temor e incertidumbre por información cambiante e imperfecta para aplicar el vaticinio al futuro. Tanto los científicos enclavados en los laboratorios de investigación y los que recopilan datos, elaboran estadísticas, crean curvas y gráficas epidemiológicas, se quiebran la cabeza en busca de explicar y predecir, así sea con aproximación, cuando terminará la pesadilla que ha causado millones de muertes que hace dos años jamás nos imaginamos. Estamos hundidos en un estado de conocimiento limitado, donde es cerca de lo imposible decir cuándo es el ansiado final para encarar un mundo modificado en conceptos laborales, educativos, económicos y sociales, asimismo acrecentado la fe religiosa.

Muchos son los héroes que surgieron con la calamidad, y muchos más son los que en el anonimato han contribuido para atender la contingencia sanitaria, así sea en áreas limitadas y en el ámbito global. Sin embargo, no faltan los que por protagonismo e ignorancia y los que buscan beneficios personales han invadido las redes sociales con conceptos equívocos. Otros no menos nefastos son los que ponen en boca de renombrados científicos versiones falsas que han sido freno a la recuperación de la salud, valga decir, salud del planeta.

Por encima de los reacios al uso del cubrebocas, empezando por el presidente López, los antivacunas que hay por todo el mundo y los que emergen en protestas por la imposición de medidas preventivas como está sucediendo en varios países europeos, están los que se afanan para encontrar soluciones en Institutos, Universidades y en trabajo de campo.

Hace un par de semanas, con argumentos científicos los eminentes médicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Zvika Granor y Amnón Lahad señalaron que la cepa Ómicron es preocupante pero augura el final de la pandemia. Por mi parte, en base a lo acontecido y evolución de la virosis similar a la actual al término de la primera guerra mundial, cuya disminución sustancial de casos y final se manifestó a los dos años, en mi círculo de amigos y familiares he expresado la esperanza que el ansiado final sucederá en período similar, a los 24 meses de haber sido declarada como pandemia o sea más o menos en marzo próximo, al final del invierno boreal. Teniendo en cuenta que hace un siglo no había el movimiento de personas de ahora que favorecen el contagio, en compensación hoy tenemos, aunque sean imperfectas, las vacunas que entonces carecían. Cruzo los dedos.

flokay33@gmail.com